Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
⏩ No, Ana Julia, no. Contigo no puede haber perdón. Ni olvido. Las
lágrimas fingidas que derramaste mientras pedías perdón en la sala donde se te
está juzgando por la impiedad brutal de matar a un ruiseñor no van a conmover a
quienes asisten con espanto a tu lúcida locura. Encarnas tanto el cinismo que
en una de las imágenes en las que fingías llorar, tapándote la cara, dejabas
libre un ojo en el que reflejabas una frialdad que solo provocaba
espanto.
Ana Julia Quezada, durante el juicio (La Voz) |
Aprovecharse de la inocencia de un niño
para llevarlo al lugar donde tenías planeado acabar con su vida; golpearlo con
crueldad hasta situarlo en la estancia que precede a la muerte y asfixiarlo con tu manos, con tus propias manos, durante
un interminable y dramático tic tac de cuarenta y cinco a noventa minutos de
agonía, como sostienen los informes forenses; abrir un hoyo con una pala
durante dos horas para esconder el cadáver; pintar después una puerta mientras
fumabas con enloquecido frenesí; fingir ante todos, con una frialdad imposible
de entender para cualquier ser humano, un premeditado sentimiento de dolor
durante once interminables días; dormir durante once interminables noches en la
misma cama, bajo el mismo techo, cobijados en el mismo calor, junto a un padre derrotado por el insomnio
del miedo al que acabas de matarle a su hijo, te sitúa extramuros
de la última esquina en la que el peor ser humano puede tener escondida un
mínimo de sensibilidad.
Es una puesta en escena en la que, desde el primer gesto hasta el último detalle, todo está diseñado en el laberinto de tu mente
Nada de lo que has dicho en el juicio es
creíble. Mientes con la frialdad de quien pretende, inútilmente, modificar el
sentimiento de quien escucha. Es una puesta en escena en la que, desde el
primer gesto hasta el último detalle, todo está diseñado en el laberinto de tu
mente.
La capacidad seductora que exhibiste antes
de que se descubriera tu barbarie ya no te vale. Te fue útil mientras engañaste a quienes te quisieron antes
de que les llevaras a la perdición sin remedio, al espanto sin consuelo, a la
muerte, como la de aquella niña que nadie sabe (¿quizá solo tú?), cayó de un
sexto piso en Burgos cuando apenas había llegado a la vida.
Y ahora pides, sin vergüenza, la piedad
que nunca demostraste con ningún ser humano con el que compartiste
afectos. Nunca puede haber paz para los malvados. Pero tu cinismo y tu crueldad
son tan grandes que has asumido un concepto de crueldad tan brutal que no solo
no has perdido la paz, sino que viendo tus respuestas ante el tribunal quizá no
hayas sido capaz de sentir un escalofrío sutil al recordar lo que hiciste.
La acumulación de maldad que encierras no deja posibilidad a un atisbo de bondad alguna
La acumulación
de maldad que encierras no deja posibilidad a un atisbo de bondad alguna. Pretendes
mentir con tanta sinceridad que nadie puede llegar a creerte. Quién puede
hacerlo cuando dices con solemnidad que pusiste la camiseta de Gabriel para que
te detuvieran; o cuando alegas que pretendiste suicidarte. Para suicidarte
después de haber cometido el crimen deberías encontrar en el último rincón de
tu alma un poso de arrepentimiento, un inesperado sentimiento de culpa, un
atisbo de compasión por quienes tanto dolor has provocado. Lo que hiciste en la
primavera adelantada de aquel febrero que conmovió a millones de españoles y tu
comportamiento de esta semana de verano tardío en la sala de la audiencia de Almería
hace imposible que la sombra tenue de esos sentimientos encuentre acomodo en tu
corazón. Porque no tienes ni corazón ni entrañas.
Y frente a ti, frente a tu maldad, la imagen de Patricia reflejado en el
espejo de bondad que tu rompiste sin remedio y para siempre. ¿Qué
sentías cuando la veías llorar abrazada a la esperanza, tú sabías, bien que
sabías, que imposible, de que Gabriel continuara con vida? ¿Qué has sentido
cuando la has oído en el juicio, cuando la has visto con el dolor sereno
dibujado en el rostro, en el gesto, incluso de lanzar un beso a quienes le
esperaban en la puerta de la Audiencia llevándose los dedos a la boca,
acariciándose unos labios en bancarrota desde entonces?
Has sido tan cruel que, en tu crueldad,
también has arrastrado, a veces, a los medios (y aquí nos debemos incluir
todos), que siguieron aquella desventura y sus entornos. El mal es devastador.
Por eso nunca sabremos, cuando llegue el trance de tu agonía, cuál será de tu
paso por la vida tu balance. No
creo que, cuando llegado ese momento, sientas la amargura irremediable del
arrepentimiento.
Lo que si sabemos es que la maldad no
tiene límites. Y para quienes, con una conmovedora ingenuidad, predican que se
maldiga el delito, pero se compadezca al delincuente, que recorran tu historia
mientras tú te pudres en la cárcel. Porque nunca debe haber paz, ni piedad, ni perdón para los malvados. Y
tu eres una de esa partida de desalmados sin alma y sin conciencia.
Dentro de unos días conoceremos el
veredicto. La sentencia emocional la conocimos aquel mediodía de marzo en el
que maldecías a Gabriel y a Patricia mientras tratabas de esconder en una
cochera de Vícar el cadáver de un ruiseñor al que tu maldad no le dejó
volar.
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