Manuel León
Periodista
⏩⏩⏩ Se ha ido Ric y uno aún no se le cree; se
ha ido un grande de verdad, un amigo de verdad, un tipo de verdad, un mojaquero
de verdad, aunque naciera en la América profunda; se ha ido Ric Polansky, en
este malditos caos en el que estamos sumidos y ni siquiera lo vamos a poder
velar ni despedir; se ha ido Ric y ya lo echo de menos, aunque lo viera ya muy
poco. No necesitaba verlo, me conformaba con saber que estaba bien al otro lado
del teléfono, allí arriba en su chalet de Macenas cerca de las nubes del cielo,
con su pierna herida estirada sobre una silla de anea, con su risa
estentórea, con Karen al lado,
acariciando a su perro labrador y a su gata Ramona, soñando con una pinta de cerveza en el bar Los Arcos o comer un buen bistec
en el bar de La Estación de
Autobuses de Vera. Con lo que no podía soñar ya era con una partida de
tenis o de golf o con ir a un tendido de la Plaza de Almería o de Vera a beber
vino en la bota, a levantar el pañuelo pidiendo una oreja para el matador, a
saludar a sus amigos con uno de esos abrazos que solo él sabía dar.
Ric Polansky (La Voz) |
Ric, que nació en Iowa, aterrizó en Madrid
en 1969 y se montó en una moto y no paró hasta llegar a Mojácar donde se
terminó convirtiendo en uno de los decanos de la costa levantina. Ric, más
genuino que el Winston, ha
pasado sus últimos años retirado por culpa de su pierna ulcerada, en su reino
de las montañas, donde llegaban a visitarlo los jabalíes, desde donde veía
nadar todas las mañanas a los delfines. Lejos habían quedado sus aventuras de
cazador en Africa o buscando oro en las junglas de Perú y de Bolivia, enfrentándose a anacondas con el cañón de su
rifle.
Ric nació en 1947 en una ciudad
llamada Mason City, donde
amarilleaban los maizales, donde se celebran grandes campeonatos de billar y
donde estaba, junto a su casa, una de las principales bibliotecas del Estado.
Allí leía, el joven Polansky, a Twain
y a Doss Passos, a Faulkner y a Poe y así decidió con 16 años
empezar a recorrer pueblos y ciudades hasta llegar a San Francisco, donde se
dio de bruces con la cultura beat, donde decidió seguir los pasos
de su hermano Paul que
le mandaba cartas desde España que le inflamaban el espíritu para que se
reuniera con él en Mojácar.
Llegó por fin a su segunda tierra (primera
ya), justo cuando empezaban a reclamarlo para ir a Vietnam. Un informe
médico de don Diego Carrillo, declarándolo inútil, lo libró de
convertirse en soldado en ese conflicto tan puesto en tela de juicio por las
nuevas generaciones de norteamericanos. Llegó Ric, por tanto, seducido por los
cantos de sirena de su hermano Paul, quien le hablaba de Mojácar como una nueva
California, y se encontró con un pueblo donde las casas aún tenían al lado
corrales de gallinas.
Los Polansky entraron
con ímpetu en el negocio inmobiliario, desarrollaron Los Lomos del Cantal, La Gaviota, La
Ventanicas y después Cortijo Grande, una urbanización fuera de serie en
Turre, donde hicieron el primer campo de golf de la provincia y un helipuerto
en el que aterrizaban avionetas con clientes que venían de todas partes de
Europa a comprar una casa.
En Mojácar, entonces, todo estaba por
hacer, y no había madrileño progre que no estuviera magnetizado por la hierba y
el mito del amor libre y que no presumiera de tener un refugio en Mojácar. Ric
pensó entonces, tras viajes y viajes por Sudamérica buscando Eldorado, en
hacerse la casa de su vida, esa en la que ha reposado los últimos años de su
vida con su pierna en algodones.
Ric ya no podía bajar escaleras, ya no se
podía encerrarse en su despacho, donde se veían libros con lecturas abandonadas,
caricaturas a plumillas, objetos de arte y fotografías de cacerías y pieles de serpiente, ya no podía
acudir a esa taberna casera presidida por carteles de corridas de toros y por
un gran grifo de cerveza. Te vamos a echar de menos, querido amigo.
Descansa en paz, gran Ric.
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