Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩ A Amal su vecino la intentó violar la semana pasada, pero poca
gente lo sabe, porque el suceso no ha salido en los medios. Nadie se ha
manifestado por ella porque nadie conoce su historia. Es invisible, un residuo
de nuestro modelo económico. Vive en uno de los
asentamientos ilegales de la provincia, da igual si el Poniente o el Levante. Hasta hace unos meses era la única mujer entre doscientos hombres que
sobreviven como pueden, hacinados en las chabolas que se han ido construyendo
con los residuos que encuentran tirados. Residuos para cobijar residuos.
Chabolas de plástico en un lugar sin determinar (alamy stock photo) |
Amal habla francés, y el español lo entiende pero le falta
confianza para hablarlo. Sobrevive vendiendo el pan que hace en el asentamiento
y, como el resto de sus compañeros, con la inestimable ayuda de tres monjas
jubiladas que se desviven por ellos, intentando dignificar su existencia,
peleando por integrarlos en una sociedad que los necesita como mano de obra
para la agricultura, pero que no los quiere a su alrededor. Residuos de usar y
tirar.
A diferencia de nuestros plásticos, estos residuos tienen
sentimientos, necesidades, derechos, obligaciones. Tampoco queremos verlos,
aunque pasemos todos los días a su lado, pero a ellos no los arrastrará la
riada al mar, ni se quemarán en las noches de San Antón o San Juan. Ellos
seguirán aguantando bajo la lluvia, el viento, el calor, porque, después de
sobrevivir a su travesía, lo pueden aguantar todo. Aunque estoy seguro que la
soledad, la indiferencia, la invisibilidad, les vaya debilitando su ánimo, su
alma.
Créanme cuando les digo que esta opinión no pretende señalar,
culpabilizar o responsabilizar, a nadie. Sería injusto por mi parte hacerlo,
más sabiendo que los problemas a los que nos enfrentamos a diario son causados
por un sistema económico que va más allá de nuestras propias voluntades. Aún
así habrá mucha gente que se sienta ofendida y me culpe de dar ideas a los
competidores para atacar nuestra agricultura. La escribo siendo consecuente con
las críticas que recibiré y con la conciencia tranquila de no estar haciendo
daño a mi provincia, a mis vecinos, al sector, porque contar lo que sucede, al
recordar a Amal, es una manera también de ayudar. Pretender esconder la
realidad, silenciar los gritos de auxilio, mirar para otro lado, cambiar los
residuos de un lugar a otro, hace más daño que intentar ponerle solución a los
problemas.
Soy consciente de los grandes logros de nuestra agricultura, de
nuestros agricultores, para adaptarse a las exigencias del mercado en materia
de calidad, de salud, de sostenibilidad. No cabe duda de que producimos las
mejores hortalizas del mundo, algo que debe hacernos sentir muy orgullosos por
lo que se ha conseguido en nuestra provincia en las últimas décadas. Pero todo
esto no debe hacernos olvidar que este modelo genera grandes injusticias
sociales, ambientales y económicas, y que debemos, estamos en la obligación
moral, de poner todos los medios para que desaparezcan.
Estas palabras solo pretenden ser una reflexión, un humilde
análisis del tiempo que nos ha tocado vivir, una constatación de la realidad
que todos conocemos pero que tratamos de ignorar porque no nos conviene, o
quizás porque nos han convencido de que nada podemos hacer. Esa idea derrotista,
pero balsámica para nuestra conciencia, desde mi punto de vista, es la mayor
ofensa para un ser humano. ¿Nada? De qué nos sirve entonces nuestra
inteligencia, la creatividad, la capacidad de solucionar problemas. No creo que
falten las herramientas para eliminar esos asentamientos y favorecer una vida
digna a esas personas.
Perdemos el tiempo
señalando ciertos comportamientos, poniendo parches insuficientes, o buscando
argumentos para justificar nuestra inacción, nuestra incapacidad para
plantarnos ante tan evidentes e inhumanas injusticias.
No puedo entender que estas situaciones no sean una prioridad para
el sector agrícola, para las administraciones, para la sociedad almeriense. Que
no presionen para intentar encontrar una solución a los problemas que tanto
lastran nuestra imagen en el exterior. Entiendo que no será fácil encontrar el
camino, pero si tres monjas jubiladas, son capaces de hacer todo lo que están
haciendo por Amal, por los invisibles, qué no podríamos hacer entre todos.
Por cierto, Amal está bien, sus golpes, sus heridas se curarán,
pero el miedo la acompañará toda la vida. Debe salir de allí.
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