Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩ Estamos inmersos en la extinción de un gran incendio, y a pesar de
que hemos podido controlar las llamas, no podemos bajar la guardia. Por
experiencia sabemos que la confianza es mala consejera cuando las ruinas siguen
humeando, cuando las ascuas siguen incandescentes. Un cambio en la dirección
del viento y volveremos a estar rodeados por el fuego, y eso sería
catastrófico. Por eso es el momento de la prudencia, de mantener la calma y hacer
el último esfuerzo para extinguirlo definitivamente. Lo conseguiremos, no me
cabe duda, pero este incendio no es el verdadero problema, hay que buscar el
origen, matar al dragón que lo originó.
En realidad no es solo uno, es una estirpe de dragones, la del
neoliberalismo, que llevan amenazándonos desde hace décadas. Deberíamos
haberlos aniquilado y, sin embargo, por la ambición de unos pocos y la creencia
de que con su ayuda podrían dominar el mundo, los hemos sobrealimentado con
nuestros actos cotidianos. Sabíamos de su peligro, de su amenaza, de las
catástrofes que provocaban, pero como lo que ardían eran los bosques de las
tierras lejanas lo dejamos pasar. Pensábamos que nunca llegaría a nuestras
puertas, a pesar de las advertencias, de las evidencias, de que el humo estaba
cerca. Solo cuando el terror se ha hecho palpable al mismo tiempo en todo el
mundo, cuando ha llegado al corazón de las ciudades, cuando le hemos visto la
cara a la muerte, nos hemos dado cuenta del peligro de vivir pensando que el problema
era de otros.
No, a estos dragones los tenemos que eliminar entre todos, porque todos hemos colaborado en su alimentación, todos permitimos que se descontrolasen
El COVID-19 nos ha enseñado que no podemos seguir ignorándolos,
ofreciéndoles sacrificios para que nos dejen en paz, para calmar nuestras
conciencias. Es hora de acabar con ellos, porque si no lo hacemos ahora, si no
nos enfrentamos al verdadero problema, acabarán con nosotros. Y pueden pensar
que como en los cuentos de hadas, llegará un héroe para salvar a la princesa,
matar al dragón y liberar al reino del estado de terror instaurado por su
presencia. No, a estos dragones los tenemos que eliminar entre todos, porque
todos hemos colaborado en su alimentación, todos permitimos que se
descontrolasen.
Pongamos un ejemplo, centrémonos en el dragón del Cambio
Climático, uno de los más temidos, de los más sanguinarios, de los que más daño
nos está causando, y seguirá haciéndolo cuando todo esto pase. Él solo es capaz de hacer subir la
temperatura del planeta, de intensificar olas de calor, periodos de sequia que
provocan grandes migraciones de seres humanos que huyen buscando alimento y agua.
Modifica las corrientes marinas, provoca la subida de los mares, agrava enfermedades como el dengue, el
paludismo, la malaria. Millones de
muertes cada año que seguirán en aumento mientras no hagamos nada por evitarlo.
Alimentado nuestro ego, nuestra comodidad, hemos roto el equilibrio natural, hemos perdido las defensas para protegernos como individuos y como especie
Muchos expertos relacionan la aparición de esta pandemia por las
condiciones a las que estamos sometiendo al planeta. Alimentado nuestro ego,
nuestra comodidad, hemos roto el equilibrio natural, hemos perdido las defensas
para protegernos como individuos y como especie. La contaminación, el aumento de la
temperatura, la pérdida de biodiversidad han hecho que este virus nos ponga
contra las cuerdas.
Pero en medio de la catástrofe hemos encontrado el camino. Tenemos
la sensación de que durante esta crisis hemos aprendido a mirar lo que nos
rodea, a entender la importancia de la naturaleza para nuestra existencia, a
recuperar el vínculo que descuidamos. Como los niños que vuelven a los brazos
de su madre cuando les duele algo hemos buscado el abrazo materno, el regazo
para protegernos frente a la tormenta, la paz, el latido para calmar nuestra
angustia, nuestro desasosiego, el refugio de la palabra precisa, de la mirada
perfecta, las respuestas a las preguntas que confundidas deambulan por nuestra
cabeza.
Pero lo más importante es que todas las reivindicaciones que se
están haciendo para fortalecer nuestra economía, para sentirnos más seguros
ante posibles contagios, son las mismas que se han defendido en las últimas
décadas para luchar contra el Cambio Climático: la apuesta por lo local, por lo
pequeño, por lo que nos diferencia, frente a lo global que nos limita y
debilita; por la agricultura, ganadería y pesca de proximidad; la reducción de residuos al disminuir el
consumo de productos innecesarios; la disminución de los gases de efecto invernadero
al eliminar el trafico de nuestras ciudades, la producción masiva; la apuesta
por el teletrabajo, por la bicicleta
como transporte alternativo; la mirada al mundo rural donde paradójicamente, se
han sentido menos dependientes; pero sobre todas las cosas, lo mejor que hemos
aprendido ha sido a valorar la libertad y a relacionar esta con la naturaleza,
al añorar la caricia del sol, la arena bajo nuestros pies, el viento enredado
en nuestro pelo.
Hay que acabar con los
dragones o nos pasaremos la vida apagando fuegos, y ya saben que quien juega
con fuego se termina quemando.
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