El nuevo periodismo


Antonio Felipe Rubio
Periodista

Se suele decir que de las crisis surgen nuevas oportunidades. Algunas se refieren a nuevas oportunidades de negocio, comportamientos antes impensables o nuevas actitudes antes desacostumbradas. Abundando en el general reconocimiento a los abnegados y sacrificados servidores de los sectores públicos esenciales, así como ejemplarizantes gestos de la iniciativa privada e innumerables heroicidades anónimas, esta crisis también nos ha provisto unas cauciones ante un sector de universal consumo durante el largo periodo de confinamiento: el periodismo.


Los medios de comunicación (prensa, radio, televisión, publicaciones electrónicas y redes sociales) suponen el bien de mayor aceptación por parte de una sociedad ávida de conocimiento en tiempos de inusitada zozobra.

Antes de la crisis existía un público desafecto a los cansinos enredos de la política. En todo caso, hubo un momento de cierto interés por conocer las políticas de okurrencias: a ver a quién exhuman hoy; qué edificio “fascista” quieren derribar; a quién quieren freír a impuestos; qué viviendas van a arrebatar a multipropietarios; qué propiedades arrebatan a la Iglesia católica; cuántas corporaciones empresariales se deslocalizan; qué nuevo argumento guerracivilista y de confrontación se acuña… en fin. Este tipo de cosas ha permitido mantener cierta atención a los medios de comunicación, los cuales han mantenido un evidente distanciamiento en sus líneas editoriales, reforzando sus recursos con notables fichajes de analistas, tertulianos y equipos técnicos para dar respuesta rápida y potente que pudiese ensordecer y minorar el efecto de los medios de la competencia ideológica.

En países de larga tradición democrática existe cierto equilibrio entre los medios de distintas tendencias. En Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania… las grandes corporaciones dedicadas a la comunicación se distinguen por una permanente contienda utilizando un armamento muy igualado. En España, sin embargo, la izquierda ha sabido fomentar y nutrir -sobre todo nutrir- a los medios afines a su ideología, y ha utilizado -como nunca se le podría ocurrir a la derecha- los medios públicos cuando ostenta y, ahora, detenta el poder. La derecha, además de maltratar a veces a los medios afines, ha podido participar, al soslayo, en el fomento de medios de su ideología consiguiendo algunos altavoces de escasa potencia, reducida audiencia y ajustadísima cuenta de explotación. Por el contrario, la izquierda ha desbordado cariño, afecto y generosos presupuestos a mayor número de antenas, licencias, campañas y convenios que han reducido a la oposición mediática a la casi indigencia comunicacional y una influencia limitada por el escaso alcance técnico. Incluso, algunos medios en manos del PP han dirimido en escenarios rayanos en la cutrez y puramente testimoniales.

Decía anteriormente que una faceta -podría decir positiva- de esta crisis es el cambio de actitud de la audiencia entregada a un consumo masivo de información. También es cierto que la audiencia ha dejado de ser objeto pasivo de la información. El lector, espectador y oyente ya no confía plenamente en el periodismo y ha tomado una inesperada iniciativa: se ha convertido en periodista desde la resistencia.

Hace muy poco tiempo las noticias de los medios tradicionales y “profesionales” se daban por ciertas. Los sobacos ilustrados llevaban siempre su ejemplar del diario en cuestión para pasear su tendencia y refutar cualquier argumento citando la incontrovertible letra impresa y, en su defecto, “ha salido en la televisión” o “lo ha dicho la radio”.

Pedro Sánchez, una vez desvelado el embeleco de la OCDE, percute en la falacia corrigiendo y aumentando la mentira. Ahora no sólo dice que estamos en Top-ten de países con mayor número de test practicados (puesto octavo) ¡por delante de Alemania! Además, nos sitúa en el puesto quinto, según no sé qué instituto de no sé dónde. Miente, aun desbaratado el enredo. La técnica es fácil: tantos millones de audiencia en la cadena gubernamental, más los de medios afines estipendiados suman cinco octavos de la audiencia total, incluida la audiencia de los medios que consideran residuales y que sólo concitan a los más cafeteros, pero esos los damos por amortizados.

Lo importante es mantener engañados a los menos avisados o poco involucrados en el contraste y verificación de los hechos. Siempre existe una atractiva y aprovechable porción de la población candidata a prosélito ante la llamada de estos muecines que se encaraman a sus prominentes alminares populistas. No olviden que cuánto más alto es el campanario y mayor la campana, más eficaz es la llamada a los fieles.

Las continuadas boiras de mentiras del Gobierno de España han velado la nítida transmisión informativa. Aclarar esta densa niebla recae en los propios receptores de la información, que se han convertido en activos verificadores, así como amplificadores de los infames bulos del gobierno.

Unos pocos medios profesionales, aún dignos de merecer la audiencia que les secunda, y la amplia legión recluida en la ergástula de las redes sociales que el Gobierno de España persigue, monitoriza y reprende es lo poco que va quedando para acceder a la verdad.

Al Gobierno no le preocupa tanto los bulos en Internet como que corra como la pólvora el desmontaje de sus mentiras. Y si no los puede estipendiar para plegarlos a su regazo ideológico, los amenaza, criminaliza… y, de uniforme, les saca al general Santiago.

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