Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩ El silencio de ayer de los balcones y la denuncia por un delito
contra la seguridad de los trabajadores, que el Consejo de Enfermería ha
interpuesto ante el Supremo a varios
representantes políticos, viene a demostrarnos que nuestros sanitarios, la
primera línea de defensa ante el coronavirus, no se sienten héroes, sino
mártires que han aceptado, resignados, sufrimientos, injusticias o privaciones
para llevar a cabo su tarea.
En realidad no quieren ninguna etiqueta salvo la de profesionales
que han hecho su trabajo, como los camioneros, las fuerzas de seguridad, los
cajeros del supermercado, los farmacéuticos y tantos otros que nos han hecho
pasar esta cuarentena sin privaciones.
Eran mandados a la primera línea del frente para defender, y engrandecer, el imperio, mientras los cesares y emperadores dirigían, manejaban, desde lo alto de la planicie, sus fuerzas, sus piezas
Tampoco quieren que se hable de guerra, y quizá tengan razón, pero
desde que empezó todo, me dio la sensación, y será porque estaba leyendo a
Posteguillo, que estos trabajadores esenciales eran mandados a la primera línea
del frente para defender, y engrandecer, el imperio, mientras los cesares y
emperadores dirigían, manejaban, desde lo alto de la planicie, sus fuerzas, sus
piezas. Sobre la sangre de los legionarios se erigió Roma, que terminó
desangrándose por la avaricia y corruptelas de sus políticos, más preocupados
por el poder personal que el de los ciudadanos.
La diferencia es que aquellos legionarios estaban muy bien
pagados. Es cierto que los primeros siglos de Roma no era así. Cada uno se
compraba sus defensas, sus armas, y la guerra, cuando los enemigos y las
ambiciones eran menores, era un complemento a su vida de campesinos. Pero con
el tiempo se dieron cuenta de que para dominar el mundo, debían
profesionalizarlos, darles una buena paga y todo lo que necesitaban para ir a
la batalla. Los emperadores que consiguieron que Roma dominara el mundo, fueron
los que cuidaron a sus legiones, los que lucharon junto a ellos, los que reconocieron su valor, su esfuerzo, no solo
con vítores y palmaditas en la espalda. Los que olvidaron que su poder residía
en sus tropas, los que no dieron ejemplo en el campo de batalla, los que
racanearon en su agradecimiento por sus sacrificios, por su valentía, no
duraron mucho.
Lo sé, a la mayoría no le gustará la comparación, pensarán que
está fuera de lugar. Nuestros trabajadores esenciales no son legionarios, ni
estamos en guerra, pero si nuestro Presidente utiliza conceptos bélicos es que,
esta crisis sanitaria, desde nuestro gobierno se está afrontando como si lo
fuese. Y las tropas se le están rebelando. Han perdido la fe en su líder,
porque no lo sienten junto a ellos en el cuerpo a cuerpo, porque los arenga
desde su caballo con su toga purpura impoluta, pero no los escucha, no atiende
sus necesidades, y los manda a luchar con sandalias roídas, con cucharas de
madera, a pecho descubierto. La primera línea, los esenciales, solventaron la
falta de recursos con entusiasmo, con vocación, por el ánimo y el apoyo de sus
conciudadanos, pero el tiempo, el sobreesfuerzo, sus compañeros caídos, la
indolencia e incapacidad de sus gobernantes, desbordados por la situación, los
está poniendo al límite.
La historia pondrá a cada uno en su lugar, pero tengo la esperanza
de que esta crisis sanitaria, sea recordada como el momento donde los peones se
rebelaron, cuando entendieron, que como decía Philidor, son el alma de la
partida, y que tenían la posibilidad de coronarse, convertirse, en lo que ellos
quisiesen ser, un ejército de damas, de caballos, de alfiles. Quizá este sea el
momento de cambiar las reglas del juego, de olvidarnos de proteger al rey, que
como siempre ha permanecido impasible en el centro del tablero, esperando el
momento de atacar, y encabezar la victoria, o comenzar su huida, y achacar su
derrota a la falta de pericia de sus generales, de su tropa.
Se acerca el dos de mayo y su espíritu está más vivo que nunca. El
pueblo luchando contra la ocupación, todos a una, esperanzados por un futuro
mejor. En nuestras manos está cambiar las reglas del juego, olvidarnos de la
dependencia de los mercados, de la globalización, de dejarnos la vida
defendiendo algo en lo que no creemos y que nos lleva a la destrucción.
Reclamemos la posición que nos hemos ganado, la libertad de elegir, la
oportunidad de construir otro mundo más justo, la ocasión que se nos ha
ofrecido, lo aprendido, para recuperar el alma de los peones.
No, no estamos en guerra, pero que la sangre derramada no sea en
vano.
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