El terrible triángulo del disimulo


Antonia Sánchez Villanueva
Subdirectora de La Voz de Almería

Hay gestos que solo se pueden interpretar correctamente a tiempo pasado, cuando la información arroja nueva luz sobre ellos. Hay actitudes que resultan prácticamente imperceptibles y que, sin embargo, la siempre tenaz realidad acaba revelando en toda su clarividencia. Hay palabras que solo cobran auténtico significado cuando se levanta el velo sobre la verdad. ¿Cómo pudieron Ángel y Patricia, los padres del pequeño Gabriel, mantener ocultos sus verdaderos sentimientos hacia Ana Julia cuando aparecían junto a ella -o ella junto a ellos - albergando ya, como hoy sabemos que lo hacían, fundadas sospechas sobre su participación en la desaparición de Gabriel? 

Ana Julia Quezada y Ángel Cruz, el viernes en la Diputación.   Néstor Cánovas.

Ocurrió el viernes pasado en el Patio de Luces de la Diputación Provincial de Almería. Los fotógrafos y cámaras de televisión, que los había a decenas, captaron en el centro de la escena imágenes de un abrazo aparentemente tierno y de afecto entre Ángel, el padre del niño desaparecido, y su pareja desde hacía un año. Era un abrazo apretado, con apariencia de consuelo, de cariño. Y, a muy pocos centímetros de distancia, observando con la mirada triste y perdida, Patricia, que parecía querer sumarse a ese abrazo y completar el triángulo de la tristeza compartida. 

Hoy tenemos la certeza, porque lo ha dicho la propia Patricia, de que cuando se producía esa escena ya Ana Julia era a sus ojos sospechosa de haber hecho desaparecer a su hijo. Sabemos también que Ángel guardaba recelos de su pareja y circula la información, no hecha oficial en ningún momento, de que los investigadores habrían hecho partícipes a los padres del pequeño de que Ana Julia estaba en el centro de su foco. Y les habrían pedido que actuaran como si no lo supieran para no frustrar la localización del menor
Uno de los rasgos que definen a personalidades frías y calculadoras, con total ausencia de empatía hacia los sentimientos de los demás, es precisamente su capacidad de mimetizar las actitudes sociales y comportamientos propios de cada situación
En ese abrazo, la que ya es asesina confesa disimulaba para no dejar traslucir nada que delatara su terrorífico secreto. Dicen psicólogos expertos que uno de los rasgos que definen a personalidades frías y calculadoras, con total ausencia de empatía hacia los sentimientos de los demás, es precisamente su capacidad de mimetizar las actitudes sociales y comportamientos propios de cada situación. Y lo que requería una situación como la que vivían los padres de Gabriel ese viernes era un comportamiento de empatía con el dolor. Ahora reconocemos que resultaba forzado y buscaba siempre un oportuno flash. 
    
Disimulaban Patricia y Ángel en su pena infinita, aferrados a la esperanza de que la contención de sus sentimientos más íntimos hacia la mujer sospechosa tendrían como resultado un final feliz, el mejor final, la recuperación de su hijo vivo. Sus palabras de aquellas horas, insistiendo en que quien tuviera al niño lo dejara en algún lugar público, que no habría represalias, dirigiéndose a esa persona anónima como si supieran de su existencia, han adquirido después un sentido pleno. De esa esperanza debía nacer su fuerza para mantenerse enteros y no dejar entrever sus sospechas. Una entereza que, a la postre, ha permitido a los investigadores cerrar el caso, aunque con el peor final posible. 

Las televisiones y los objetivos de los fotógrafos mostraron a toda España en tiempo real la escenografía de un triángulo del disimulo perfecto... o casi, porque hay quien hoy dice percibir en ese abrazo un cierto aire de distancia de Ángel hacia Ana Julia. Pero eso es hoy.

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