Pedro
Manuel de la Cruz
Director
de La Voz de Almería
➤ Ocurrió
en el mediodía adelantado del viernes 18 de enero. Pasaban pocos minutos de las
once y el patio de los siniestros del antiguo hospital sevillano de las Cinco
LLagas acogía ya a varias decenas de invitados a la toma de posesión del
presidente de la Junta. Sobre el mármol, bajo los soportales y entre los
jardines que rodean la elegancia renacentista de la antigua iglesia que hoy
acoge el salón de plenos del Parlamento, los asistentes se movían de un espacio
a otro, se saludaban, hablaban, detenían la atención en la llegada de Rajoy, en
la sonrisa satisfecha de Soraya Sáenz de Santamaría, en la seriedad agridulce
de Chaves, en los selfis interesados con Casado, en fin, el movimiento continuo
habitual de la espera; un movimiento ordenadamente desordenado en el que cada
vez transitaban más invitados y en el que solo una persona permanecía inmóvil.
Patricia Cruz (Loa) |
Una quietud que llamó mi atención antes que mi curiosidad. En medio de aquel
desfile continuo, Juan José Cortés, el padre de la niña Mariluz, asesinada
cruelmente en Huelva en 2008, permanecía custodiando la esquina derecha del
pórtico del templo y lugar de paso obligado para llegar hasta la puerta
principal por la que se accedía al Salón Multiusos en el que iba a tener lugar
la solemne toma de posesión del presidente electo.
Me extrañó tanto aquella
apariencia de custodia, aquella inmovilidad en medio de aquel transito continuo
de gestos y palabras que, en cualquier lugar que ocupara, mi mirada acababa, atraída
por el imán periodístico de la curiosidad, en aquella presencia cuya quietud
solo se veía perturbada por el paso precedido por las cámaras de televisión de
algún dirigente del PP y al que Cortés se acercaba para saludar con matizada
efusividad. Una efusividad que se desbordó cuando llegó a su altura Juanma
Moreno. Abrazos, palabras, segundos robados ante las cámaras y fotógrafos que
precedían al presidente y al que todos siguieron hasta su entrada en el salón
donde juraría el cargo. Todos, menos Cortés.
Nada mas alejarse el presidente,
dos trabajadores uniformados del Parlamento se acercaron a él- “vente, vente”,
le indicaron con tono imperativo-, y mientras futuros consejeros,
parlamentarios, representantes empresariales y sindicales y otros invitados le
seguían para entrar en la sala (sin éxito, ya estaba llena), el hombre de la
espera estática siguió con paso apresurado a quienes lo llamaban, quizá para
entrar en el salón por una puerta lateral situada en el patio contiguo.
Reconozco que me sorprendió aquella premeditada puesta en escena (la maldad
periodística, ya saben), pero la sorpresa se trastocó en bochorno cuando, días
más tarde y en medio de la euforia que acompañaba a los asistentes a la
convención del PP, Cortés, mientras centenares de personas buscaban
desesperadamente a un niño en la espesura negra de un pozo en Totalán, arengó a
quienes lejaleaban gritando “Julen, Juan Jose Cortes, el Partido Popular y
España entera está contigo”, en medio de los aplausos inconscientemente
impúdicos de los asistentes desde la comodidad partidista, mientras bomberos,
mineros, ingenieros, guardias civiles y voluntarios sí estaban, segundo a
segundo y palmo a palmo, con Julen y contra la montaña; una arenga a la que
siguió su presencia en el pueblo malagueño con declaraciones casi diarias a los
medios, con vigilia evangélica de rezos y cante incluida.
Pero como el
despropósito no tiene límites, días después escuché en televisión unas
declaraciones de Pablo Casado en las que calificaba a Cortés de asesor del PP
en temas como la prisión permanente revisable y la delincuencia juvenil. La
sorpresa de mi asombro traspasó todos los límites. El partido más votado de
España está asesorado en cuestiones de tan extremada complejidad jurídica por
un tipo del que no consta conocimiento alguno de Derecho Penal, criminología o
psicología delictual, materias todas ellas que, supongo, aportarán una visión
mas amplia a las asesorías citadas que el de haber sido entrenador de futbol en
juveniles o ser pastor evangélico, dos circunstancias que sí tiene acreditadas
Cortés.
En esas cavilaciones andaba cuando, no sé por qué (o sí), no pude
evitar caer en el pecado odioso de la comparación. Hay dolores que tienen que
doler tanto que cualquier actitud que provoquen siempre estará justificada.
Juan José Cortés, como tantos otros padres y madres que han perdido a sus hijos
de forma tan cruel, tan espantosa, tan sin sentido, no podrán eliminar nunca de
su dni sentimental una desolación tan irremediable y tan eternamente
desoladora. Cada uno vive su duelo como puede. Pero entre la religiosidad
trufada de política y platós de televisión (no solo por el evangélico de
Huelva, que esto ya viene desde las niñas de Alcasser con la complicidad
mediática por la bochornosa búsqueda de audiencia) y el guardar, tras la
tragedia, la rabia en casa y acompañar el duelo con el abrazo conmovedor del
silencio, como han hecho Patricia y Ángel, los padres del pequeño Gabriel, y
otras víctimas de la barbarie, hay tanta diferencia que no deja de sorprender
que un mismo dolor sea vivido de forma tan distinta y tan distante.
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