Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩⏩⏩ Cuenta una leyenda que en un cercano océano millones de islas
flotan a la deriva ocupadas por cada uno de nosotros que, soñando con ser
autosuficientes, en un momento de la vida nos echamos a la mar. Una mañana se
levantó un rumor que hablaba de una extraña brisa y que no sabían de dónde
soplaba. No le hicieron caso pensando que, como todas las anteriores, pasaría
de largo, dejando, como mucho, a su paso algunos árboles caídos, algún tejado
para reparar. Así que siguieron a sus cosas, creyéndose protegidos, en sus
pequeñas porciones del mundo. Pero aquella brisa, invisible, silenciosa,
traicionera, que no respetaba a nada ni a nadie, se transformó primero en
viento, luego en tormenta, y terminó convertida en un temido huracán que
destruyó todo a su paso e hizo subir el nivel de las aguas.
Sabiéndose amenazados, el temor, el miedo y la incertidumbre se
apoderaron de ellos. Se sintieron solos, insignificantes ante las inclemencias
meteorológicas, encarcelados en sus islas y en manos del azar. Y cuentan, por
eso es una leyenda, que en el momento de mayor desesperación apareció el Hombre
Tortuga, uniendo con lazos invisibles, pero sólidos y fuertes, unas islas con
otras. Dicen que entre sus méritos tiene el de haber unido frágiles ancianos
con jóvenes cocineros, aplausos emocionados con sanitarios cansados, artistas
solitarios con un público en pijama, recuerdos devaluados con la falta de
caricias. Intercambió mensajes de socorro, besos de miradas. Creó escuelas de
cariño, barrios de emociones, familias de necesidades. Llevó abrazos perdidos
en la inmensidad de nuestras vidas, susurró palabras a los grises corazones,
agua a los sedientos, una sonrisa ante la tempestad.
Cuentan que se corrió la voz y que las enseñanzas, las historias,
los juegos, los poemas y el sentido del humor del Hombre Tortuga sirvieron para
devolvernos el equilibrio perdido, para guiarnos en la oscuridad de la
tormenta, para descubrir las voces de los solitarios, de los invisibles, de los
olvidados.
Pero no hay miedo
que cien años dure, ni bastardo que renuncie a su derecho, así que cuando la incertidumbre se convirtió en una
certidumbre controlada, en un riesgo minimizado, en una anormalidad
normalizada, y el mar comenzó a retirarse, los sueños de permanecer unidos, de
regar las semillas y de fortalecer el alma de los peones, empezaron a
desvanecerse.
El Hombre Tortuga
vio como muchos cortaban los lazos invisibles, olvidaban los sentimientos regalados, se encerraban en sus
jaulas doradas y comenzaban a ondear las viejas banderas, a desempolvar los
cánticos de guerra, a adorar las caducas ideas. Escuchó ruidos de sables,
susurros cobardes, malintencionados, incandescentes, preparados para
convertirse en palabras hirientes, en mentiras incendiarias, en estadísticas
acusadoras. Hasta él llegó el olor de la forja, el de la hoguera del brujo, la
pócima del odio, el elixir de las falsas promesas, el brebaje de la ambición,
la avaricia, la inconsciencia. Pero
lejos de sorprenderse, conocedor de las debilidades e incapacidades humanas, en
su rostro se dibujó una dolorosa, repetida y triste sonrisa antes de recitar el
alegato culpable, el soneto olvidado, el epitafio escrito en el pedestal que
soportan dos quebradas piernas de piedra en el desierto, “Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes: ¡Contemplad mis obras,
poderosos, y despertad!”.
Luego, esperanzado, ilusionado, confiando en todas aquellas islas
que aún se mantuvieron unidas, que resistieron a los cantos de sirenas, a las
interesadas y ruidosas cacerolas y supieron escuchar sus advertencias de que la
verdadera tormenta está por llegar, volvió a sumergirse para seguir con su
misión.
Cuenta la leyenda que si alguna vez abres los ojos y te ves
atrapado en una isla no desesperes. Alarga la mano, porque no muy lejos de allí
hay montones de islas que desean ser descubiertas para crear un nuevo mundo.
Uno en el que no seamos islas sino elementos indispensables, insustituibles, de
un ecosistema común, de un mar de oportunidades. Uno en el que la solidaridad,
la justicia y la libertad prevalezcan por encima de la gula, la ira, la
soberbia. Si no eres capaz de abrir los ojos tú solo, no te preocupes, el
Hombre Tortuga te encontrará para guiarte, para devolverte el equilibrio que
nunca debiste perder, que nunca debimos romper.
No hay comentarios:
Publicar un comentario