Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩ Dicen que las buenas y las malas noticias tienen una vida media de
una semana, horas más, horas menos dependiendo de lo que vaya sucediendo entre
una y otra. A finales de octubre se tomaron dos decisiones con unas jornadas de
diferencia. Por un lado se decidió suspender el clásico Barca-Madrid porque no
se podía garantizar la seguridad de los asistentes. A los pocos días, nos
ofrecimos a celebrarla Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, la COP25. Una
cumbre internacional donde se reunirán alrededor de 25.000 personas de 200
países diferentes, entre ellos las personalidades más destacadas del mundo. Los
españoles somos así, nos crecemos ante los retos.
Uno
de los motivos del ofrecimiento era que tenemos que empezar a tomar decisiones,
y que suspender la cumbre de la Tierra de Chile, sería un problema que frenaría
la lucha contra el cambio climático. El tiempo se nos acaba dicen los políticos
compungidos, haciendo suyo el lema de la Cumbre, es “Tiempo de actuar”. Como si
las Cumbres de la Tierra sirviesen para algo.
En
diciembre de 2015 se celebró la COP21 y en ella se aprobó el famoso “Acuerdo de
Paris”, donde se marcaron como objetivo evitar que el incremento de la
temperatura media global del planeta supere los 2ºC respecto a los niveles
preindustriales. En noviembre de 2016, de los 195 países firmantes, solo había
sido ratificado por 96 países individuales y la Unión Europea, que representan
el 55% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Eso es a lo más que
llegamos, un poco más de la mitad, con el agravante de que en junio de 2017,
Estados Unidos, que junto a China son los dos países que más dióxido de carbono
emiten a la atmosfera, anunció su retirada del aplaudido acuerdo. Por cierto,
en aquel momento España no pudo ratificar el documento porque nuestro gobierno
estaba en funciones, curiosamente, tres COP después, seguimos en la misma
situación.
Después
de la cumbre nuestros representantes saldrán exultantes, llenándonos la cabeza
de datos, de acuerdos y de medidas para la mitigación del cambio climático,
mostrándonos, como Moisés, las tablas de la Ley. Mandamientos que siempre
recaen en nosotros, los ciudadanos, a los que nos acusan y culpabilizan de los
problemas ambientales por no seguir bien sus consejos, por no reciclar bien,
por coger mucho el coche, por no apagar las luces, por gastar mucha agua.
Achacan los males del planeta a nuestro irresponsable comportamiento, a nuestra
avaricia desmedida, a la poca sensibilidad por la conservación de los
ecosistemas.
Por
supuesto que a nivel individual tenemos que seguir trabajando en esos temas,
pero son ellos los que tienen que legislar sin ambigüedades contra el plástico,
contra el consumo desmedido de recursos naturales para cubrir los excesos de
las industrias alimentarias y textiles, contra los combustibles fósiles. De
nada sirve que los ciudadanos vayan a limpiar las playas, y las ramblas, si se
sigue generando cada día plásticos que podrían cubrir el planeta; a reforestar
nuestros montes si no emplean recursos para prevenir los incendios forestales;
que enseñemos a los alumnos a reciclar si luego no hay una buena gestión de los
residuos.
Si
en algo estoy de acuerdo con ellos, es que el tiempo se nos acaba, que es el
momento de actuar. Pero ahora, ya, no dentro de treinta años. La primera medida
que anunció el Ministerio de Transición Ecológica fue la de prohibir la venta
de coches y gasolina para 2040. A los pocos días se echó para atrás. Mientras
se deciden a que harán, los científicos anuncian que para 2050 parte de nuestra
provincia quedará cubierta por el mar, pero claro, la vida sigue, y aunque nos
tengamos que alejar de la costa para vivir habrá que seguir usando coches, el
show debe continuar.
Además
de las firmas sobre papeles mojados, de esta cumbre quedarán las fotos con
Greta Thunberg, a la que se le está ofreciendo cualquier vehículo para que
llegue a tiempo. Me encanta esta chica y lo que está consiguiendo, pero si
pudiese hablar con ella, le pediría que no les concediese esa foto, que se
quedase en la puerta junto a los millones de jóvenes que han creído en ella.
Allí dentro, entre los políticos limpios y trajeados, ya no hace nada. La
utilizan, la ningunean, intentan desprestigiar su imagen, sus palabras, que son
claras y sin rodeos: “están robando el futuro de las próximas generaciones,
escuchen a los científicos, tomen sus datos en serio, y pónganse a trabajar”.
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