Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩ Éramos conscientes de que la COP25 era de mera transición, ya que
será en la del año que viene, en Glasgow, cuando los partes que ratificaron el
Acuerdo de Paris tengan que presentar los nuevos documentos de Contribución
Determinada a Nivel Nacional, los NDC. También sabíamos que en lo referente al
controvertido Artículo 6, que regula los mercados de carbono, poco se avanzaría
por ser un tema complejo en el que los países que más contaminan como Brasil,
China, e India, y sin la presencia de los EE.UU, iban a ser un gran freno en
las conversaciones como al final así ha sido. Intuíamos que por muchos lemas
invitando a la acción inmediata, exigiendo más ambición, más unión, nos
marcharíamos a casa sin nuevos avances.
Pero al igual que existían esas certezas, manteníamos la
esperanza, la ilusión, de que la presión social sirviese de revulsivo para ser
más valientes, más osados, más resolutivos. No se nos escapa que para llevar a
cabo la revolución verde hacen falta que tanto las administraciones como el sector
empresarial y la sociedad civil vayan de la mano. Nos equivocamos, volvieron a
decepcionarnos, porque el triangulo equilátero que debería formarse se ha
convertido en uno irregular, donde nuestro vértice, el que sufre y padece las
consecuencias climáticas, es el menos agraciado.
En esta COP se ha visto la buena sintonía que nuestro gobierno
tiene con las empresas que más contaminan en nuestro país y que son las culpables
de que nuestro NDC no sea más ambicioso. Han campado a sus anchas tanto por la
zona azul y la zona verde. En la primera era lo esperado, pero ha sido
vergonzoso que en la segunda tuviesen los stands más grandes y con menos
contenido, dejando los espacios más reducidos a las asociaciones, colectivos y
pequeñas empresas que trabajan a diario, y desde hace décadas, por hacer un
mundo más sostenible.
Mientras Endesa sacaba pecho mostrando sus proyectos de
descarbonización y su inversión en energías renovables, su contribución a la
reforestación de Doñana, sus colaboraciones con SEO Bird Life, o la gran
reconversión que hará para mantener los puestos de trabajo, en la Cumbre Social se ponía sobre la mesa el gran proyecto de interconexión eléctrica europea que
está recogido en el Plan de desarrollo de la red de transporte de energía
eléctrica. Un proyecto que nada tiene que ver para mejorar, abaratar y reducir
el consumo en los diferentes países, sino que sirve de tapadera para vender
electricidad a Marruecos y comprar energía barata a otros países como Francia y
venderlos más caro en nuestras fronteras.
Palabras, promesas, que se contraponen a las hechos, que edulcoran
la realidad, que nos hacen parecer lo que somos, corderitos que escuchan
embelesados al pastor que los lleva al matadero.
Una de esas ramas del megaproyecto europeo nos afecta bastante a
los almerienses. El llamado Eje eléctrico Sur pretende unir Benahadux con el
Fargue de Granada, atravesando todo el Valle de Lecrín, bordeando dos de las grandes
joyas ambientales, Sierra Nevada y la Sierra de Tejeda, Almijara y Alhama. 182
km de torres de alta tensión por las que pueden circular hasta 400 kilovoltios.
Un proyecto innecesario que llenará las arcas de Red Eléctrica Española, cuyo
80% de su accionariado es privado. Eso sí, destinaran 700.000 euros para
promover el desarrollo sostenible y el empleo rural.
Como dicen los jóvenes activistas climáticos, expulsados de la
zona azul por protestar a las puertas del plenario, han vuelto a perder una nueva
oportunidad de demostrar que sus palabras no son cantos de sirenas, sino que
están cargadas de compromiso y verdadero espíritu de justicia social y
ambiental. Nos han vuelto a engañar, por mucho que alarguen sus deliberaciones,
por mucho Acuerdo de Paris, por muchas palabras de apoyo a las reivindicaciones
de los jóvenes.
Pero ¿qué esperabas?, ¿que los poderosos renunciasen a su poder, a
su capital?, ¿que se preocupasen por los millones de personas que están
perdiendo sus vidas, sus culturas ancestrales, sus tierras, su milpa, sus
guardianes de semillas?, ¿que escuchasen a los jóvenes e indígenas del mundo
que reivindican un mundo mejor, más justo, más equitativo para todos?,¿que por
fin la humanidad se uniese por el bien común?
Sí, a pesar del fracaso, soy un iluso, un utópico, un soñador. Aún,
como Pandora, conservo la esperanza de que la sociedad civil despierte y haga
suyo el grito de “el pueblo unido jamás será vencido”.
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