Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩⏩ Desde que quedamos confinados nos hemos hecho muchas preguntas. La
más repetida es si lo vivido habrá servido de algo. La realidad, el peso de la
economía en nuestras vidas, la historia de la humanidad y la insensatez humana les da argumentos irrefutables a los que están convencidos de que nada va a
cambiar, pero yo sigo pensando que lo experimentado en estos meses no habrá
sido una pérdida de tiempo. Aunque sea de manera inconsciente sus enseñanzas,
sus huellas, quedarán en nuestra memoria, la individual y la colectiva, y nos
harán reconducir nuestra existencia. La dirección que tomemos ya es otro
debate.
El filosofo Emilio Lledó dice que los seres humanos somos memoria
y lenguaje, que si no tuviésemos memoria no sabríamos quienes somos. Luego, es
cierto, y eso es lo que nos diferencia de los demás seres vivos, tenemos que
interpretar esos recuerdos, esos archivos de información, y dependiendo de cómo
lo hagamos, tomaremos un camino u otro. Tenemos la capacidad, y la posibilidad
de modificar nuestros hábitos, de cambiar de rumbo, de redirigir nuestro
futuro.
Esa capacidad de transformación social se ha basado en la educación,
en la transmisión de lo aprendido de una generación a otra, de lo
experimentado y de lo vivido. Un proceso constante que nos posibilitó adaptarnos
al medio, sobrevivir como especie y evolucionar nuestras sociedades, hasta que
empezamos a no mirar al pasado, a nuestro entorno, y creímos que lo habíamos
aprendido todo y dominábamos el mundo. Desde ese momento pervertimos la
educación y la utilizamos como herramienta para dominar al grupo, para
controlar nuestras ideas y dirigirlas en una única dirección, el crecimiento
continuo, costase lo que costase.
Si analizamos esta crisis sanitaria podemos pensar que el impacto es puntual, insuficiente para provocar una gran reacción, pero si pensamos en los últimos 15 años podemos suponer que el cambio es inevitable
Sin embargo a veces suceden cosas que no controlamos, que aceleran
esos cambios, que reprograman con un click la información de las células más
pequeñas de nuestra sociedad. Si analizamos esta crisis sanitaria podemos
pensar que el impacto es puntual, insuficiente para provocar una gran reacción,
pero si pensamos en los últimos 15 años podemos suponer que el cambio es
inevitable.
Mi generación creció con una gran autoestima, pensando que podía
decidir su futuro, que todo dependía de nosotros. Presentíamos una sociedad
solida cargada de oportunidades, y que solo nuestro esfuerzo, nuestro trabajo,
determinaría la vida que llevaríamos. Si cumplíamos con lo establecido, si
hacíamos lo que nos decían, todo iría bien. Luego nos chocamos con la cruda
realidad, pero por lo menos crecimos con ese pensamiento.
Ahora, nuestros jóvenes no saben a qué atenerse. A la mala
experiencia de sus padres, que se sienten engañados y esclavizados por el
sistema, se le suma que en menos de dos décadas les ha tocado vivir, con la que
se nos viene encima, dos crisis económicas. La primera hizo tambalear su
seguridad, mandó a sus hermanos, a sus primos mayores al extranjero para
buscarse la vida, colocó a sus padres en la cola del paro, premió a los
ladrones y a los que habían provocado la crisis. Esta segunda parece que la
encaramos de otra manera diferente, aunque luego ya veremos porque los peces
gordos no van a renunciar a nada, protegiendo al ciudadano, al más débil, pero
con la seguridad de que nos enfrentamos a una larga travesía en el desierto,
donde lo único que tenemos seguro, es que pasaremos calamidades.
Además, por si eso no fuese suficiente, han vivido esta crisis
sanitaria que ha puesto el mundo patas arriba, que nos ha encerrado a todos en
casa, que nos ha mostrado la fragilidad de las construcciones humanas. Han
visto el miedo, la incertidumbre, la impotencia de los adultos que deben
protegerlos y que solo han podido pedirles calma, pero que no han sabido responder
a sus preguntas y explicarles lo que pasará mañana.
Si a esos episodios sociales, políticos, económicos, le sumamos la
gran amenaza del Cambio Climático, que les asegura que las condiciones
ambientales van a cambiar y que nadie les puede garantizar el agua para beber,
las temperaturas adecuadas para desarrollar sus cultivos, su salud ante la
propagación de las enfermedades, que no tendrán que migrar, la predicción de
las riadas, su confusión debe ser monumental, y la confianza en su futuro debe
andar por los suelos.
Tengo claro que las respuestas individuales hacia estos eventos
traumáticos difieren de las circunstancias en la que les ha tocado vivir a cada
uno, pero la semilla del miedo, la ansiedad, los temores generalizados y la
pérdida de autoestima, ya crece en la generación que debe sucedernos. Y eso no
es bueno.
Si pudiese aconsejarles algo, es que no dejen su futuro en
nuestras manos, que desconfíen de nosotros, que los hemos llevado a esta
encrucijada. Que analicen como llegamos hasta aquí y se pongan a trabajar por
el mundo en el que quieren vivir. Espero que sean más inteligentes que
nosotros, y que aún no hayamos llegado al punto de no retorno.
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