Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
➤ Almería siempre ha sido una colonia; un territorio
dependiente de otras geografías cercanas; una periferia carente de poder,
ausente de servicios y llena de olvidos. No estoy viajando en el tiempo a un
pretérito imperfecto en el que apenas llegaba a ser algo más que un escenario
de disputas entre el Reino de Granada y el Levante español. Estoy recorriendo el último siglo.
Uno de esos tramos que consolidan esta percepción
colonial lo recorrí el jueves durante un encuentro con representantes de los
colegios profesionales de Almería organizado por este periódico. Seguía con
atención sus planteamientos profesionales y, en un momento, sin premeditación y
ni alevosía, de forma natural, los responsables de la administración de Fincas
y de Aparejadores aludieron a su pasada dependencia de los colegios oficiales
de Granada y de Murcia. Me sorprendió tanto esta dependencia que no pude evitar
caer en la tentación y preguntar al resto de representantes si la organización
colegial a la que pertenecían también había sido un territorio de ultramar
dependientes de otras provincias. La respuesta fue sorprendente: Abogados,
Graduados Sociales, Ingenieros Técnicos Agrícolas y Gestores Administrativos lo
fueron de Granada; el colegio de Dentistas, de Murcia y el de Economistas, de
Sevilla. Los colegios que agrupaban y agrupan a miles de profesionales que
proyectan sus conocimientos en el cuidado y en la mejora de las condiciones de
vida de los almerienses tuvieron su origen en otras provincias.
Todavía hay una agenda de carencias por satisfacer, pero ya no somos aquella periferia fronteriza alejada de todos y de todo
Unos segundos después caí en la cuenta de que lo
sorprendente de mi sorpresa desvelaba mi torpeza. La dependencia colegial
mantenida hasta hace pocos años era un capítulo, un solo capítulo más de esa
acumulación de dependencias que hicieron de Almería la colonia a la que aludía
en la primera frase de esta Carta. Porque, si recorremos el recuerdo, Almería, hasta hace apenas veinte años,
siempre ha sido dependiente. El cuidado de la salud cuando las
cosas se ponían serias, el aprendizaje cuando había que cultivarlo en la
universidad o las compras de mayor cuantía había que buscarlas en Granada; la
comercialización de nuestros primeros productos bajo plástico dependieron,
durante años, de los intermediarios murcianos y las decisiones importantes
tuvieron -y tienen todavía- su sede extramuros de nuestros límites
geográficos. Aquí solo habitó el
olvido de quienes allí estaban, la indiferencia de los que aquí
vivíamos y la indecencia (y sálvese el que pueda) de los que aquí decían mandar
y nunca levantaron la voz con la sonoridad (seamos elegantes en la expresión)
con la que debían haberlo hecho; un silencio tan sonoro como los retrasos con
que siempre hemos llegado a las grandes citas como la modernización de las
infraestructuras y los servicios públicos.
Afortunadamente la llegada de la democracia modificó
ese estatus colonial y hoy es Almería la que puede mirar a sus entornos en un
plano de igualdad. Todavía hay una
agenda de carencias por satisfacer, pero ya no somos aquella periferia
fronteriza alejada de todos y de todo.
Durante los últimos cuarenta años los almerienses han
ido transitando, paso a paso y sin saberlo quizá, por el camino de la
independencia buscando la tierra prometida que nadie prometió, pero con la que
todos los pueblos sueñan. Almería encontró esa tierra en el desierto y en el
despertar innovador de quienes quisieron romper con la resignación y la
melancolía, tan cercana a nosotros y que tanto daño nos ha hecho.
El camino ha sido largo y, como en el viaje de a Itaca
de Cavafis, lleno de aventuras, lleno de experiencias, pero con más esperanza
que temor a las dificultades porque, como los cíclopes, los lestrigones y el
salvaje Poseidón del poeta griego, no existen adversidades insalvables “si no
los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti”.
Ahora lo que hay que hacer es continuar ese camino
hacia la independencia pero recorriéndolo junto a quienes nos rodean. Ni
colonia de ultramar entonces ni isla solitaria ahora. Hagamos unidos la
travesía hacia esa Itaca irrenunciable porque, juntos, llegaremos más lejos. Pero de igual a igual, no
dependiendo de nadie. De nadie.
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