Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
⏩ La tarde que el presidente del Gobierno
hizo pública la decisión de decretar el estado de alarma tomé la decisión
de romper la continuidad que, desde hacía casi treinta años, mantengo
cada semana con los lectores a través de estas Cartas. Lo hice porque
cumplía, así, aquella tan vieja como tan acertada reflexión de Azaña cuando
dijo que si los españoles se dedicaran a hablar de lo que saben, y solo de lo
que saben, se produciría un gran silencio que serviría para avanzar como país.
En aquel sábado del 14 de marzo nadie
sabía lo que estaba pasando y, mucho menos, lo que iba a pasar. Si los que
están obligados a saber no saben o, en el mejor de los casos, están
dominados por la mayor de las incertidumbres -me pregunté- ¿quién soy yo para
opinar acerca de una pandemia sobre la que nadie sabe nada, solo que tiene un
origen imprevisto y unas consecuencias imprevisibles? Con ese convencimiento y
con la convicción de que el lector, aunque sea un solo lector, se merece el
mayor de los respetos, decidí guardar silencio. Mis opiniones solo se
plasmarían en diseñar el dibujo informativo que el magnífico equipo de este
periódico hiciera cada día de lo que estaba y está sucediendo.
Han pasado 43 días desde que me impuse la
recomendación azañista y si hoy la rompo es porque, con el paso de los
días, he llegado a alcanzar algunas convicciones constatadas, no por la
especulación o la intuición, tan arriesgada siempre, sino por la fuerza
incontestable de los hechos.
La primer conclusión es que si aquel 14 de
marzo nadie sabía nada, hoy, quienes dirigen la lucha contra la amenaza, saben
algo más, solo algo más. El comité científico, el gobierno y
la oposición navegan en un mar de dudas en la que, demasiadas veces, la niebla
del desconocimiento o del partidismo les hace escoger el rumbo equivocado.
Al gobierno porque, dominado por el
cesarismo temerario de su presidente, pretende liderar una guerra a la que no
puede vencer desde las decisiones unilaterales. España no se gobierna desde La
Moncloa. La estructura radial del poder es incompatible con la realidad
Constitucional de un estado autonómico. El presidente debe tomar
decisiones pero, antes de hacerlo, debe escuchar y tener en cuenta las
opiniones de los que deben llevarlas a la práctica. El liderazgo no se
alcanza desde la imposición, sino desde la persuasión razonada asumiendo las
aportaciones, también razonas de los demás. Los políticos no han llevado nunca
a la práctica aquella máxima de Zorrilla en la que sostenía que “quien me
critica no me aflije, me hace un favor quien me corrige”. En una clase política
ensimismada en una adolescencia permanente esta es una asunción intelectual
inalcanzable.
La oposición porque, obsesionada por
llegar al poder, no está siendo consciente de la inmensa gravedad de la
crisis. La prisa oscurece a veces ver la realidad en toda su
dimensión. Desde que empezamos a asumir la realidad, toda la oposición,
hasta los oportunistas aliados independentistas de Sánchez, parece que en demasiadas
ocasiones están dedicando más esfuerzos a debilitar al gobierno que ha
fortalecer la lucha contra la pandemia. Reivindicar como primeras medidas
que las banderas ondeen a media hasta, que se organice un funeral de
Estado o que se levante un monumento en recuerdo permanente de las víctimas,
como hizo Casado en las primeras semanas, es, emocionalmente asumible pero
eficazmente desolador. A la epidemia se le frena con ciencia , no con
emotividad. Mientras a la oposición constitucional solo le faltó pedir sacar
los santos a la calle para que frenaran la epidemia (estoy seguro que algunos
lo pensaron), a los independentistas solo se les ocurrió, mientras los muertos
llenaban las residencias de ancianos que ellos están obligados a controlar,
proclamar con tanto cinismo como tanta demagogia que con una Cataluña
independiente las víctimas no serían tantas. Torra, como Nerón, se
dedicaba a tocar la lira secesionista mientras el virus infectaba de desolación
y muerte todos los territorios sin tener en cuenta ninguna frontera. Es
difícil exhibir mayor grado de estupidez; no en Torra: en quienes le siguen
como al mesías que les llevará a la tierra prometida.
En medio de tanta contradicción, he
encontrado un mayor perfil de sentido común en los gobiernos y en las oposiciones
autonómicas, así como en diputaciones y ayuntamientos. Creo que en estas
semanas tanto unas como otros han gestionado de forma mas profesional la
crisis.
Almería y Andalucía están siendo un
ejemplo. No solo porque el nivel de afectación de la pandemia aquí no ha
estallado con el nivel de virulencia que han padecido y padecen otras
comunidades, o porque en nuestra comunidad se haya actuado mejor, dos factores
que, sin duda, han actuado como elementos positivos. También porque, como
sostiene el investigador almeriense y Premio Príncipe de Asturias, Ginés
Morata, la vida es una acumulación de azares. Y esta vez el azar nos ha
situado extramuros de los mayores focos iniciales de la epidemia.
El presidente Sánchez y el presidente
Moreno, tan distintos y tan distantes, aciertan cuando defienden – ‘es
caprichoso el azar’, como canta Serrat- un pacto nacional y regional para la
reconstrucción de España y de Andalucía. Como ya han acertado, el alcalde de
Almería y el presidente de la Diputación al elaborar, asumiendo también las
aportaciones de los partidos de la oposición, dos planes cercanos a los 200
millones de euros para contribuir a la reconstrucción de la provincia y de la
capital. Unas elogiables decisiones de Javier Aureliano García y de Ramón
Fernández-Pacheco que van a tener su proyección en otros municipios de la
provincia. Esta es una batalla en la que solo habrá vencedores o vencidos
y en la que todos estamos en el mismo bando. Quien pretenda saltar por
intereses espúreos de trinchera acabará siendo merecedor del desprecio.
Eludo conscientemente entrar en los
pantanosos terrenos de las estrategias científicas y sobre los aciertos o
errores cometidos en ese territorio tan complejo. Eso corresponde a los
miles de científicos que, en todo el mundo, investigan cómo acabar con el
Covid-19. A ellos, y a los millones de cuñados que, en un gesto
insuperable de necedad hablan y hablan sin saber que no saben.
Dejemos trabajar a los expertos. Yo
regreso al silencio azañista; al menos hasta que tenga la convicción de que sé,
de forma razonante, de lo que voy a opinar. Es el respeto, el mínimo
respeto, que se merecen la amabilidad y la generosidad de quienes leen lo que
otros opinamos. El ruido vacío lo dejo para los que opinan de todo sin
saber que nadie sabe nada; o casi nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario