Manuel Zaguirre
Exsecretario General de la USO
Hay
películas, libros o músicas que no puedes evitar ir a por ellas en cuanto sabes
que están ahí. Es el caso del documental sobre Marcelino Camacho al
cumplirse el centenario de su nacimiento, “Lo posible y lo necesario”, que se
estrenó hace unos días. Aparte el hecho de que conocí a Marcelino en el 1972, en la
cárcel de Carabanchel, compartiendo con otros muchos presos una rica tarta que
nos envió su abogado para celebrar que concluía su condena. El abogado, por
imperativos de la reconciliación nacional y el pacto para la libertad, era nada
menos que don Joaquín Ruiz-Gimenez, el inolvidable democristiano de izquierdas
al que tanto le debe también la USO, probablemente sin saberlo. El abogado de
los heroicos represaliados por el franquismo a causa de la más larga huelga en
la historia de España, la de “Laminación de bandas en frío”, de Noviembre del
66 a Mayo del 67.
Marcelino Camacho y su esposa, la almeriense Josefina Samper, en una foto de archivo de TVE |
Desde aquel frío marzo del 72 y durante los
casi 40 años posteriores traté a Marcelino con una cierta intensidad. Un
artículo mío publicado en un libro que editó CCOO con ocasión de un homenaje en
su 90º cumpleaños resume esas décadas desde mi perspectiva. Lo titulaba, creo recordar,
“A Marcelino Camacho con afecto, respeto … y disenso”.
El
caso es que me encaminé al cine como tenía previsto, uno de esos diminutos
herederos de aquellas salas de cine míticas con cientos y miles, incluso, de
butacas. En el vestíbulo, esperando a que nos cortaran la entrada y dieran
acceso a la sala correspondiente, me aborda una pareja metida en años. Me
preguntaron que si yo tenía parentesco con Gregorio Lopez Raimundo, el mítico
líder del PSUC al que Raimon compuso una canción –“Te conocí siempre igual como
ahora”- cuando vivía en Barcelona en rigurosa clandestinidad.
Les dije que no
tenía relación o parentesco alguno, salvo haberlo saludado un par de veces al
arranque de la Democracia. La señora insistía en el parecido físico, no
obstante. En éstas, irrumpen dos hombres, de mi edad más o menos, que me
preguntan si soy quién soy y si tuve la responsabilidad que tuve en la USO.
Mientras estoy asintiendo al interrogatorio de mis dos nuevos identificadores,
la señora que me emparentaba con López Raimundo exclama: “Claro, ya me lo
parecía, usted es tal y tal, por eso me sonaba…”.
Los dos hombres resultaron
ser compañeros de trabajo de la empresa que yo dejé para pasar a la
clandestinidad en 1971, Albiac y Aldea. Aquella empresa, el extinto Banco Ibérico,
me pagaba casi 14.000 pesetas cuando me fui, y en la USO me pagaban –me pagaba,
porque tesorero fue mi primera responsabilidad en el comité confederal- 8000
pesetas. Fue el inicio de una carrera
fulgurante como el tiempo se encargó de confirmar.
Vamos
al documental sobre Marcelino. En la sala habríamos 50 ó 60 personas, y noté
una íntima amargura. No ví a nadie de
relevancia pública, salvo a Juan Carlos Gallego, al que saludé, el anterior
secretario general de CCOO de Catalunya. Antes de la proyección un muchacho
hizo una suerte de presentación, habló del carácter cooperativo del proyecto y
dejó caer que estaba el “psuc viu” dando impulso (un grupúsculo con más
nostalgia que militantes). Por cierto, al acabar la proyección, una muchacha
hizo algo parecido pero en nombre de Iniciativa per Catalunya. Pequeños tirones
sectarios por la memoria de Marcelino.
Cinematográficamente
hablando el documental es impecable, bien estructurado, con ritmo y presencias
simbólicas muy emotivas, con una excelente banda sonora. Pivota todo sobre la
figura y trayectoria de Marcelino Camacho a través de sus propias declaraciones
y relatos, al que acompañan sus seres más queridos: la entrañable Josefina y
los hijos.
En
estos tiempos de supuesta modernidad y pragmatismo extremo (sabido es que la
sobredosis de pragmatismo desemboca indefectiblemente en la corrupción) la vida de Camacho vertida en el documental
es una obra que debe ver todo el mundo, muy en especial la gente más joven, una
buena parte de la cual sufre sin saber muy bien por qué e, incluso, lucha sin
una idea precisa de cómo y para qué. No en balde estamos ante el centenario de
un hombre -también de una familia, de una generación de militantes, de un país-
que luchó insobornablemente desde su adolescencia en aquella Soria, símbolo
doliente de la España más atrasada y olvidada y del sometimiento de sus clases
populares, hasta su última despedida en una casa y un barrio muy humildes de
Madrid, por lo más elemental y básico para que la condición humana tenga un fundamento
de dignidad: la Libertad y el Trabajo y la acción sindical y política acordes a
esos objetivos permanentes sea cual sea el tiempo histórico en el que toca
pelearlos y defenderlos… Casi un siglo de lucha trufado de exilios, represiones, cárceles, halagos y
traiciones de propios y ajenos…
En
tal sentido, el documental refleja con gran valor la vida y trayectoria de
Marcelino, lo cual, por otra parte, no es muy difícil, pues era cristalino y
lineal y leal a sí mismo y a su cosmovisión de la Vida. Y era así para bien,
para regular y para mal. Por eso, insisto e imagino, que la convivencia
militante con él tenía que ser necesariamente un equilibrio entre altas dosis
de afecto y respeto y las inevitables de disenso. Vayan a verla o adquiéranla
cuando salga a la venta, y ustedes mismos, jóvenes sobre todo, se hacen una
idea; mucho mejor que lo que yo pueda contarles.
Quiero
concluir expresando dos reservas no menores sobre el documental, ambas ajenas
al protagonista del mismo: Aparecen
hacia el final, a modo de evaluación histórica, algunos líderes de CCOO que,
unos con otros, ensalzan la figura y trayectoria de Marcelino Camacho con grave
desmemoria o memoria torcida de su comportamiento con o contra él, sobre todo
en la última etapa de su liderazgo en CCOO, amén otras omisiones o desenfoques.
Me refiero a temas como la transacción del poder sindical de CCOO por la
legalización del PCE, el pacto secreto por el que se prohibió y se reprimió
violentamente el 1º de Mayo del 77 pese a estar ya legalizados los sindicatos
democráticos, los intentos de negociación sindicatos-gobierno de Suarez
deliberadamente abortados en el verano del 77, de cuyo aborto vinieron los
llamados “pactos de la Moncloa”, o el sórdido navajeo en CCOO para despojar a
Marcelino de la presidencia y arrumbar a su gente al trastero… Me enojan mucho
los ejercicios de blanqueo histórico, pero el enojo llega a la indignación
cuando se trata de acontecimientos en los que tuve presencia y participación
destacada.
El
documental constriñe el universo de Camacho al PCE y a CCOO. Erróneo enfoque,
creo yo. Proyectó y midió mucho más que eso. Un servidor, y la USO en
consecuencia, aparecemos tres o cuatro veces en el documental; son imágenes
ineludibles, pero el guión nos ignora por completo. Ocurre casi lo mismo con la
UGT pese a ser el partenaire de CCOO –no siempre con el entusiasmo de
Marcelino- en este rigodón bisindical de los últimos 40 años. Es el derecho del
o los guionistas.
Marcelino,
conservo, lo que no sé es exactamente dónde, aquellas postales manuscritas por
ti, y en menor extensión por Josefina, con ocasión de la Navidad. Pienso
que en algún lugar estarán las que os
enviaba yo. Ahora, como si del texto de una postal ya próxima se tratara, te
digo que fue un gran honor conocerte y compartir contigo tantos sueños sobre la
primacía del Trabajo y de una sociedad fundada en él y en sus mejores valores
inherentes, y que para mí ocupas una plaza destacada en la Historia de la Clase
Trabajadora y del Movimiento Obrero y Sindical de España. Gracias, compañero.
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