Juan Moreno, el periodista almeriense que desenmascaró al laureado Claas Relotius


Manuel León
Periodista

➤ Puede que fuese el colmillo retorcido que siempre se atribuye a la gente levantina o el carácter indómito del que no se conforma con que le mojen la oreja en el tablero de juego. Lo cierto es que Juan Moreno Vilar (Huércal-Overa, 1972),  intrépido reportero del Der Spiegel,  receló desde un principio de la veracidad del relato que había firmado  ese día su colega Claas Relotius, una de las estrellas más rutilantes del periodismo alemán de los últimos años, ganador de cuatro premios Reporter Forum -los Pulitzer germanos- por sus conmovedoras historias, una racha que nadie había conseguido encadenar hasta ahora.

Juan Moreno Vilar (La Voz)

El almeriense, que emigró con sus padres a Alemania siendo un niño en busca de una vida mejor, recibió una llamada de su jefe, quien le sugirió hacer ese reportaje que él mismo había propuesto, pero a pachas con el laureado Relotius, ese periodista del que todo el mundo hablaba con admiración -un Jabois a la bávara-, tanto por la sensibilidad de sus textos como por su dulce trato humano:  “Qué bien te sienta ese jersey”, le decía a las chicas por la mañana, o “no te levantes, te traigo yo el café”, a los compañeros.

Nadie de la redacción se planteaba cuestionar a Relotius. Nadie, menos Juan. “El reportaje consistió en que recogeríamos las dos caras de la frontera, entre México y EEUU, ante el conflicto existente en la Administración Trump”, recuerda. Juan fue con los mexicanos, que marchaban hacia el muro de Arizona comiendo frijoles y durmiendo al ras. Relotius, al otro lado de la valla, hablaría con los americanos fronterizos. “Volvimos a Berlín y cuando leí el borrador de su parte del reportaje, ví que aseguraba haber estado con un grupo armado de civiles con rifles que traspasaron el muro y tirotearon a mexicanos y les esposaron las manos”. El español no creyó al alemán: “Nadie pega tiros a nadie delante de un periodista, no es verosímil”. Y se lo dijo, pero el reportaje se publicó con el nombre de ‘La frontera del cazador’.

Pero dio la casualidad de que vio las fotos y reconoció  a uno de los supuestos tiradores, por un documental previo que había grabado. “Ese hombre no podía haber intentado matar a nadie, lo dije a mi jefe y no me creyeron, lo creyeron a él. Cogí un avión y me planté en Arizona y grabé al supuesto ‘cazador de mexicanos’ diciendo que el reportaje era mentira. Ni aún así sosperacharon de él, era como si  el delantero del Castellón, que era yo, acusara a Messi de dopaje”.

Juan, como buen cabezón almeriense, recurrió a otro reportaje en el que intuía que su colega había mentido también, el de un jugador de fútbol americano que se arrodilla todos los partidos en protesta contra Trump por la discriminación racial, a cuyos padres, supuestamente, Relotius había entrevistado. “El abogado del jugador envió un escrito asegurando que la entrevista nunca existió y, con eso, Claas ya se derrumbó y confesó sus mentiras”.

A partir de ahí, la editora de Der Spiegel, el semanario más influyente de Europa con 800.000 ejemplares de tirada, decidió emitir un comunicado de disculpa hace unas semanas. “Se ha armado una muy grande, y los lectores han enfurecido, he visto llorar como niños estos días a redactores de 60 años”, admite.

“Se ha creado una comisión para analizar todos los reportajes de Relatius -60 en tres años- y solo dos sostienen la prueba de la verdad, el resto están manipulados, se falsean fuentes y aparecen personajes que nunca han existido”, expresa el huercalense, que es ahora más popular en Alemania por el ‘Caso Relotius’, por desenmascarar al periodista fake, que por veinte años firmando intachables reportajes de investigación, mientra a la entrada de la redacción del Der Spiegel, en Hamburgo, la plantilla se sigue tropezando cada día al pasar con una frase del legendario fundador, Rudolf Augstein, que tiene la contundencia de las letras labradas en piedra romana: ‘Cuéntalo como es’.

Juan nació en la pedanía huercalense de El Puertecico  y aunque vive ahora en una ciudad de casi cuatro millones de habitantes, no se olvida de sus raíces aldeanas: huertas de naranjos y almendros, las cabras de su abuelo ramoneando el sembrado, su padre Juan Bautista cuidando la simiente. Todo eso queda muy lejos de la fría Berlín, pero a ese cordón umbilical vuelve cada año Juan Moreno -el nuevo Sherlok Holmes de las galeradas- a comer migas de su madre Francisca, a visitar a los primos y, sobre todo, a relajarse mirando al mar del Cabo de Gata, mientras recuerda esos viajes de 36 horas en un Ford Taurus, desde Francfurt, donde sus padres trabajaban revisando neumáticos en la fábrica Dumlop.

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