Pedro Manuel de La Cruz
Director de La Voz de Almería
Desde aquella mañana en que mi padre nos levantó de madrugada para coger en la estación de Almanzora el periquito que habría de llevarnos hasta Almendricos y, desde allí, llegar a Águilas para “tomar los baños”, siempre he sentido una irremediable seducción por aquellos trenes que recorrían, tan cansina como románticamente, todo el Valle del Almanzora. Cuando la coincidencia obligaba detenerse en los dos pasos a nivel de Zurgena, en el de Arboleas o en el de Fines-Olula, siempre miré aquellos vagones con la atracción de quien se acerca a un objeto mágico lleno de aventuras. Por aquellos raíles llegué un día de julio hasta Orihuela, su pueblo y no el mío, donde una de aquellas novias de la adolescencia esperaba sentada en la estación.
Tren del Almanzora |
Y en aquel tren que unía Almería con Barcelona a través de Baza supe una tarde plomiza de otoño que mi camino hacia el periodismo no tenía billete de vuelta. Aquel anochecer adelantado de octubre y aterido de miedo y frío subí a uno de sus vagones camino de Alcantarilla, donde debía esperar al expreso de Cartagena que habría de llevarme a Madrid. Aquel tren de 1974, como casi siempre, se antojaba un desierto. No viajaba casi nadie y en nadie pude encontrar el calor del acompañamiento. Después de recorrer varios departamentos donde nadie iba, entré en uno. Los asientos eran de skay azul, cuatro separados por un reposabrazos en sentido de la marcha frente a otros cuatro en contra. Sobre el reposacabezas, marcos desvencijados enmarcando fotos de plazas solitarias o monumentos sin vida.
Fui a conectar la luz y la penumbra permaneció inalterable: no había electricidad. En aquel momento el tren estaba llegando a Zurgena. Fue entonces cuando sentí el vértigo de coger la maleta y bajarme. Al cabo, solo estaba a diez kilómetros de distancia de Albox y andando llegaría a tiempo para cenar. La tentación duró un instante eterno pero fue efímera. Nadie bajó ni subió en aquella estación y el tren continuó su marcha. Trece horas más tarde llegué a la estación de Atocha. Miré el reloj. Eran las ocho de la mañana y en ese momento supe, con toda certeza, que cinco años después sería un licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense.
Desde aquella mañana de agosto en que mis padres nos llevaron a conocer el mar de Águilas mi relación emocional con el tren del Almanzora siempre se ha mantenido viva. Nunca se ama un paisaje; se ama el momento en el que nos sentimos felices en ese paisaje, y para los que nacimos y vivimos en aquel valle de ocres y verdes el tren permanecerá siempre en un lugar especial de nuestra memoria sentimental.
No entiendo la insistencia de algunos en reivindicar la reapertura de la línea Guadix- Almendricos. Por pedir, podemos pedir la luna, pero esa aspiración es una quimera que se acerca a los perfiles del delirio
Pero esa emoción sin remedio y con melancolía no puede imponerse a la realidad. La emoción es bella, pero la razón es práctica. Por eso no entiendo la insistencia de algunos en continuar reivindicando la reapertura, ahora con línea y trenes AVE, de la antigua línea Guadix- Almendricos. Por pedir, podemos pedir la luna, pero esa aspiración no es ya, por cuestiones económicas, una utopía; es una quimera que se acerca a los perfiles del delirio. El Almanzora y las comarcas de Guadix- Baza no tienen ni capacidad ni demanda demográfica o industrial para plantear una reivindicación de tan alto coste como escasa rentabilidad.
Lo que Almería -la capital, el Poniente, el Almanzora, el Levante, toda la provincia- necesita es que se cumplan los plazos comprometidos por el gobierno y la alta velocidad con Murcia y la nueva línea con Granada sean una realidad en 2023. Todo lo demás son versos románticos, relatos llenos de literatura que solo conducen a la melancolía de aquel tiempo de cerezas y limoneros.
No se pueden, ni se deben, gastar miles de millones de euros para que apenas cuarenta mil personas vean pasar el AVE por la puerta de sus casas. Los habitantes más alejados del Almanzora -y una vez que la Junta termine, ¡que ya está bien!, la autovía hasta la A7 en La Concepción, en Overa-, estarán a menos de treinta minutos de la estación de Vera. Un tiempo asumible para cualquiera que vaya a hacer un viaje a Madrid o Barcelona. Pero, sobre todo, un planteamiento económicamente viable, demográficamente útil, socialmente vertebrador y de un extraordinario valor estratégico porque ya cometimos el error de optar por el trazado de la A92 hasta Murcia por Baza antes que por Almería, donde llegó diez años más tarde.
La conexión ferroviaria de Almería con Granada debe hacerse a través de la capital porque ese trazado rompe la condena de “estación término” y la convierte en un escenario de paso con las ventajas que eso conlleva. Las paginas ocres de la memoria siempre están revestidas de la belleza emocional y emocionante de todo tiempo perdido, pero los versos conmueven el alma pero no construyen el futuro.
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