Antonio Felipe Rubio
Periodista
➤ Según la encuesta sobre Movimiento Natural de la Población,
publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la pérdida de
población registrada en España durante el año pasado alcanza cifras récord con
un saldo vegetativo negativo (equilibrio entre nacimientos y decesos) de 31.245
personas. España ha registrado en 2017 un total de 391.930 nacimientos, el número más bajo desde
el año 1996. La tasa de natalidad se
sitúa en 8,4 nacimientos por cada mil habitantes, resultando la más reducida de
toda la serie histórica desde el citado 2016.
El año pasado nacieron en España 391.930 niños, representando un descenso del 4,5 % respecto del año anterior |
El año pasado nacieron en España 391.930 niños, representando un
descenso del 4,5 % respecto del año anterior, con 18.653 nacimientos menos. Desde
2008 (culmen del desaforado crecimiento antes de la crisis), año en que
nacieron 519.779 niños, representó el máximo en 30 años. También ha descendido
levemente el número de hijos por mujer, que se sitúa en 1,31 frente al 1,34 de
2016, mientras que la edad media a la hora de tener un hijo ha ascendido hasta
los 32,1 años, y es la más alta de toda la serie histórica.
Una vez vistos los datos estadísticos, vayamos a la realidad
cotidiana. Con independencia de las loables excepciones -que las hay-, los
jóvenes de hoy que rondan los 35 años son “víctima” de una generación (sus
actuales padres) que ha sido educada en valores morales, sacrificio, esfuerzo y
honradez que, a su vez, fue transmitida por sus padres (los abuelos de los
actuales zangolotinos). Aquella generación de la posguerra introdujo códigos de
obediencia, respeto y responsabilidad que ahora se han permutado por el
colegueo, individualismo y la okupación/dependencia de los progenitores que, “como
queremos lo mejor para nuestros hijos, y que no pasen las falticas que nosotros
padecimos”, les hemos permitido (las más veces por imperativo legal) cosas que
antes se resolvían con un morrillazo a tiempo. No digamos nada sobre la
instilación de códigos de conducta derivados de la progresía política que han
convertido la educación, la formación y los deberes y obligaciones en un
campamento de verano.
Así las cosas, con las debidas excepciones en plausibles modelos
de educación y formación, el “entorno” se ha encargado de atenuar o anular el
esfuerzo de notabilísimos modelos educativos en círculos académicos y
familiares que se han visto superados por las redes sociales y la televisión: ese
zangolotino rascándose el escroto y la choni hialurónica han suplantado a “Cesta
y puntos”, lo cual es un avance cualitativo para entender la situación actual.
Afortunadamente, para el bien de la especie, hay quienes tratan de
superar las dificultades que hoy les hacen reticentes a la formación de una
familia por la ausencia de estabilidad laboral y económica. La volatilidad del
valor seguridad es un hándicap que redunda en la contumacia de una estadística
que hace muy difícil el crecimiento demográfico y la sostenibilidad del sistema
de pensiones dependientes de las cotizaciones derivadas del rendimiento del
trabajo.
En muchos casos los padres (ahora, progenitor A y progenitor B)
trabajan fuera de casa y, con un natalicio a la vista, se presenta un periodo
de baja por maternidad remunerado hasta un límite que, en la práctica, no
resuelve las necesidades de atención de un bebé. La realidad es que, una vez
concluida la baja maternal, la madre se incorpore al trabajo para no hacer
peligrar su continuidad laboral. Esto viene a complicar la situación: los
padres trabajando en la calle, y el bebé de seis meses en continuo trasiego.
El dato estadístico sobre la caída de la natalidad no es una
novedad, se viene observando y acuciando sin que se ofrezcan las medidas
correctoras o incentivadoras para el aumento de la natalidad. No obstante, 14
000 ¡catorce mil millones de euros! Se fueron para unas subvenciones de las que
se desconoce su finalidad, beneficiarios y utilidad.
Me pregunto si sería muy difícil que uno de los padres pudiese
acogerse a un periodo de reducción de jornada y con derecho a remuneración
completa, sufragada mediante una fracción de esos difusos catorce mil millones
de euros. Así, se sigue trabajando y cotizando; se tiene dinero para los gastos
sobrevenidos; se dedica tiempo y atención al bebé… Esta sería la mejor
inversión que un Estado moderno podría hacer en favor de su propia pervivencia.
No hay mejor inversión que la dedicada a la nueva vida y a la estabilidad de
sus progenitores. Pero no lo quieren ver… y la estadística sigue amenazando.
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