Emilio Ruiz
➤El levantamiento del sumario de la causa seguida por la muerte del niño Gabriel Cruz, por parte del Juzgado de Instrucción número 5 de Almería, ha puesto al descubierto una vez más la ausencia total de escrúpulos de Ana Julia Quezada y las abundantes lágrimas de cocodrilo que derramaba no solo antes de su detención, sino incluso desde la cárcel. La autora confesa del crimen ha escrito desde El Acebuche una carta a quien era su compañero sentimental y padre del pequeño, Ángel Cruz, que son todo un canto a la maldad humana. “No tuve el valor suficiente para decirte que por un lamentable accidente te quité lo más grande que uno puede tener: un hijo”, escribe en esa misiva, mientras añade: “…lamento todo el daño que he hecho, sobre todo a Gabriel, a ti y a Patricia y a todos los familiares”.
Lágrimas de cocodrilo |
El relato ofrecido por Ana Julia Quezada sobre el desarrollo de los hechos, una muerte accidental durante una discusión, carece de toda credibilidad. Las pruebas recopiladas durante la instrucción demuestran la existencia de “un macabro plan criminal” para el asesinato. No fue un accidente, como lo prueba el hecho de que se observen “varios traumatismos en la zona craneal” producidos durante la maniobra para asfixiar al niño. La acusada golpeó presuntamente al pequeño contra una superficie plana como el suelo o la pared, un comportamiento violento incompatible con un accidente.
En los días previos a la detención de Ana Julia, miembros de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil colocaron en su coche micrófonos ocultos, autorizados por el magistrado Rafael Soriano. El día de su detención, Quezada llegó a la finca de Rodalquilar a las 10:42 horas del 11 de marzo. A las 11:10 desenterró el cuerpo del niño, oculto junto a una alberca, y lo cargó en el maletero de su turismo entre telas. En el trayecto hacia Vícar, los micrófonos captaron el siguiente monólogo de la declarada culpable. “¿No quieren un pez? Le voy a hacer un pez... mis cojones”. Su intención era deshacerse del cuerpo lo más rápidamente posible. “¿Dónde lo puedo llevar yo? A algún invernadero”, se oye decir en otro de sus monólogos. En la segunda sesión de declaración antes de ingresar en El Acebuche Ana Julia oyó sus propias palabras. Con una pasmosa frialdad manifestó que no se reconocía.
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