Antonio Felipe Rubio
Periodista
Acabamos de conocer la
ejecución por la espalda de un hombre a manos -presuntamente- de un cobarde,
radical, anti sistema, perroflauta… en definitiva, un excremento. Este incidente
y el entorno que lo alienta me hizo recordar una ya lejana lectura de “Las
miserias de la guerra” de Pío Baroja. Baroja sitúa un escenario
madrileño previo a la Guerra Civil narrado por un personaje que acaba de
licenciarse de la Embajada británica en Madrid. Este diplomático y exmilitar, un
tal Evans, suele reunirse en las típicas tertulias de cafeterías donde se
refugian intelectuales refractarios a la indigencia intelectual del Gobierno de
la II República. Algunas veces, el ambiente se turbaba con ufanos defensores de
la zafiedad imperante en la que iba creciendo la intolerancia, amenazas,
represiones… y, como es habitual, el fascismo de la izquierda radical.
Son los repentinos y radicales cambios en una sociedad normal que, de repente, se prodiga en putas, puteros, libertarios, vengativos, revanchistas, ilusos y peligrosos visionarios que dejan estupefacto a Evans, quien llega a asegurar en un pasaje de su profunda perplejidad que “España no tiene remedio”
A la hora del café llegaban
noticias de represalias sangrientas, incendios de iglesias, persecuciones de
curas y monjas… una auténtica mafia que dirimió en un Frente Popular que
aglutinó lo peor de cada familia. Y así, desde 1934 y hasta la explosión de la
Guerra Civil, se relata una sociedad que pretende reflejarse en el criminal comunismo
de Stalin como crisol de libertades. Y, claro, como siempre ha ocurrido con
estos becerros populistas, de ir a misa y observar recato, pasan a ciscarse en
todos los santos del almanaque y a la vida disoluta. Son los repentinos y
radicales cambios en una sociedad normal que, de repente, se prodiga en putas,
puteros, libertarios, vengativos, revanchistas, ilusos y peligrosos visionarios
que dejan estupefacto a Evans, quien llega a asegurar en un pasaje de su
profunda perplejidad que “España no tiene remedio”.
No estoy de acuerdo con
Evans ni con Bismarck. España sí tiene remedio y no ha de perseverar en su
autodestrucción. El problema de los “brotes” de la indeseable radicalidad surte
de la incapacidad de unos políticos que no tienen más salida para su propia
subsistencia que el agitprop (agitación y propaganda) en las bases sociales que
siempre, por uno y otros motivos, van a reflejar en el Sistema o en el Gobierno
el motivo de su propio fracaso y frustración vital.
Lo que se ha dado en llamar partidos emergentes, evidentemente emergen porque surgen de las profundidades en las que les ha relegado su propia y bien ganada marginalidad que ahora pretenden homologar y contaminar en una sociedad en la que no encontraron salidas con trabajo, mérito, esfuerzo y sacrificio. Así, aparecen estos detritos como el tal Rodrigo Lanza; un asqueroso y presunto asesino de un hombre que cometió el “delito” de llevar unos tirantes con los colores de la bandera de España
El delito de odio que ahora
parece ser el objetivo preferente a combatir no es ni más ni menos que el
afloramiento de la becerrada que secunda, se identifica, milita y gobierna
desde posiciones frentistas. Lo que se ha dado en llamar partidos emergentes,
evidentemente emergen porque surgen de las profundidades en las que les ha
relegado su propia y bien ganada marginalidad que ahora pretenden homologar y
contaminar en una sociedad en la que no encontraron salidas con trabajo,
mérito, esfuerzo y sacrificio. Así, aparecen estos detritos como el tal Rodrigo
Lanza; un asqueroso y presunto asesino de un hombre que cometió el “delito” de
llevar unos tirantes con los colores de la bandera de España. Además de los
precedentes delictivos que le adornan, lo más repugnante es el apoyo que
recibió este semoviente como ejemplo de los movimientos ciudadanos que
representan Ada Colau, Pablo Iglesia y los miserables ediles radicales de
Zaragoza que son incapaces de repudiar el execrable crimen y dan cobertura
estética a la proliferación de estos indeseables que, de remitirse a sus tribus
urbanas y sórdido entorno, ahora se han convertido en aguerridos defensores de
una presunta ideología que ya se ha instalado en el poder y se ha convertido en
parásitos simbióticos de la tan criticada casta que, por cierto, ya no
pronuncian ni se acuerdan. Ya no hay casta cuando se confunden con el paisaje
que denostaban. Ahora defienden su horizonte de “progreso” como sea y a fuerza
de lo que sea; y eso es un peligro para la democracia, para la convivencia y
para acercar la teoría de la autodestrucción de Bismarck.
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