Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩ La noche del domingo, mientras se jugaba la Supercopa de fútbol de
España, yo veía la película “Cien años de perdón”. Una producción española-argentina
de 2016 donde un grupo de ladrones entra en un banco. El objetivo del robo,
algo que solo sabe el cabecilla, es un disco duro cargado de archivos que
pueden destrozar un país entero, porque demostraría todas las corruptelas del
partido político que lo gobierna. El argumento por desgracia no nos parece nada
sorprendente, la realidad siempre supera a la ficción.
Cien años de perdón |
Con esta presentación pueden pensar que voy a relacionar la
victoria del Real Madrid con algún error arbitral interesado, algo que tampoco
nos sorprendería mucho, pero no es el caso. No voy a valorar si el triunfo de
los merengues es merecido o no. Además, eso da igual, lo único que importa es el
resultado final, no como se consiga. Lo que me dio que pensar, además de la
coincidencia de que los protagonistas eran uruguayos, es el sistema de valores
en el que hemos construido esta hipócrita sociedad, donde por un lado nos
intenta dar lecciones de moralidad invitándonos a compartir lo que tenemos, a
ser respetuosos, a valorar el trabajo de los demás, a ser honrados, justos y
comprometidos ciudadanos, y por otro solo se valora al que gana, sea a costa de
lo que sea, haga lo que haga.
Me refiero al aplauso generalizado, algo difícil en el mundo del
futbol, por la acción de Fede Valverde en el minuto 115 de partido. A punto de
terminar la prórroga, Morata había ganado la partida a los defensores y se iba
solo a portería. No se sabe lo que podría haber pasado, pero ante la
posibilidad de que marcase, poca siendo el delantero que era, había que hacerle
falta, sabiendo que lo iban a expulsar. Ante la evidencia no solo acepta la
tarjeta roja, sino que pide perdón a los jugadores del atlético, algo que ante
el mundo lo convierte en un ser ejemplar, digno de reconocimiento.
Para todos Valverde hizo lo que tenía que hacer, que era cometer
una ilegalidad, no aceptar que alguien había sido más astuto, rápido, hábil que
él para ganarle la posición, y ante las posibles consecuencias de la derrota,
había que conseguir que no se produjese. Todos, y me incluyo, hubiésemos hecho
lo mismo, pensar en mi equipo y hacerle falta, porque eso nos han enseñado y
grabado a fuego en nuestro ADN, solo vale ganar. Nada de lo que hagas tiene valor,
aunque tu trabajo haya sido brillante, aunque tu esfuerzo haya sido descomunal
para los recursos que tienes, aunque merezcas la victoria por talento,
creatividad y energía, aunque tus ideas se merezcan una oportunidad. Solo
importa la victoria, aunque se meta el gol con la mano, aunque haya que comprar
voluntades, aunque tengas que cometer ilegalidades financieras para pagar las
fichas desorbitadas de las estrellas. Ya lo dijo el Sabio de Hortaleza: hay que
ganar, ganar, ganar y volver a ganar.
Sí, soy consciente de que el futbol es un juego, pero un juego
seguido por millones de personas que inconscientemente asimilan los valores
que transmite. Los niños, y no tan niños, aprendieron el domingo, que con la excusa
de satisfacer tu bolsillo, tu ego, a tus amigos, se puede cometer un delito y
que luego si pides perdón encima te alaban. Que para defender tus intereses se
pueden hacer trampas, eso sí, aceptando las consecuencias del castigo que te
impondrán, que nunca va a ser mayor que los beneficios obtenidos, y pidiendo
disculpas. Eso ante todo, porque en el momento que pides disculpas, si el
agraviado, el perjudicado, el afectado, no las acepta, el que recibe las
criticas, al que se señala como intolerante, inhumano, es a él.
Por esa idea que nos han inculcado de relacionar la victoria con
éxito, el estar en el número uno con ser el mejor, de valorar solo al que está
arriba, nuestros políticos nos mienten continuamente, nos roban impunemente, se
ríen de nosotros en nuestras caras. Por eso a las empresas les da igual si sus
residuos contaminan mares, ríos o destruyen ecosistemas enteros. Por eso
nosotros no pensamos en el vecino, solo en nosotros mismos, en nuestro triunfo
personal, porque solo se valora al ganador, al que llega primero, al que
aparece en las portadas de las revistas, al que tiene el mejor coche.
Así que hagas lo que hagas siempre pide disculpas, reconoce tu
error, asume públicamente que la vida te puso en una difícil encrucijada,
porque pasarás de ser un vulgar delincuente, a un humilde ciudadano que hizo lo
que tenía que hacer para sobrevivir.
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