Pedro Manuel de La Cruz
Director de La Voz de Almería
Si hay un tema en el que los almerienses no se abandonan a la discrepancia interesada (o torpe; siempre hay un tonto de guardia) es el del agua. Desde los agricultores a los políticos, desde el primer experto hasta el último vecino, todos son conscientes de que su escasez es la principal amenaza que se cierne sobre el futuro. A pesar de su optimizado uso en los invernaderos y de las infraestructuras y obras que se han construido en los últimos años, el aumento de las hectáreas productivas y el crecimiento demográfico ha aumentado el nivel de demanda, situándonos en el abismo cuando la sombra eterna de la sequía cubre nuestros campos y, como escribió Álvarez de Sotomayor, “los soles y el viento han desquebrajao/astiles y trillos: to lo que es maera./Crujen los postigos, s´agrieta el arao/y zurren a cañas d´una rastrojera /los palos de olivo del viejo chambao”.
Ala derecha, José Luis Sánchez Teruel y Gabriel Amat junto a Pedro Sánchez, Gerren y Consuelo Rumí (Foto: archivo de La Opinión de Almería) |
He regresado a estos versos de La Seca, la poesía mas famosa del escritor de Cuevas del Almanzora, para que ningún fundamentalista de urgencia achaque a la expansión del sector agrícola las causas del déficit hídrico convirtiendo, así, a la víctima en verdugo. El problema de la escasez de agua en la provincia es milenario y es precisamente ahora cuando mejor se utiliza un recurso tan escaso siempre.
Hasta ahora han sido los agricultores los que más decididamente han optado por el uso racional del agua. Les iba y les va la vida en ello, y hubiera sido y será un suicidio no continuar haciéndoloDurante siglos los almerienses dedicaban media vida a mirar al cielo para atisbar si habría tormenta y la otra media para ir detrás de un santo rogándole por la mañana que lloviera y rezándole por la tarde para que dejara de llover. Afortunadamente esta dependencia celestial ha perdido su exclusividad y se ha despojado de la maldición de inevitable. Los políticos no gobiernan la lluvia, pero los gobiernos sí pueden -y deben- gestionar la abundancia o escasez del agua. Hasta ahora han sido los agricultores los que más decididamente han optado por el uso racional del agua. Les iba y les va la vida en ello, y hubiera sido y será un suicidio no continuar haciéndolo. Pero ellos solos no pueden disipar la sombra amenazante de la escasez. Es preciso que los responsables políticos asuman que es a ellos a quienes compete acabar con la amenaza.
Hasta ahora todos han mostrado su preocupación por el problema y la voluntad por ocuparse en su resolución. Les creo. Sinceramente, les creo. Pero la voluntad, como la creencia, es un viento efímero si no encuentra en la realidad normativa, en las cifras presupuestarias y en las decisiones consensuadas su acomodo. Por eso -y para que las palabras traspasen el umbral de las buenas intenciones- sería bueno que Gabriel Amat y Jose Luis Sanchez Teruel hicieran lo que no han hecho nunca: reunirse y elaborar una estrategia compartida que disipe la amenaza y contribuya a construir una solución eficaz y duradera a nuestro déficit hídrico. En privado, sin altavoces, huyendo de cualquier ruido que pueda perturbar el alcance de un acuerdo razonado.
Amat y Teruel no se fían el uno del otro. El síndrome cainita, tan inevitable, tan inútil, no concede ninguna razón al adversario y acaba generando un sentimiento de desconfianza de imposible desaparición hasta que el tiempo les aleja del Poder y el rencor duerme y la crispación descansaNo tengo muchas esperanzas de que esta sugerencia de encuentro entre los lideres de los dos partidos con responsabilidades de gobierno en Madrid y Sevilla satisfaga a ninguno de los interpelados. En el espacio tribal de la política, para los hooligans de uno u otro partido la discrepancia es siempre inocente y el acuerdo sospechoso. Pero esa desesperanza se aminora si los dos son capaces de mirar a los ciudadanos antes que a sus militantes. Amat y Teruel no se fían el uno del otro. El síndrome cainita, tan inevitable, tan inútil, no concede ninguna razón al adversario y acaba generando un sentimiento de desconfianza de imposible desaparición hasta que el tiempo les aleja del Poder y el rencor duerme y la crispación descansa.
Las rutinas que a nada conducen se pueden cambiar. Solo hace falta que uno y otro piensen más allá de lo que alcanza la vista de sus intereses de partidoEs muy difícil que los dos dirigentes rompan esa desconfianza construida durante años en los que no han mantenido ni una sola reunión a solas sobre los temas que mas afectan, no a sus partidos, sino a los almerienses. Pero las rutinas que a nada conducen se pueden cambiar. Solo hace falta que uno y otro piensen más allá de lo que alcanza la vista de sus intereses de partido. Y eso, cuando se anteponen los intereses de la provincia a los de partido, no es tan difícil. Solo es cuestión de voluntad. Almeria se juega el futuro con el agua. Que Amat y Teruel no jueguen con el por un puñado de votos. Si quieren acertar con su destino están condenados a buscar estrategias compartidas. Si no lo hacen, el sentimiento íntimo del desgarro por no haber hecho lo que debían hacer les acompañará siempre. En la política hay citas a las que hay que acudir.
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