Javier Adolfo Iglesias
Profesor de Filosofía
⏩Lo que seamos
los almerienses nos pesa casi como una maldición y lo
perseguimos como una obsesión. Como un perro que da vueltas sobre si mismo
intentando morderse su propia cola; puede parecer una escena cómica o
dramática. Así aparecemos los almerienses como colectivo, en conflicto perenne
con nosotros mismos y que como ‘peter panes’ vamos tras nuestra sombra
inalcanzable. Así somos. Los tumbos que damos históricamente van
desde la búsqueda del causante exterior de nuestras desgracias, a nuestra
propia flagelación. Incluso en lo geográfico, para
localizarnos en el mapa a veces nos llaman sureste, en otras ocasiones
Andalucía oriental, en otras nos perdemos como levante. Nos encontramos para volvernos a perder.
El pasado jueves se presentó en la Diputación una gran obra colectiva sobre la historia de Almería |
En los últimos años se ha abierto paso el
término ‘almeriensismo’ a uno de
estos intentos de atrapar nuestra sombra. Va desde el enternecedor intento de
convencer de que el Guadalquivir nace en Almería hasta el heróico rescate del
folclore local, de una forma de hablar única...
Si bien creo que no existe una esencia almeriense, sí
se que perseveramos en buscarla, a tientas, dando tumbos, creyendo renacer o
languideciendo. Las redes sociales parecen
ayudar y proliferan los grupos, donde nos amontonamos para celebrar lo que
supuestamente somos. Podría ser un espejismo. Nadie puede atrapar ese supuesto
almeriensismo sin que se escurra entre las manos nuestro Moby Dick transmutado
en mero o perca mediterránea. Las identidades y las esencias no son como
nos la han presentado ligeramente algunos expertos de esta nueva era.
(“Caminante, no hay camino...”) Son más bien ficciones motoras que, como tantas
otras, nos ayudan a seguir viviendo. Y a menudo, también nos, complican
la vida en común. Tal es el caso del nacionalismo, exasperación de la
identidad colectiva llevada hasta la paranoia.
En Almería no dejamos de reivindicarnos y a un tiempo de olvidarnos de nosotros mismos, de rechazar lo heredado. Nos pasa con nuestro patrimonio, con nuestras casas, nuestros árboles, nuestros personajes, nuestra imagen y conceptos
(“Todo pasa y todo queda...”) En Almería,
poco de lo nuestro que se hereda permanece, lo continuamos entusiasta y
voluntariamente. El por qué de este ‘culillo
de mal asiento’ es parte de lo que somos, creo. Pongo un ejemplo
familiar a la mayoría: las tapas. toda una forma de vida distintiva, una
cultura alrededor de la tapa y he llegado incluso a oír denigrarla por parte de
muchos almerienses. Incluso, en una ocasión como la del año de la capitalidad
gastronómica, la tapa no ha sido el centro, monopolio y principal mensaje de
esta, por otro lado, fabulosa campaña.
En Almería no dejamos de reivindicarnos y
a un tiempo de olvidarnos de nosotros mismos, de rechazar lo heredado. Nos pasa
con nuestro patrimonio, con nuestras casas, nuestros árboles, nuestros
personajes, nuestra imagen y conceptos. Otro ejemplo, el Indalo, esa obra maestra del diseño,
junto con el concepto ‘Costa del Sol’
acuñado en el corazón del Paseo, el primer márketing almeriense y que pese a
ser popular no es oficial con orgullo; que viaja por el mundo en miles de
coches y camiones mientras es casi escondido con vergüenza en su propia
casa. Nació como símbolo del almeriensismo, del desperezamiento de unos jóvenes
guiados por un genio almeriense en un páramo cultural tras la Guerra Civil.
Igual que hicieron aquellos jóvenes
artistas almerienses me pongo hoy bajo la advocación profana del Indalo y
vuelvo a mi casa, La Voz de Almería, emocionado y consciente de la
responsabilidad de volver a escribir de forma regular como hice más de 20 años.
Y agradecido a Pedro Manuel, Antonia y José Luís Martínez.
Si la historia de Almería es importante, tanto lo es las historias de los almerienses, como las que con pasión nos transmite Eduardo Del Pino a diario
‘Bajo el Indalo’ quiere
partir de aquella Voz de Almería con la que aprendí a leer: de Falces, de Román, de Cifra y de Soriano,
de Domínguez y
su ‘Bajo el manzanillo’. La
Voz de Almería de mi padre y su tripulación de talleres con la que me manchaba
los dedos de tinta. Paco Iglesias me llevó un día a la esquina sur del Celia
Viñas para fotografiar a sus tres hijos varones junto a un árbol que había
visto crecer. Mi padre escribió
en La Voz sobre sus hijos y ese árbol junto al que tanto había
jugado en la posguerra pero yo no lo entendía como niño y con rebeldía me
escondí. Hoy sí. El árbol sigue robusto y junto a
él Miguel Cazorla instaló
un indalo casi viviente. Ahora vuelvo al mismo lugar para comenzar esta
colaboración semanal.
El pasado jueves se presentó en la
Diputación una gran obra colectiva sobre la historia de Almería. Coordinada
por Alfonso Ruiz garantiza
una visión rigurosa y accesible al gran público. Si la historia de Almería es
importante, tanto lo es las historias de los almerienses, como las que con
pasión nos transmite Eduardo Del
Pino a diario.
Somos lo que vivimos, lo que hemos vivido
y con quienes hemos vivido. Esta columna nace pensando en los maestros
con los que tuve el honor de trabajar y compartir páginas: Kayros, Pototo, Fausto
Romero-Miura. Me acuerdo hoy de Pilar Quirosa, de Antonio
Sánchez Picón, Nacho
López-Gay y Miguel
Naveros, al que quería y del que tanto aprendí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario