Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
➤Sostenía
Tarradellas que lo único que no podía permitirse un político era hacer el
ridículo. Pues bien, hay veces que tengo la tentación de caer en el error
de pensar que algunos no saben hacer otra cosa. Su ventaja es que, cuando se
despeñan en él, cuentan con
aliados para no caer en el abismo de su propia vergüenza como la
debilidad de la memoria colectiva y la ausencia de cualquier atisbo de
pensamiento crítico entre la inmensa mayoría de quienes les votan. Si la vida
transcurriera por otras vías y no contaran con tan potentes aliados, algunos no
podrían soportar la intensidad del sol de la calle sobre el rostro sonrojado de
impudor con que ya salen de casa.
El ultimo episodio de este Guadiana menor de incoherencias mayores, de esta
parrala de que sí, que sí, que esto es urgente, que no, que no, que no lo es,
es el chacachá del tren en la provincia. Hace unos días Podemos presentó dos
proposiciones no de Ley en la Comisión de Fomento del Parlamento Andaluz en la
que pedían la reapertura de la línea Guadix- Almendricos y una línea férrea
entre la capital y el poniente, a las que hay que sumar otra aprobada
anteriormente pidiendo un cercanías para el Bajo Andarax. Las proposiciones
fueron aprobadas por unanimidad. Ninguno de los doce parlamentarios
almerienses, por ellos o a través de sus compañeros en la Comisión, tuvo la
valentía de mandar parar y decir la verdad: ninguna de esas aspiraciones es viable y, por tanto, dejemos de intentar
engañar a los ciudadanos. Nadie lo hizo. Para qué, pensarían, si dentro
de unos días nadie se acordará de esta pirotecnia parlamentaria.
Llevábamos contemplando cómo el gobierno del PP situaba siete años en vía
muerta la llegada del AVE a Almería y, ahora que el tren ha salido de aquella
estación después de tanta razón socioeconómica como presión de un colectivo
potente pero reducido ( no nos confundamos: aquí no ha habido manifestaciones
abrumadoras como en Murcia; para qué, que protesten otros), lo único que se les ocurre a los políticos y
a algunos cofrades de la utopía no es fiscalizar el cronograma técnico y
económico previsto para la llegada de la alta velocidad en el 2023, que
es lo que habría que hacer, sino ampliar la playa de vías de la ensoñación y
plantear nuevos trenes para el Almanzora, el Andarax y el Poniente. Ya puestos
y puesto que el papel (y la demagogia) lo aguanta todo, no sería de extrañar
que alguno de estos bienaventurados de guardia salga un día de estos reivindicando
el tranvía de la bahía y el metro desde Pescadería a El Puche. Cuarenta años
después, el mayo francés con su proclama de “seamos realistas, pidamos lo
imposible”, ha llegado a Almería.
Soñar ha sido siempre un terreno fértil
para las emociones poéticas y para los delirios proféticos, pero en el
espacio donde se gestionan los intereses estratégicos compartidos, tan marcados
siempre por la realidad, la ensoñación es un ejercicio inútil que solo conduce
a la frustración.
Almería necesita con urgencia un AVE que le una con Madrid y Barcelona por el levante y un tren de altas prestaciones que nos conecte con Andalucía a través de Granada
Almería necesita con urgencia un AVE que
le una con Madrid y Barcelona por el levante y un tren de altas prestaciones
que nos conecte con Andalucía a través de Granada. Y punto. Todo los demás son
sueños de una noche de lirismo utópico y borrachera parlamentaria.
El paso lento del tren del Almanzora por los ocres desolados de sus tierras o
por los aislados oasis de sus naranjos forman parte de la memoria sentimental de quienes comenzamos
a amar el machadiano cielo azul y aquel sol de la infancia mientras nos
cobijábamos a la espera de su llegada sentados en sus andenes. Desde aquellas
estaciones asistimos con inquietud a la llegada de algún familiar y con desazón
a la partida de quienes desde el llanto contenido se despedían en busca de
trabajo de aquellos a los que tanto querían.
Aquel tiempo de cerezas y limoneros se fue para no volver en aquel tren que
cruzó el valle en el atardecer del último día de 1984. Nada hay más destructivo que la irrelevancia y
en aquellos vagones solo viajaba ya la melancolía emocional de quienes un día lo
llenaron de vida. Los coches habían llegado a los pueblos y nadie tarda cuatro
horas en llegar a Granada o a Murcia sobre dos vías pudiendo hacerlo en dos
sobre cuatro ruedas.
Otro tanto sucede con el imaginario de un tren de cercanías con el Andarax. La
mejora de las comunicaciones con los pueblos que salpican el rio, la comodidad
funcional del coche particular y el escaso nivel demográfico de quienes viven
en sus pueblos lo hacen irremediablemente inviable. La demanda de un cercanías para los pueblos del
rio es una ficción dibujada en el romanticismo ferroviariotardío de
quienes aman el tren por encima de todas las cosas.
Nadie (o casi nadie) cogería ese tren porque nadie (o casi nadie) está
dispuesto a perder más tiempo en la llegada y en la espera en sus estaciones
que el que tardaría en llegar a la capital en el coche. Lo curioso es que,
quienes más lo demandan, son aquellos que claman contra el traslado de la estación término de Almería a la de
Huércal mientras se hace el soterramiento de El Puche alegando que
eso supondrá mayor tiempo de viaje para quienes vayan desde la capital a Madrid
o Sevilla. Y el tiempo del traslado desde cualquiera de los pueblos del rio un
día tras otro para quienes utilizaran ese tren de cercanías, ¿no sería mayor -y
para siempre-, que el que tardarán los viajeros que, solo durante los próximos
doce meses, viajen a Granada, Sevilla o Madrid?
Cuestión distinta es un futuro tren que
una el Poniente con la capital. Aquí la demografía, como factor
limitante, no existe (al contrario, en esa comarca viven mas de 250.000
almerienses, frente a los poco mas de 35.000 del Andarax). El problema, por
tanto, no es demográfico, pero sí orográfico y, sobre todo, económico. El
laberinto, tan rico como endiablado de una geografía en la que conviven pared
con pared el ladrillo de las casas con el plástico de los invernaderos, hace
que resulte quimérico diseñar un trazado funcionalmente racional y
económicamente sostenible.
Así las cosas, déjense sus señorías de ensoñaciones parlamentarias en las que ni ellos creen de verdad y pongan el cerebro
sobre la realidad y no sobre el delirio. Y, sobre todo, dejen de hacer el ridículo. Todavía están a tiempo.
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