Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
➤Lamentablemente las elecciones andaluzas de diciembre se van a acabar
convirtiendo en una matizada primera vuelta de las generales de un año después
(o antes si el independentismo se lanza al abismo que abandera Puigdemont). La
guerra entre Casado y Rivera por el voto más radical de la derecha va a
convertir el 2-D en un campo de batalla en el que cada uno buscará consolidar
sus posiciones chapoteando, si es necesario, en el fango de esa España de
charanga y pandereta que tanto despreciaba Machado.
2-D |
La balacera de las últimas
semanas aumentará a medida que pasen los días y el pequeño espacio para la
reflexión que los gritos dejan en cualquier campaña será aniquilado. Las causas
que propiciarán estas consecuencias están claras. Vayamos a ellas. Susana Díaz
quería, por convicción pero también por interés, un debate andaluz en el que la
política nacional solo se proyectara de forma tangencial. La marca PSOE está
hoy más fuerte que en 2015, pero la yenka continua de un Gobierno más de gestos
que de gestión genera riesgos indeseados como el ocurrido con el buenismo de la
ministra de Defensa con su oposición inicial a la venta de armas a Arabia
Saudí. Un riesgo al que habría que añadir el coste que puede tener en parte de
su electorado la relación de dependencia que Pedro Sánchez mantiene con Podemos
y la pasividad con que el Gobierno se comporta ante los desafíos, hasta ahora
solo estéticos, del independentismo.
Casado sabe que cualquier descenso electoral del PP supondría un coste inevitable en su estrategia para prolongar el “efecto” emocional que su elección supuso para la militancia del PP
Esa era la pretensión de la presidenta
andaluza. Una pretensión a la que no accederán ni Casado ni Rivera. La lucha
entre los dos va a ser encarnizada porque los dos son conscientes de lo que se
juegan. Casado sabe que cualquier descenso electoral del PP supondría un coste
inevitable en su estrategia para prolongar el “efecto” emocional que su
elección supuso para la militancia del PP. Mantener el suelo actual del PP en
Andalucía, con 33 diputados, o aumentarlo, supondría que la prolongación de
este efecto dejaría de estar reducida en los limites orgánicos y se proyectaría
en el sector de votantes tentados por la opción de Ciudadanos o por la de Vox.
Por el contrario, si los populares están más cerca de los veinticinco
parlamentarios que de los treinta, la crisis sería inevitable, aunque quedaría
circunscrita a Andalucía con la convocatoria de un congreso regional
extraordinario. Si la aritmética electoral situara al PP igual o por debajo de
Ciudadanos, opción posible, pero no probable, casi quimérica, la tierra se
abriría ante Casado y el PP entraría en un laberinto de desaliento profundo. El
partido lo sabe y la militancia también. Compartir (y no digamos ya perder) la
hegemonía en la derecha andaluza sería un precedente de extraordinario impacto
en la moral recuperada de los populares tras el congreso de julio.
Rivera sabe que un buen resultado en Andalucía situaría a Ciudadanos en la posición privilegiada que tuvo hasta la desorientación permanente que le provocó el triunfo de la moción de censura
En la otra
trinchera Rivera sabe que un buen resultado en Andalucía situaría a Ciudadanos
en la posición privilegiada que tuvo hasta la desorientación permanente que le
provocó el triunfo de la moción de censura. Acercarse al PP o superarlo
(insisto: una opción quimérica, diga lo que diga la cocina del CIS)
consolidaría de forma extraordinaria una posición privilegiada ante las futuras
elecciones generales. Ciudadanos va, por tanto, a plantear batalla ciudad a
ciudad (el voto rural continua patrimonializado por PSOE y PP) y, en esa guerra
sin cuartel por el apoyo urbano, va a contar con el arma de captación masiva de
votos que encierra la capacidad de seducción política de Inés Arrimadas.
Mientras que a Rivera solo le teme el PP, a Arrimadas le temen PP y PSOE y una
campaña intensa y extensa de la política andaluza/catalana tendría un coste
innegable para sus competidores.
El estruendo del ´procés´ encuentra en
Andalucía un campo de resonancia más que notable y Arrimadas simboliza la lucha
contra el supremacismo independentista que, como el supremacismo castellano de
algunos dirigentes del PP, tanto ofende a los andaluces. La presencia de
Casado, Rivera y Arrimadas hará inevitable un relato en clave nacional que,
aunque no elimine el relato andaluz, sí lo reducirá. ¿hasta dónde? Eso dependerá
de la capacidad de Juanma Moreno y Juan Marín para ocupar o ´robar´ espacio a
sus líderes nacionales.
La diferencia entre las campañas del PSOE y las del PP y Ciudadanos es que aquella se está diseñando en Andalucía, mientras estas serán dirigidas (como las candidaturas) desde Madrid
Susana Díaz aprovechará con gusto (las vueltas que da
la política) el apoyo de Pedro Sánchez, pero no compartirá protagonismo. La
diferencia entre la campaña del PSOE y las del PP y Ciudadanos es que aquella
se está diseñando en Andalucía, mientras estas serán dirigidas (como las
candidaturas) desde Madrid. La campaña real ya ha empezado (si es que alguna
vez terminó la anterior) y, más allá de la inevitable guerra PP-Ciudadanos, el
debate sobre Andalucía, ya lo verán, prestará toda su atención al pasado
dejando para el futuro los tópicos de argumentario y las ocurrencias de última
hora.
Mientras el PSOE exhibirá con desmesura los logros alcanzados, PP,
Ciudadanos y Podemos (lo de Adelante Andalucía es una marca; quien manda es
Pode-mos), proclamarán con exageración las carencias. Todos estarán asistidos
de razones, pero ninguno tendrá la razón. Salvo en el catecismo, nada está
impregnado de mal sin posibilidad de bien alguno, como exhibe la oposición, ni
de aciertos permanentes, como defienden los socialistas.
Treinta y seis años de gobierno sin alternancia es tiempo suficiente para impulsar políticas de progreso y para cometer el pecado de no haber propiciado en toda su exigencia políticas de cohesión territorial, dos situaciones en las que Almería ha sido y es un buen ejemplo
Treinta y seis años de
gobierno sin alternancia es tiempo suficiente para impulsar políticas de
progreso y para cometer el pecado de no haber propiciado en toda su exigencia
políticas de cohesión territorial, dos situaciones en las que Almería ha sido y
es un buen ejemplo. En cuarenta años de autonomía hemos avanzado pero
continuamos siendo una provincia de extramuros a las que las autovías, los
hospitales o el desarrollo académico llegaron y continúan llegando más tarde
que otras provincias y, a veces, como en el materno infantil o la autovía del
Almanzora, con retrasos que sobrepasan el insulto si miramos en el calendario
cuándo se prometieron y cuando se terminarán.
Y lo peor es que estos retrasos
han sido compartidos. A Almería han llegado y llegarán tarde las
infraestructuras que competen a la Junta y las que son responsabilidad del
Gobierno. En eso sí que han coincidido los gobiernos del PSOE y del PP. Que
nadie utilice ese argumento. Los dos han sido responsables de esa injusticia.
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