Marta Rodríguez
Periodista
Una extensión de terreno color ocre y en el centro una casa. El terreno ocupa una superficie de tres hectáreas. La casa, en contraste, es minúscula y de un tono más oscuro. A ras de suelo, lo más probable es que se trate de una finca. La finca de alguien con más apego al campo, a la naturaleza, que a las comodidades, a las cosas materiales. A vista de pájaro, no hay duda: es el ojo de un caballo. Un caballo que mira al cielo. Libre.
Sarah Lark, en su finca de Los Gallardos |
En los alrededores del paraje Cañada de la Piedra, en Los Gallardos, se ve a diario montar a una jinete. Rubia. Pelo corto. Delgada. Alta. Sonrisa franca. Esta inconfundible amazona es Sarah Lark. O más bien Christiane Gohl (Bochum, 1958), nombre real de una escritora alemana que ha vendido miles de libros. Libros que han sido traducidos a 25 idiomas. Y con las ventas de esos libros, es decir, gracias a unos lectores que son sobre todo lectoras, mantiene un refugio para animales que, de otro modo, estarían condenados al sacrificio. Bienvenidos al Refugio Molino de la Higuera.
“Una puerta azul, caballos, no te puedes equivocar”. Pese a las indicaciones de Gohl, perderse es inevitable. Más que nada porque este lugar escapa de las coordenadas del GPS. De ahí que el rescate se haga necesario para que la puerta azul se abra, asomen al fin los caballos y uno se adentre en una finca que parece haber sido sacada de todo contexto conocido. La aridez nos rodea, Sierra Cabrera observa a lo lejos, pero nadie diría que estamos en el Levante almeriense.
Al bajar del coche, cinco perros se echan encima. Mestizos, galgos -alguno más grande de lo deseado-, olfatean y sueltan algún que otro lametazo como si dieran el visto bueno a la visita. Christiane (a lo largo de la mañana persistirá la manía, errónea, de llamarla Sarah; el marketing editorial ha hecho su trabajo) saluda con una cercanía adquirida en el sur de España. Son ya quince años aquí. Con la misma familiaridad, invita a recorrer su finca y, mientras lo hace, comparte impresiones con sus trabajadores y dice cosas bonitas a sus animales empleando el inglés, el alemán y el español en función del interlocutor.
22 animales grandes -tres llamas, una mula y 18 caballos- y otros tantos pequeños -entre los que hay perros, gatos, pájaros y gallinas- conviven, felices, en esta arca de Noé surgida de la nada. Del modo más natural. En la última década. “Todos son pacíficos aunque a veces hay problemas, como en cada familia”, expresa. Y lo del arca de Noé no es solo por la variedad de especies, ni por la convivencia pacífica. Es porque la mayoría han sido literalmente salvados. Salvados porque tenían problemas de salud o porque directamente nadie los quería. He aquí tres de sus historias.
22 animales grandes -tres llamas, una mula y 18 caballos- y otros tantos pequeños -entre los que hay perros, gatos, pájaros y gallinas- conviven, felices, en esta arca de Noé surgida de la nada. Del modo más natural. En la última década. “Todos son pacíficos aunque a veces hay problemas, como en cada familia”, expresa. Y lo del arca de Noé no es solo por la variedad de especies, ni por la convivencia pacífica. Es porque la mayoría han sido literalmente salvados. Salvados porque tenían problemas de salud o porque directamente nadie los quería. He aquí tres de sus historias.
Tenía ocho meses y los días contados pese a estar completamente sana. Su único problema, según sus dueños, es que no era lo bastante bonita. No querían que se supiese que esa “yegua fea” venía de su finca. Iban a deshacerse de ella a toda costa, pero eso no les impidió regatear a la hora de vendérsela a la escritora, que la salvó sin dudarlo ante el destino terrible que la esperaba. “Este tipo de gente siempre quiere dinero aunque no tienen problemas económicos pues son unos agricultores con muchas tierras; para mí, es la historia más fea que hemos vivido”.
Cinderella había cumplido trece meses, siete los había pasado atada a una pared. No veía otra cosa que ese muro maldito, ni podía moverse y apenas recibía alimento. A pesar de ser medio cartujana -caballo andaluz con mucha solera-, su dueño la había condenado a la inmovilidad y la tristeza.
Y una historia mil veces repetida. Un abuelo compró un poni a sus nietos. En diez años no se dignaron a ponerle un nombre. Siempre amarrado a un árbol en el campo, no conocía otros caballos, solo cabras. Un día decidieron venderlo porque habían perdido el interés. Si es que alguna vez lo tuvieron.
El sol. La playa. El clima seco. El desierto. Almería representa todo lo que siempre ha amado Christina (así se refieren a ella aquí), de modo que era cuestión de tiempo que la descubriese y cayese rendida. “Había un conocido en Vera que tenía un picadero y organizaba paseos a caballo, me invitó y la zona me fascinó completamente. Decidí venirme a vivir aquí, primero solo pasaba los inviernos en Mojácar, luego esta finca se puso a la venta y me trasladé pero ya todo el año”.
El sol. La playa. El clima seco. El desierto. Almería representa todo lo que siempre ha amado Christina (así se refieren a ella aquí), de modo que era cuestión de tiempo que la descubriese y cayese rendida. “Había un conocido en Vera que tenía un picadero y organizaba paseos a caballo, me invitó y la zona me fascinó completamente. Decidí venirme a vivir aquí, primero solo pasaba los inviernos en Mojácar, luego esta finca se puso a la venta y me trasladé pero ya todo el año”.
A los caballos criados por Gohl con el objetivo de montarlos -cabalga entre seis y nueve kilómetros cada día- se sumaron los que venían con problemas desde diferentes puntos de Almería y de fuera. “Al crear este refugio, pensaba en caballos viejos y sin hogar, y normalmente lo son; pero con la crisis, llegan casi tantos jóvenes como mayores, muchos incluso siendo potros. Con el tiempo, los he ido domando y ahora puedo montar a muchos”, explica.
Tras recogerlos y tratarlos (el veterinario y fisioterapeuta los visita una vez a la semana salvo urgencias), la mayoría de los animales se quedan a vivir para siempre en el Refugio Molino de la Higuera con alguna excepción. Como una yegua que no lograba acostumbrarse al calor y fue adoptada y enviada a Alemania.
“Los vecinos de la zona están felices por el trabajo que estamos haciendo, creo que le gustan los animales aunque algunos son demasiado mayores y todavía no entienden esta idea de protección en la que se da un paso adelante y dos atrás. Como con los toros: puede ser una tradición, pero si alguien quiere verlos que se ponga una película, no tenemos que matar a un toro en el siglo XXI por mantenerla. Es una cosa vieja, dicen que es parte de la cultura, pero también se quemaban brujas y teníamos esclavos. Eran tradiciones, los humanos tenemos que evolucionar”, defiende. Y uno comprueba que basta mencionar un instante el dolor de los animales para borrar de un plumazo su semblante amable.
Cada mañana, la autora superventas se levanta temprano en su minúscula casa -su vida está ahí fuera, con sus caballos- y trabaja duro en la finca hasta mediodía. A esa hora hace un descanso y, por la tarde, escribe. Escribe diez folios cada jornada, lo que supone que tarda solo tres meses en terminar uno de sus libros de cientos de páginas.
Sus obras se venden muy bien. Se han traducido a 25 lenguas, incluido el chino. Así que son sus lectores los que hacen posible este pequeño milagro. La literatura ha propiciado que estos animales tengan una vida mejor. En algunos casos, que tengan vida. Desde este refugio que es el ojo de un caballo. Un caballo que mira al cielo. Libre.
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