Antonio Felipe Rubio
Periodista
⏩⏩⏩ Los almerienses hemos padecido todo tipo de calificativos, casi
siempre relativos al ámbito de la abulia y la desidia dimanantes de una tierra
con escasos recursos, síndrome de esquina y complejo de inferioridad.
Afortunadamente, la legaña y el esparto ya es una leyenda urbana, pero aún
subyace la dependencia del providencialismo que se ha prodigado en el ámbito
rural -ahora lamentamos el despoblamiento-, así como nuestra capacidad de
resistencia para aguantar humillantes retrasos y la evanescente retentiva de la
memoria que olvida tantas y tantas promesas frustradas, trapacerías y
traiciones fomentando y manteniendo una deleznable clase política que se
mantiene indemne al contar con el aplauso ciertas instituciones, organizaciones
y notables del lugar que han encontrado en el servilismo sectario el camino
hacia el éxito y la notoriedad.
"Y todo, para que luego llegue el tal Indalecio Gutiérrez y les espete que se han vendido al PP. Cría cuervos…" (Loa) |
De pasar de todo a no dejar pasar ni una. Este podía ser el slogan
de una sociedad en la que pululan ciertas células activadas, impulsadas y
estipendiadas que se arrogan el derecho de la representatividad universal.
Hemos aguantado más de diez años para, siendo los últimos de
Andalucía, tener la A-92; otra eternidad para el Materno-Infantil; la
intemerata para la redia del Almanzora; el chantaje obstruccionista para El
Corte Inglés… y, a cambio, silencio complaciente de los de siempre frente a
tímidos, deslavazados y, a veces, ridículos gestos de partidos como el PP que
se han desleído en su inherente melancolía. Cuestión aparte merece el aspecto
relativo al liderazgo social reivindicativo, la movilización, política de
comunicación y marketing del Partido Popular, aunque se perciben tímidos atisbos
de contestación.
Dos proyectos, diferentes por su trascendencia urbanística y despliegue
económico, son motivo de animado enconamiento. Los árboles de Plaza Vieja y el
Pingurucho, tras agotar las performances y exhibición de vacuidad discursiva,
han alcanzado el grado de “alerta freaky”, teniéndose que importar recursos de
intelectualidad subcontratada en el exterior para intentar domeñar la decisión
mayoritaria y democrática de la Corporación municipal; en fin, el típico
proceder de la dialogante y tolerante progresía.
Otro argumento belicoso es el proyecto Puerto-Ciudad. Una de las
más llamativas alegaciones al proyecto surte de la Mesa del Tren arguyendo que
no merece la pena gastar tanto dinero en restaurantes, bares y ocio que sólo
generarían una legión de camareros. Lo ideal, dicen, es invertir ese dinero en
los barrios (generando una legión de notarios, ingenieros y astrofísicos). Y
aquí es donde el mantra recurrente de la izquierda desvela la componente
ideológica o inspiración sectaria que impele a estos colectivos del “todo
Almería”.
Asaz cansino resulta el argumento de los barrios. Ya sea la Feria,
Carnaval, Navidad, Semana Santa o un agarejo, nada satisface si no se lleva a
los barrios. Para la citada Mesa, la inversión que superaría el déficit
histórico de una ciudad que ha vivido de espaldas al mar, es un despilfarro y
estaría mejor en los barrios, ¿qué barrios? ¿Para qué necesidades? ¿Qué
distribución?... nada de eso se explica. Por el contrario, el portavoz de la
Mesa del Tren avanza una “primicia”, asegurando tener la solución para el
Cañarete: un túnel de 8 km de longitud, con una inversión de ¡trescientos
millones de euros!
La alegación de la Mesa del Tren incluye la solución definitiva y
vital para el puerto: la conexión ferroviaria. Indican que el tren llegaría
soterrado hasta la rotonda del Cable Inglés, y afloraría en Almadrabillas para
discurrir, en superficie, hasta el Muelle de Poniente. O sea, el tren recorrería
la totalidad del puerto -insisto- en superficie, desde un extremo a otro y
abriendo una descomunal brecha que generaría una insoslayable servidumbre. Y es
aquí cuando me pregunto qué o quiénes han realizado un estudio socioeconómico
sobre la imperiosa e irrenunciable necesidad de llevar el tren al puerto, ¿para
qué? ¿Qué beneficios generaría? ¿Qué nos estamos perdiendo por no tener tren al
puerto? El arcano de las presuntas oportunidades que estamos obviando o
demorando por no tener tren al puerto es tan esclarecedor como las
inconfesables motivaciones que les lanzan hacia la protesta y la confrontación.
Y todo, para que luego llegue el tal Indalecio Gutiérrez y les espete que se
han vendido al PP. Cría cuervos…