Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
⏩ Mientras apenas una veintena de camiones y
poco más de doscientos agricultores se manifestaban el miércoles por las calles
de Almería para protestar por la gran crisis de precios rodeados de un ambiente
más cercano a la monotonía que a la indignación, en Extremadura, a esa misma
hora, y en Jaén, dos días después, varios agricultores eran detenidos tras duros
enfrentamientos entre manifestantes y policías. El motivo de las tres protestas, tan
cercanas en el argumento como alejadas en la geografía, era el mismo, pero el
clima en que se desarrollaban era tan distante como distintos son los modelos
productivos de almerienses, jienenses y extremeños. Viendo las imágenes por
televisión de una y otras protesta no pude eludir recuperar de la memoria
aquella otra manifestación en la mañana tardía del 19 de noviembre en la que
más de quince mil agricultores de la provincia tomaron, desde las
Almadrabillas, la Rambla y el Paseo para pedir soluciones por los bajos precios
que asolaban en aquellas semanas las previsiones de ingresos del sector. Quince
mil entonces y apenas trescientos ahora, ¿cómo se entiende esta disparidad de
cifras ante el mismo problema, ante idéntica reivindicación?
Concentración en el Paseo por los bajos precios de la agricultura (Loa) |
La respuesta la escuché un mes antes
en FruitAtracction en
el argumento de una mujer conocedora de la agricultura almeriense desde hace
décadas: “Los precios de los productos almerienses no pueden depender de que un
señor se levante un día en Berlín y, tras consultar en Google la temperatura,
decida ponerse un abrigo para salir a la calle”. El argumento podría sonar a
boutade, pero, tras esa apariencia, se escondía una realidad incuestionable: el
precio de (quizá) la mejor agricultura del mundo dependía de que el frío
llegara a las grandes capitales europeas; dependía de que un alemán, un
holandés o un inglés tuviera que recuperar de su armario el abrigo con que
protegerse del frío.
Nada hay que objetar a la protesta de
entonces y a la de ahora. El campo
almeriense lleva sufriendo una crisis de precios desde hace años
(desde siempre y por culpa de la intermediación de extramuros y la ausencia de
unidad en la oferta de intramuros) y es lógico el regreso a la protesta cuando
la bajada de precios se hace carne en la pizarra y el desasosiego y la
inquietud habita entre los agricultores.
No podemos tener un sector pionero en ingeniería genética, uso eficiente del agua, excelencia en la calidad y máxima seguridad en garantía alimentaria y hacer depender toda esa arquitectura de que la semana amanezca nublada y con bajas temperaturas en Holanda o Polonia
Lo que no tiene lógica es la cronificación
de esa amenaza. No podemos tener un sector pionero en ingeniería genética, uso
eficiente del agua, excelencia en la calidad y máxima seguridad en garantía
alimentaria y hacer depender toda esa arquitectura, tan propia del siglo XXI,
de que la semana amanezca nublada y con bajas temperaturas en Holanda o
Polonia. La climatología podía
ser asumida como factor determinante desde la invención de la agricultura hace
más de seis mil años hasta la modernización del sector iniciada hace setenta
años, pero ya, actualmente, no debe serlo, o, al menos, no debe serlo en la que
medida en que lo es, gracias a los avances tecnológicos y a la esperada madurez
del sector.
Salir a la calle a protestar está bien. Y
es Justo. Y es necesario. Pero también estaría bien y sería justo y necesario
que el sector hiciera un examen de conciencia, un acto de contrición y un
propósito de enmienda porque, lo que demuestra la realidad es que, no solo
estamos ante un problema cuyo origen está en el clima o en las estrategias de
la demanda, sino, también y a la par, ante un problema estructural limitado a
nuestra geografía provincial y a nuestra arquitectura comercializadora.
La industria
agroalimentaria almeriense no puede sustentarse, por recurrir a
Kennedy, en preguntarse permanentemente qué puede hacer el Estado -el gobierno
o la Junta o la Diputación o los ayuntamientos- por ellos, sino en preguntarse,
también, qué pueden -y deben- hacer ellos para que la incomodidad o injusticia
de las situaciones que padecen puedan eliminarse o, al menos, aminorarse. Esa
es una reflexión que, si encontrara una respuesta acertada, colaboraría
decididamente a que los precios hortofrutícolas de la provincia no dependieran
de que un tipo decidas ponerse un abrigo en Berlín tras leer las previsiones
del tiempo en Google.
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