Antonio Felipe Rubio
Periodista
⏩⏩⏩El Gobierno acaba de alcanzar sus primeros cien días; lo que llamamos los primeros “100 días de cortesía”. Todo un
oxímoron, ya que la cortesía se ha caracterizado por reprender, amenazar y
amedrentar a la población.
Integrantes del Gobierno de España (La Vanguardia) |
Cien días dan mucho de sí, especialmente si se trata de un
colectivo que ansía protagonismo y pugna por la exposición y sobreactuación ante
la opinión pública. Este Gobierno rivaliza entre sí mismo. Entre comunistas y
socialistas no se puede esperar humildad y sacrificio en aras del bien común,
porque ambos tienen una componente populista irrenunciable. Por este motivo, en
estos 100 días -eternos y tediosos- les hemos visto decir y hacer cosas que
sólo son previsibles en una reata de ineptos. Poco más se puede añadir a la
pésima gestión de la crisis sanitaria: desconfinamiento de los niños, compra de
mascarillas, adquisición de test… y las humillantes por exiguas medidas de
seguridad para sanitarios, policías, militares y Guardia Civil.
Un Gobierno que aporta soluciones tan “brillantes” como acompañar
a los niños a comprar tabaco, a la farmacia o al súper da el perfil de sus futuras
capacidades para poder afrontar una razonable gestión que garantice las
pensiones, reactivar la economía y encontrar retorno al sector productivo y
laboral.
Cien días con estos hiperactivos, dispersos y compulsivos han sido
suficientes para percibir sus aptitudes. Es decir, muestran lo que saben hacer
y lo que no saben hacer. Definitivamente, lo que no saben hacer es gestionar,
pero lo que les sale extraordinariamente bien es mantenerse en el poder.
Mantenerse en el poder y salir indemnes de sus fracasos, engaños y manipulación
es su mayor virtud.
El poder es refractario a la crítica. Cualquier admonición a su
pésima gestión es considerada como “información negativa” (Celaá dixit). El
“estrés social” o la “desafección al Gobierno”, como dijera y escribiera el
general Santiago, son una pequeña pero descriptiva muestra del mayor afán que
ahora ocupa al Gobierno de España: mantenerse en el poder con las mínimas
críticas y nula desafección. Y esto me hace pensar por qué son tan malos en la
gestión de la crisis sanitaria: están más centrados en lo “suyo”.
No se entiende el disparate de los niños o las compras de materias
fake, aun con la nutrida colaboración de expertos de los que disponen. Creo que
desoyen, desprecian o calculan el beneficio electoral por encima de cualquier
gestión conducente a solucionar la crisis sanitaria, social y económica. Han
calculado como esencial y prevalente despejar cualquier argumento que disturbe o
moleste su principal inquietud: mantenerse en el poder a pesar de un itinerario
plagado de daños colaterales. Ya lo veíamos venir con el “Manual de
resistencia”: ante todo resistir y mantenerse ante viento y marea.
Otra de las características de este Gobierno es la resilencia
(capacidad de adaptación ante las condiciones adversas). Y lo hacen con todo
desparpajo y utilizando todos los recursos a su disposición. El “Aló presidente”
se ha convertido en un monólogo de campaña electoral. Es como el minuto de oro
de los debates, solo que en versión Pedro Sánchez es hora y cuarto. Alocuciones
y mensajes de autobombo y desvío de responsabilidades es algo más que un
indicio de utilización de una situación de emergencia para beneficio sectario.
No quieren banderas a media asta, crespones en la televisión… y ha
tenido que ser Pablo Casado quien arranque al reticente Congreso un minuto de
silencio en memoria de las víctimas y familiares. El alcalde de Valladolid negó esta posibilidad en la videoconferencia de la Federación de Municipios y
Provincias arguyendo que nadie iba a ver las banderas a media asta porque la
gente no está en la calle (…) y los crespones negros generan desazón y tristeza.
De esta actitud se desprende que no sólo son malos para la gestión, también lo
son para empatizar con las víctimas que su incompetencia genera.
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