José Miguel Gómez Acosta
Arquitecto
⏩⏩⏩ En 1993 comencé a viajar en tren de
Almería a Granada (y viceversa). Durante este tiempo he podido observar, puesto
que he viajado con regularidad prácticamente cada semana, cómo ha ido cambiando
de manera continua pero siempre constante, a veces para mejor, otras para mucho
peor, la línea de transporte ferroviario. En la actualidad, puedo decir que la línea
Almería-Granada no es otra cosa que un tren fantasma. La paulatina desconexión
del tren con los pueblos que atraviesa, en ese incansable afán por mejorar a
alta velocidad y olvidar las conexiones rurales, así como la falta de
adaptación de la línea a los retos de la competencia (autobús, coches de
economía participativa…) ha puesto sobre la mesa los retos nunca afrontados de
conectividad, mejora de servicio, reducción de los tiempos…
La demora y la multiplicación de obras de
mantenimiento (que hacen que los viajes se dilaten en el tiempo, con la
incomodidad añadida de tener que realizar parte del viaje en autobús) ha hecho
que, en la mayoría de las ocasiones, realice mi trayecto solo, o prácticamente
solo, en el vagón. Un vagón que he acabado llamando “mi
escritorio del tren”, porque es uno de los mejores lugares que conozco para
trabajar. Tres horas aproximadas de viaje en soledad, enfrentado a unos
increíbles paisajes, cara a cara con mi ordenador o mi cuaderno. Un
“escritorio” que ha dado mucho de sí para escribir.
Recuerdo que los queridos Ana Santos y
Pedro J. Miguel dedicaron al tren un número de su añorada revista Salamandria.
Un número que contenía una reproducción de un carné ferroviario (el del padre
de Ana), que daría pie a un proyecto que nunca llegó a concluirse de cuentos en
torno a ese carné. “Trenesheridos”, es decir, heridos de amor por los trenes.
Eso es lo que nos sentíamos todos los que de una manera u otra participamos.
Porque el universo del tren es algo realmente singular y, como todos los
universos, merece ser puesto en valor. Si tuviera que escribir hoy ese cuento,
imagino que hablaría de este tren fantasma, fascinante y bastante inútil, salvo
para unos pocos viajeros y un escritor.
La situación de la línea férrea Almería-Granada pone de manifiesto, una vez más, el estado de olvido de algunos territorios periféricos, ignorados en el debate sobre movilidad y sostenibilidad medioambiental de comienzos del siglo XXI
Más allá de la fascinación de lo que se
pierde, de la maravilla poética de un tren abandonado que sigue recorriendo su
camino, la situación de la línea férrea Almería-Granada pone de manifiesto, una
vez más, el estado de olvido de algunos territorios periféricos, ignorados en
el debate sobre movilidad y sostenibilidad medioambiental de comienzos del
siglo XXI. No apostar por un medio de transporte más limpio, como puede ser el
tren, desatendiendo su potencial de conexión, es hacer de Almería (como ya
ocurre con sus trenes) un territorio fantasma.
¿Cuánto puede soportar la línea férrea
esta situación? Después de tantos años, se diluye la presencia del tren, así
como su patrimonio arquitectónico asociado (las estaciones) y su valor como
muestra de la ingeniería de una época, vertebradora efectiva del territorio.
Cada vez los trenes entre Almería y Granada resultan más transparentes, más
olvidados. Tal vez, también, más evocadores… Qué tonta resulta la nostalgia.
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