Manuel León
Periodista
⏩⏩⏩ Quizá uno mire ya todo con ojos de coronavirus -esta plaga de la
que no sabíamos nada en Almería hace unas semanas y ya gobierna nuestras vidas-
pero ayer a media mañana apenas había gente por la calle Pedro Jover. No sé,
quizá me esté pasando, pero no vi a nadie. Lo juro. Pedro Jover es una de las
arterias más bulliciosas que une el Cuartel de los Soldados con la calle La
Reina y parecía una paramera: el Bombón, abrevadero de desayunos, sin la
alegría de siempre, los dueños de la ferretería mirando por los cristales de la
puerta cerrada, como en Apocalipsis Now, la tienda de fotos sin clientes, las
aceras mudas.
Vera Playa (Loa) |
No sé -quizá me esté pasando-, pero ayer esa no era la calle de
siempre en el centro histórico de la ciudad. Todo lo contrario que Vera playa,
Villaricos, Garrucha, Mojácar, que ayer amanecieron llena de madrileños con
segunda residencia en el Levante almeriense, como si ya hubiera llegado el
verano. Madrid se desinfla, el tráfico se detiene, los funerales se suspenden,
mientras niños de la capital, sin colegio, pasean por el Salar de los Canos de
la mano de sus padres, de sus abuelos, llenando carritos en el Lidl o en Consum,
reservando mesa en restaurantes de pescado junto a los trasmallos, para pasar
unos días frente a la playa en esta primavera adelantada, generando inquietud
en la comarca entre los indígenas, porque cuesta mucho ser obediente.
Vera playa, Villaricos, Garrucha y Mojácar amanecieron llenas de madrileños con segunda residencia en el Levante almeriense, como si ya hubiera llegado el verano
Es lo que
tiene todo esto, todo lo que ha traído consigo este virus que nació tan lejos y
que ya es de la familia, que lo ha puesto todo al revés. Hace unos pocos días
todo estaba normal: los padres iban al trabajo, los niños a la escuela, los
solteros hacían planes de fin de semana para irse de excursión, Guti intentaba
salir del hoyo, Abascal y Montero parecían de distinta piel; hasta hace cuatro
días -que parece ya que fue hace cuatro años- todo el mundo hacía planes de
Semana Santa o de verano.
Ahora ya nadie hace nada. Se suspende todo en
Almería, se lo lleva toda esa riada de miedo a lo desconocido que nos ha cogido
de la pechera y que amenaza con no soltarnos en varios meses. Se suspenden
hasta los abrazos y los besos, igual que las sesiones en el Teatro Cervantes y, a partir de ya, se empezará a mirar mal a quien se atreva a salir de su hogar,
a quien se atreva a sentarse al sol de una terraza de Marqués de Heredia a tomar
un vermú.
Almería, esquinada, sola, olvidada, no se libra. No le sirve de nada
no tener AVE, el Covid19, que principió en un murciélago ha llegado también.
Los bares de Jovellanos anulan pedidos por temor a que no se siente nadie, los
clientes de agencias cancelan viajes, la Alcazaba anuncia que cierra. Ni Lehman
Brothers, ni el cambio climático, ni la tragedia de las riadas van a hacerle
uncir el yugo a esta provincia como este temido virus, como esta plaga egipcia
que nadie esperaba, como si estas cosas no pudieran ocurrir en los tiempos de
Instagram.
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