Luis Cortés Rodríguez
Catedrático de Literatura
En la esencia del discurso político está
el dar a conocer con objeto de hacer hacer; el
político tendrá que hacer saber su mensaje si pretende que el destinatario
ejerza su posibilidad de hacer (adherirse a su idea, votar a
favor). Para ello, se habrá de intentar persuadir al interlocutor, lo que va a
resultar más factible si se usan convenientemente mecanismos para enfatizar
unas ideas, determinadas estrategias a la hora de enmascarar otras, precisos
procedimientos para decir sin querer decir o una indispensable arquitectura en
su presentación. Son los mismos recursos de los que ya se valieron los oradores
griegos y que más tarde repetirán Castelar y Cánovas, Gónzález y Fraga o
Rajoy y Sánchez.
En un ámbito como el político, en el que,
como afirmaba Beaumarchais, sus actores se ven una y otra vez obligados a
fingir ignorar lo que saben y a fingir que saben lo que ignoran o a fingir
entender lo que no se comprende sin oír lo que se escucha, parece lógico
pensar que el enmascaramiento lingüístico ocupe un lugar importante. Para su
consumación el dirigente de turno tendrá que hacer una selección, más o menos
hábil y más o menos artera, de mecanismos lingüísticos con los que poder
distorsionar determinada idea; esta manera de conducirse, obviamente, siempre
estará al servicio de unos intereses, particulares o de partido. Si bien es
cierto que tales maneras de proceder están también en el mundo de la
publicidad, de la información o en el modo de negociar de nuestro vecino del
quinto, la distorsión tiene su estancia en el enfrentamiento político.
De todas las estrategias de manipulación ninguna de resulta tan escurridiza y sutil como la astucia que viene originada por acciones equívocas, exteriorizadas al menos mediante cuatro distintos tipos de lenguaje: partidista (atenuado y peyorativo), vago, redundante y ambiguo
Son muchas las estrategias para la
manipulación: de acciones evasivas, que se revelan, por ejemplo, a
través de respuestas parciales a ciertas preguntas, de contestaciones con
cuestiones distintas a las solicitadas, etc., a acciones tendenciosas,
que se presentan con juicios sin análisis, con la mezcla de razonamientos
sólidos y laxos, con el manejo de falacias o cuando no con la invención de
datos. Ahora bien, ninguna de ellas resulta tan escurridiza y sutil como la
astucia que viene originada por acciones equívocas, exteriorizadas
al menos mediante cuatro distintos tipos de lenguaje: partidista (atenuado y peyorativo),
vago, redundante y ambiguo. De todo lo aludido los españoles sabemos
mucho; lo venimos sufriendo casi a diario, y de ahí nuestro
adiestramiento.
¿Quién no recuerda distorsiones partidistas como aquella del «saneamiento del
sector bancario» con la que se nos estuvo entreteniendo durante un tiempo
para no admitir, como luego se demostró, que se trataba de un rescate de la
banca?, ¿y ese «recargo temporal de solidaridad» con el que se quería evitar el
término copago, tan mal visto por el Gobierno?, ¿y esas prestaciones
sociales, que no se recortaban ni se eliminaban, sino que «solo se
racionalizaban, se ajustaban o se reestructuraban»? Tal sapiencia en estas
cuestiones nos hacía pensar que difícilmente nuestra extrañeza se podría
exaltar por embelecos de este tipo. Es más, todavía no hemos tenido tiempo de
olvidar uno de los ejercicios de manipulación lingüística más creativo que
cupiera imaginar: los conocidos catorce giros semánticos que emitió en un
discurso parlamentario, en 2008, Rodríguez Zapatero con objeto de evitar la
palabra crisis, cuya recta y franca expresión hubiera sido negativa
para sus intereses; recordemos que tal término se sustituyó por «situación
ciertamente difícil y complicada», «condiciones adversas», «una coyuntura
económica claramente adversa», «brusca desaceleración», «deterioro del contexto
económico», «ajuste», «empeoramiento», «escenario de crecimiento debilitado»,
«período de serias dificultades», «debilidad del crecimiento económico»,
«difícil momento coyuntural», «empobrecimiento del conjunto de la sociedad»,
«gravedad de la situación» y «las cosas van claramente menos bien».
Somos especialistas también en la
consumición y digestión de lenguaje vago, que encontramos en expresiones
como mejora relativa, mayor renta disponible o
una cierta recuperación del consumo. Y aunque no podamos
desentrañar qué tipo de mejora es una mejora relativa,
cuánto mayor es la renta o cómo hemos de
entender una cierta recuperación del consumo, nuestro
organismo lo engulle sin más. En otras ocasiones, el enmascaramiento ha
recurrido a la redundancia o, más frecuentemente, al lenguaje ambiguo a través
del cual el político intenta la ocultación con enunciados que pueden entenderse
de varios modos o admitir distintas interpretaciones.
Tal ejercicio de manipulación llevó a millones de españoles a no saber si cabía hablar de un nuevo Estado, aunque con sus efectos suspendidos, o si solo había asumido, sin ejecutar, el mandato (¿?) de que Cataluña se convirtiera en un Estado independiente
Todo lo oído hasta ahora parece haber
quedado en agua de borrajas tras el discurso de Puigdemont, el diez de octubre,
y su carta de respuesta al presidente Rajoy, seis días después. En el primer
caso, no solamente la mayoría de mecanismos y acciones citados más arriba se
manifestaron durante todo su desarrollo, retorcido y enmascarado, sino
que tuvo un final tan digno de tal ejercicio de manipulación que llevó a
millones de españoles a no saber, días después, si cabía hablar de un nuevo
Estado, aunque con sus efectos suspendidos, o si solo había asumido, sin
ejecutar, el mandato (¿?) de que Cataluña se convirtiera en un Estado
independiente, lo que llevaría a pensar que no hubiera existido, como así
parece que fue, declaración de independencia.
Y es que una enunciación como la buscada
por los autores del texto supone un caso de suprema ambigüedad, de deformación
retórica, pero de esa Retórica que Platón definía como una práctica inmoral y
perversa en el terreno político. En el segundo evento, en su carta, plagada
también de todo tipo de mecanismos y acciones de enmascaramiento, el lenguaje
ambiguo, si bien abundante, cedió su protagonismo a la acción evasiva, con una
respuesta en la que el sí o el no requerido se dejó para otra ocasión y para
otra pregunta.
Puigdemont llegó tan lejos en su afán de enmascaramiento como en su ataque a la inteligencia de los demás. Por eso, además de prácticas de perversión lingüística, en las dos ocasiones hubo un acto de desprecio a todos, incluida una buena parte de sus correligionarios
Puigdemont llegó tan lejos en su afán de
enmascaramiento como en su ataque a la inteligencia de los demás. Por eso, además
de prácticas de perversión lingüística, en las dos ocasiones hubo un acto de
desprecio a todos, incluida una buena parte de sus correligionarios. President,
por favor, desdeñe de una vez el ocultamiento en su discurso y no olvide que
«entre los extremos de cobarde y temerario está el medio de la valentía». Ya lo
dijo Sancho, quien, a su vez, se lo había oído a su señor (Don Quijote,
cap. IV, 2.ª parte).
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