Eduardo de Vicente
Periodista
⏩ En sus comienzos, la tecnología era una
asignatura que se estudiaba en la Escuela de Formación. La ciencia no había
pasado todavía por el fútbol, que se mantenía felizmente anclado en sus más
primitivas costumbres. Los adelantos no iban más allá que cambiar
el palo del banderín de una temporada a otra por otro menos pesado o que el
colegio de árbitros subiera las tarifas de las cuotas y las dietas por
desplazamiento.
Andújar Oliver, cuarenta años atrás (La Voz) |
Cuando Juan Andújar
Oliver llegó por primera vez a la academia de colegiados era un
niño de trece años con un manojo de sueños en la cabeza y un silbato de juguete
en el bolsillo. Era el año 1962 y aquel aspirante a adolescente no podía llegar
a imaginar que un día saldría por televisión en pantalón corto y vestido de
negro, y mucho menos que llegaría a ser despedido como una estrella de cine en el viejo San Mamés, con
todo el graderío en pie.
Ser árbitro en aquel tiempo era una aventura que rozaba la insensatez
Ser árbitro en aquel tiempo era una
aventura que rozaba la insensatez. Decirle a tu padre a la hora del almuerzo
que en vez de estudiar o aprender un oficio querías ser árbitro, era comprar
todas las papeletas para que te diera un morrillazo y te dejara ese domingo sin
dinero para poder ir al cine.
Andújar fue siempre un tipo valiente. Quiso ser árbitro y no
paró hasta que lo consiguió. Primero como colaborador y en 1968, después
de seis años en el colegio, como árbitro oficial. Nunca olvidará aquel día de
septiembre cuando tras conseguir la categoría de Primera Regional le regalaron
un valioso cronómetro. Tener un cronómetro era un lujo entonces y para un
árbitro, la confirmación de una vocación.
Pitar en Regional era un ascenso, pero
también un descenso, porque arbitrar en algunos campos era lo más parecido a
bajar hasta las mismas puertas del infierno. Había que ser muy apasionado de la
profesión para recorrer las infames carreteras de la provincia en un modesto
utilitario todos los domingos, dejando a la novia, a los amigos, y todas las
diversiones propias de la juventud. Había que estar un poco chiflado para
jugarse el rostro en esos campos de Dios en los que el árbitro siempre estaba
bajo sospecha y era recibido con pitos nada más pisar el terreno de
juego.
En aquellas experiencias se fue haciendo
fuerte, forjando un caparazón a prueba de insultos y a veces de agresiones
físicas. Cuando salía al campo tenía que ir vacunado contra las frases más
duras que uno pudiera imaginar: “Árbitro, tú aquí en calzoncillos y tu mujer en
tu casa con otro”, era una de las expresiones que se escuchaban con
frecuencia entre los hinchas. Como la frase se hacía muy larga los poetas
del graderío acabaron resumiéndola en un: “árbitro, cabrón”.
Juan Andújar era tan atrevido entonces que
los insultos lo envalentonaban y allí aparecía él, sacando pecho, pitando un
penalti contra el equipo de casa en el último minuto ante la mirada desencajada
de la pareja de la Guardia Civil, que sin decir nada pensaba: “Este nos va a
buscar la ruina”.
No se casaba con nadie y aplicaba el reglamento a rajatabla. Si tenía que meterse en la caseta escoltado o si tenía que cambiarle la rueda pinchada al coche, pensaba que eran gajes del oficio
Él no se casaba con nadie y aplicaba el reglamento a rajatabla. Si
tenía que meterse en la caseta escoltado o si tenía que cambiarle la rueda
pinchada al coche, pensaba que eran gajes del oficio. De aquellos tiempos
difíciles él solía contar que arbitrando un Ceuta-Orihuela, ya en categoría
nacional, le dieron un golpe tan contundente que tuvo que estar una hora
recuperándose en la caseta. Cuando recobró el aliento en vez de salir corriendo
en busca del barco, regresó al terreno de juego y siguió pitando.
Así, golpe a golpe, éxito a éxito, fue
subiendo peldaños y haciéndose de un prestigio que le abrió las puertas del
fútbol profesional. En 1977 consiguió el ascenso a Segunda y tres temporadas
después, el salto definitivo a Primera División. Desde entonces, los
almerienses veíamos los reportajes de Estudio Estadio para ver los goles de
nuestro equipo y también para ver cómo había pitado Andújar. Su grandeza,
estuvo, más que en llegar, en mantenerse en la élite, superando
auténticos temporales, como el que se desató cuando José María García, el
periodista deportivo más influyente de entonces, le declaró la guerra.
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