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La Unión Europea a pesar de todo


Félix
de la Fuente Pascual

El desencanto frente a la integración europea es algo que viene ya de lejos. No debemos asombrarnos, por tanto,  ni debe cundir el desánimo por que un juez alemán se haya creído el árbitro supremo en la interpretación de la Euroorden al poner sus propias condiciones a la extradición de Puigdemont. Aunque estemos ante un tema que afecta directamente a la existencia misma de la UE, esta utopía que nace con el deseo de derribar fronteras y de superar nacionalismos y que después de 60 años se encuentra ahora con un resurgir peligroso del nacionalismo y de fronteras legales, esto no debe darnos pie para aflorar nuestro propio nacionalismo profundo.

Soltamos improperios contra la UE porque un juez no español o algún político europeo muestra simpatía por el independentismo catalán, cuando estamos viendo cómo hacen esto mismo otros políticos españoles o incluso cómo partidos políticos españoles llamados constitucionalistas  están colaborando  con partidos independentistas  (tripartito, Gobierno del País Vasco y un largo etcétera).

Tanto o más peligrosos  que los nacionalismos regionales son los nacionalismos estatales. Querer aplicar la Euroorden según el propio criterio y según las normas del propio país es un nacionalismo peligroso que amenaza con dinamitar los fundamentos de la construcción europea. Aplicar la legislación de la UE como a cada juez le parece bien y según la legislación nacional, es decir, que por encima de la legislación de la UE está la legislación nacional, es volver de nuevo a los nacionalismos, es levantar barreras entre los países y, por tanto, entre los ciudadanos; es olvidarnos de que a pesar de las deficiencias de la UE, ésta nos ha proporcionado a los europeos el más largo período de paz de los tiempos modernos, es olvidarnos de las muchas cosas buenas que nos ha aportado estar dentro de la UE.  Algo bueno debe de tener cuando tanto interés tienen Putin y Trump en destruirla. 

Sin embargo tenemos que reconocer que hay mucho nacionalismo en Europa. La simpatía que encuentra Puigdemont en Alemania o en Bélgica ni es casual ni es fruto de la pericia de los independentistas o de la impericia de los gobiernos españoles. Hay mucho independentismo regional, porque hay mucho nacionalismo de Estado. Y este nacionalismo de los Estados es lo que está  haciendo que Europa no funcione, que no pueda afrontar los grandes problemas sociales y que los ciudadanos se sientan desilusionados por la integración europea.

Hace ya mucho tiempo que los cuestiones importantes de Europa quedan fuera del control de las Instituciones de la UE (Parlamento Europeo, Comisión y Tribunal de Justicia), y se deciden  en el marco llamado intergubernamental, que no es el marco propio de la UE. Caminamos hacia una Europa de gobiernos y no de ciudadanos, hacia una confederación de Estados y  no hacia una Unión Europea.

Esperemos que los gobiernos se lleguen a poner de acuerdo sobre la aplicación de la Euroorden o, en caso contrario, tengan la suficiente modestia para recurrir al Tribunal de Justicia de la UE -de Luxemburgo- en una cuestión prejudicial, como se suele hacer en casos similares, para que el Tribunal decida cómo debe aplicarse la Euroorden. En las últimas décadas los gobiernos han venido poniendo trabajas tanto al Parlamento Europeo, como a la Comisión e incluso al Tribunal de Justicia, y todo esto con el consentimiento de los partidos nacionales. ¿Quién está impidiendo que la UE no funcione? No son los funcionarios de Bruselas.

Los nacionalismos regionales no desaparecerán mientras en Europa sigan primando los nacionalismos de Estado. A pesar de todo, no hay otro camino que la UE.

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