Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩⏩⏩ El coronavirus entró en nuestras vidas como un elefante en una
cacharrería e hizo todo saltar por los aires: nuestras rutinas, los valores,
las seguridades, la economía mundial, el sistema educativo, el futuro
planificado y las agendas, que las miramos de vez en cuando cargadas de
anotaciones, confiando que solo sean aplazadas, pero con la seguridad de que la
mayoría serán suspendidas.
Esta semana se conmemora el Día del Libro. A su alrededor había
diseñadas muchas actividades culturales y ferias que no podrán llevarse a cabo,
y que tendrán que adaptarse, como se está haciendo desde el comienzo, con
ilusión, creatividad e imaginación, a las redes sociales, a los medios de
comunicación, a la circunstancias de cada uno. No será lo mismo, pero lo
importante es que se hablará de libros, de escritores, de editoriales, de
libreros, de narradores, de lectores, de ilustradores, de historias y leyendas,
de personajes que al recordarlos nos hacen sonreír o nos producen escalofríos.
Estoy seguro de que en las próximas ferias de libro encontraremos a muchos creadores argumentar que los conflictos, las crisis, son manantiales donde surgen grandes personajes con grandes historias que contar
Estoy seguro de que en las próximas ferias de libro encontraremos
a muchos creadores argumentar que los conflictos, las crisis, son
manantiales donde surgen grandes
personajes con grandes historias que contar, porque cuando la vida nos pone
ante momentos críticos, donde nos lo jugamos todo a una carta, las emociones
están a flor de piel, y todo buen libro que se precie es algo de lo que no
puede carecer. De esta crisis sanitaria saldrán miles de historias porque tiene
todos los ingredientes para que así sea, pero sobre todo porque nos está haciendo sentir, emocionarnos, y es algo
que no deberíamos olvidar jamás.
No deberíamos olvidar las emociones que han conseguido alterar
nuestro pulso, que nos han erizado el vello, que nos han provocado sudores, un
nudo en la boca del estomago quitándonos el apetito. Reacciones físicas que no
hemos podido controlar por el miedo ante la pérdida de un ser querido, la rabia
por no poder acompañarlo en sus últimos momentos, la angustia de ver que todo
lo que construiste con grandes sacrificios se viene abajo, la tristeza al
recordar los besos que se están quedando en el camino, la sorpresa al encontrar
en tu desconocido vecino un pilar para resistir, la alegría de sentir el sol
sobre tu cara. Emociones que no puedes controlar, que alteran tu cuerpo y tu
mente, que te llevan de la risa al llanto, del cielo al infierno, de la vida a
la muerte.
No deberíamos olvidar todos los sentimientos que generaron esas
emociones primarias, imposibles de aplacar, pero sí de domesticar con la razón,
con el pensamiento. La angustia, la ansiedad de no poder salir a pasear por el
parque con tus hijos, el temor, la incertidumbre ante el futuro cercano, la
preocupación, la inquietud por haber discutido con tu pareja. No deberíamos
olvidar la indignación ante las decisiones de nuestros políticos, el
resentimiento a los irresponsables que solo piensan en sí mismo, la furia ante
los que pintan los coches de los sanitarios, la frustración al no poder ayudar
en los deberes a tus hijos. No deberíamos olvidar el pesimismo ante las cifras,
la melancolía al pensar en una caricia de sus dedos, la pena al recordar la
última paella con los amigos, la soledad, el vacio que no desaparece con una
llamada, la timidez, el orgullo que te impide ofrecer lo que sabes que
necesitan, el aburrimiento de los sábados por la noche. No deberíamos olvidar
la solidaridad y felicidad de balcones, el sabor del primer bizcocho familiar,
la diversión de los juegos de mesa, de los bailes en el salón, de la carrera
continua por el pasillo, la satisfacción de saber que siempre tendrás a alguien
para sostenerte, la gratitud en su mirada, el placer de compartir una canción,
una sesión de fotos para el recuerdo.
No deberíamos olvidar ninguna de esas emociones y sentimientos,
por muy malos que sean, porque si olvidamos, si no los grabamos en nuestro ADN,
corremos el riesgo a que nos vuelvan a confundir, a volver a la misma senda, a
mirar estos dos meses de confinamiento como algo anecdótico que no sirvió para nada,
a repetir tu voto de las últimas elecciones, a olvidar tus debilidades, lo que
te hizo tambalearte, la fuerza, la magia que nació en tu interior y que te hizo
mantenerte en pie, la confianza y la seguridad de tu vecindario, la fragilidad
de una realidad que nos parecía inmutable.
No olvides, guarda tus emociones como el mayor tesoro que nos
quedará de todo esto, y sobre ellas podrás reescribir tu historia, el libro de
tu vida.
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