Manuel Sánchez Villanueva
Escritor
⏩⏩⏩ Me atrevería a asegurar sin
temor a equivocarme que somos muchos los almerienses que acabamos de enterarnos
de que el Grifo de Pisa, una
famosa escultura de bronce islámico que se custodia como una joya en el Museo
del Duomo de esta ciudad italiana, formaba parte del botín obtenido
por los pisanos durante el saqueo de la entonces floreciente ciudad de Almería allá por el año 1089.
Grifo de Pisa (Loa) |
Claro que este no es el único aspecto de nuestra historia y
cultura del que he tenido un absoluto desconocimiento. Siempre por casualidad
me enteré allá por los años 80 de la existencia de un antiguo alumno del
instituto de Almería dos veces finalista del prestigioso premio literario
francés Goncourt; también de manera fortuita supe de la existencia en la
Almería del siglo XIV de un médico e intelectual de talla mundial llamado Abén Jatima famoso por redactar el primer
tratado sobre la peste o llegó a mi conocimiento el hermoso poema medieval
llamado el Cantar de la Conquista de Almería. Y renuncio
directamente a describir las extrañas circunstancias por las que tuve
conocimiento de una importante escuela sufí en la Almería medieval. En todos los
casos, el modelo del descubrimiento siempre ha sido el mismo: leyendo la
prensa, visitando algún lugar, en alguna lectura esporádica o navegando en
Internet, tropezaba con una breve referencia a algo relacionado con nuestra
tierra que me impelía a seguir buscando.
Reconozco que sé muy poco de mi tierra, pero lo cierto es que cada vez que me sumerjo en algún aspecto relacionado con ella me resulta francamente apasionante
No hace mucho que la
acumulación de experiencias recurrentes en este sentido me hizo
reflexionar sobre algo que a estas alturas de mi vida me resulta francamente
inquietante; concretamente, que si mal que bien puedo tener una idea aproximada
del devenir histórico de Castilla o incluso de ciertos países extranjeros,
sería absolutamente incapaz de hacer la mínima descripción sobre la cultura de Los Millares y mucho menos
sobre la del Argar, o sobre el obispado de Urci, la Republica de Marinos
de Pechina, o el bombardeo de Almería por la escuadra cantonal. Reconozco
que se muy poco de mi tierra, pero lo cierto es que cada vez que me sumerjo en
algún aspecto relacionado con ella me resulta francamente apasionante.
Ciertamente, es un tópico decir que para amar algo primero hay que conocerlo y
mucho me temo que gran parte del desapego que hemos sentido tradicionalmente
por nuestra tierra está motivado por el hecho de que apenas la conocemos, ni
física ni culturalmente.
Para ser justos, en mi
opinión no toda la culpa debería recaer sobre los hombros de los ciudadanos
almerienses. En muchas ocasiones, acercarnos a nuestras esencias es una
verdadera proeza digna de los trabajos de Hércules. Por ejemplo, si una pareja
de la comarca del Levante tuviera la feliz idea de aprovechar un domingo
cualquiera para familiarizarse con la cultura del Argar, las mejores opciones
que tendría sería la de dirigirse al Norte hacia la provincia de Murcia o hacia
el sur hacia el Museo de Almería, porque si su intención fuese visitar el
propio núcleo que da nombre a dicha cultura, lamentablemente no encontrarían
donde satisfacer su curiosidad, ni siquiera a modo de recreación. Cierto es que son muchos las personas
físicas, organizaciones privadas e incluso ayuntamientos que con denuedo
intentan remediar esta profunda carencia de nuestra sociedad. Como
afirmo, son muchos y meritorios todos, y me faltaría espacio en este humilde
escrito para detallarlos, pero a modo de ejemplo referiré a Gabriel Guerrero en
el caso concreto de la zona del Levante, a la familia Cara en Roquetas o a las
voluntariosas organizaciones de vecinos de los barrios tradicionales de la
ciudad de Almería.
Me atrevería a decir que
todas estas actuaciones resultan imprescindibles. Pero a estas alturas de
nuestra historia, deberían estar ya enmarcadas en una iniciativa pública bien
dirigida, coordinada entre todos los niveles de la administración y debidamente
planificada que apueste por divulgar e incluso poner en valor económico como
opción turística el rico patrimonio artístico, cultural e histórico de esta
provincia, complementario a su enorme patrimonio natural. Es decir, sugiero que empecemos a pensar de otro modo y
consideremos que nuestra compleja y apasionante historia es un valor en sí
mismo, algo que quizás no se ha tenido en cuenta hasta ahora. Sin
duda alguna, la playa de Benidorm es un paradigma de cierto tipo de turismo,
pero la de Los Genoveses no solo es un enclave natural único incluido en un
espacio natural marítimo-terrestre, también es el lugar donde recaló la flota
originaria de esa ciudad italiana que invadió Almería durante las guerras por
el dominio de las rutas comerciales del Mediterráneo en las que nuestra
provincia fue el epicentro del conflicto.
Resumiendo, modestamente
propongo una iniciativa liderada por nuestras administraciones, con la
colaboración del sector privado, para poner en valor nuestra cultura e
historia, con la esperanza de que ningún descendiente mío tenga que
familiarizarse con alguna joya de la arquitectura almeriense en alguna remota
sala de un museo norteamericano.
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