Garf
Siodos
➤ Vivo en un estudio situado en
la primera planta de un viejo y estrecho edificio de cuatro alturas. Somos
cuatro inquilinos en total. Toca a uno por planta. Tres chicas y quien esto
escribe. ¿Y a qué viene todo esto ? Pues viene a cuento de que a veces hay
hechos que encierran su aquel, que tienen tuétano de misterio. Sea el azar, sea
el destino, sea lo que sea, son hechos significativos, sincronicidades. ¿Y qué
entiendo por hechos significativos? Pues son aquellas coincidencias altamente
improbables y que tienen consecuencia positivas o negativas a quienes le suceden.
Bye, bye, hombre araña |
La anécdota tuvo lugar hace
unos días. Salí de casa al mediodía para
hacer compras después de venir de vuelta de tomar el acostumbrado café en La
Marmota, que tomo siempre y en compañía de un buen amigo. Bien, bajé las
escaleras y abrí la puerta que comunica a la calle. Hasta aquí todo normal si
no fuese porque estaba el cartero tratando de entregar un paquete a la vecina
del tercero. Pero no estaba. Es una vecina guapa con la que no coincido por ninguna parte desde hace ya demasiado
tiempo, o eso debía estar en mi no tan inconsciente inconsciente.
¿Y por qué el
inconsciente de mi inconsciente me traicionó? Porque sentí que surgía en mí el
irresistible impulso de ofrecerme a entregarlo personalmente. Y así lo hice.
Bien, sea como fuere en ese momento descubrí, con cierta sorpresa, que el reptil, un viejo conocido mío, que habita por
algún lado de mi sistema nervioso, había decidido no hibernar definitivamente.
Pero no me detendré más en estas cuestiones que no son importantes.
Lo
realmente importante es que en quinientos días aproximadamente que resido en
esa caja de cerillas nunca me había parado con nadie en la puerta de la calle.
Puede que alguien se esté preguntando qué tiene esto de especial. Pues nada si
no fuese por el pequeño detalle de que mientras hablaba con el funcionario me di
cuenta de que no tenía las llaves de casa. Subí
escaleras arriba mirando aquí y allá con un nudo en la garganta por la inesperada
situación. Y es que a nadie se le da
bien entrar por la ventana después de romper el cristal, aunque se trate de un
primero. Y, ¡alehop! ¡Allí estaban! ¡En la cerradura!
Suspiré
profundamente y la tranquilidad se
convirtió nuevamente en sangre en mis venas. El hecho es que si no hubiese
encontrado al entregado cartero hubiese cerrado la puerta de la calle al
salir y no podría volver a abrirla
después de regresar de las compras, y no podría haber hecho la comida, ni ducharme,
etc., para salir corriendo poco después al trabajo y no regresar hasta casi
medianoche, porque las valiosas llaves
de todas las puertas dormían plácidamente olvidadas en la cerradura de mi
puerta, en la primera planta, y porque por
las mañanas no hay nadie en el edificio para abrirme la puerta de la
calle.
Quinientos días a unas cuatro
veces al día en promedio que salgo a la
calle son unas dos mil veces que nunca me paré con nadie, que nunca olvidé las
llaves. Y ese día justo coincide que me paré... y las olvidé. Y mi viejo y
conocido reptil, ese que todavía ha decidido no morirse, me salvó de rebote.
Tal vez, en un universo
paralelo, en otra línea del tiempo, mi otro yo esté escribiendo unas líneas
parecidas a estas describiendo como la
muerte de su viejo amigo el reptil lo llevó a la araña, a ser el hombre araña
quiero decir, tras subirse a la ventana del primer piso y romper el cristal
para entrar en casa tras dar por hecho el haber perdido las llaves.
Bye, bye, hombre araña. Thank´s, mi querido y viejo amigo hombre reptil.
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