Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩⏩ Carla, a sus tres años, pinta los mares de rojo y los peces de
purpurina. A su madre no le gusta e intenta hacerle entender que el mar debe
ser azul y los peces de colores. Al final terminan enfadadas, la madre pensando
que a su hija le pasa algo y la niña porque no la dejan pintar lo que ella
quiere. El dibujo siempre queda sin acabar, a medias, hasta que un día la
pequeña duda, cede, renuncia, y termina pintando el mar de azul. Su madre le
sonríe contenta y le compra un helado.
Carla nunca volverá a pintar el mar de rojo, porque no quiere ver
a su madre enfadada y además le chiflan los helados. Sin saberlo, su madre,
pensando que hacía lo mejor para ella, la ha privado de sus mejores armas para
sobrevivir en un mundo de ideas enlatadas,
la imaginación, la creatividad, el pensamiento crítico, la visión
personal. Cuando se den cuenta, si es que llegan a descubrirlo, ya será tarde,
pero se consolarán mirando al mar y saboreando la vainilla fresquita.
El mar no es azul. El color de los objetos depende del espectro de la luz del sol que refleje. El agua refleja los tonos azulados y verdosos que son los que llegan a nuestros ojos, por eso lo vemos así
El mar no es azul. El color de los objetos depende del espectro de
la luz del sol que refleje. El agua refleja los tonos azulados y verdosos que
son los que llegan a nuestros ojos, por eso lo vemos así. Las diferentes tonalidades e intensidades son
a consecuencia de la profundidad, de que el agua del mar no es pura y los
diferentes elementos que flotan en ella también absorben y reflejan diferentes
espectros de luz. Para muchos la madre de Carla, a pesar de que no es azul,
tendría razón porque todos lo percibimos así, pero esa no es la cuestión. El
tema está en que no dejó descubrirlo a su hija, que tarde o temprano lo habría
hecho a través de su propia experiencia, o por los helados que le pudiesen
regalar.
Deberíamos plantearnos otros modelos educativos en los que la
experiencia, la deducción, el debate, la creatividad del alumno primase por
encima de los conocimientos obligatorios que deben asimilar para poder pasar de
curso y que por falta de motivación olvidan fácilmente. Esta crisis sanitaria
ha permitido que algunos maestros, sin la espada de Damocles de los objetivos
curriculares pendiente sobre sus cabezas, hayan descubierto un mundo de
posibilidades.
Es cierto que no ha sido la situación perfecta, que el sistema no
estaba preparado para una educación a distancia, que aún hay una gran brecha
digital en grandes sectores de la población, y que todos los maestros, los
padres y madres no tienen ni la aptitud, ni la actitud, ni las capacidades, ni
las circunstancias, para acompañar a sus alumnos e hijos. Pero a pesar de todas
las carencias, hemos descubierto profesores que son capaces de pintar el mar de
colores, y que han aprovechado la oportunidad para sentirse libres a la hora de
ejercer su maestría.
Seguro que pronto habrá estudios que cuantificarán los objetivos
alcanzados o no a través de las notas obtenidas en exámenes presenciales.
Descubriremos como algunos niños no habrán aprendido cuál es el río más
caudaloso del mundo, o no sabrán manejar bien las fracciones, o las características
del clima mediterráneo, pero también estoy seguro de que esos estudios no
hablarán de las habilidades sociales, emocionales, cognitivas que han
asimilado.
Soy consciente de que cada uno de los maestros y las maestras, de
los padres y de las madres, de los alumnos y las alumnas, podrían dar una
opinión diferente, pero la mía es que hemos descubierto la gran plantilla de
profesionales que tenemos en las escuelas públicas, las carencias y
dificultades de su día a día, y la capacidad para adaptarse a las circunstancias.
Espero que para la vuelta a las clases en septiembre no solo se discuta a qué
distancia separaremos los pupitres, o si habrá que dividir los grupos y las
aulas, sino que se afronte de una vez por todas la verdadera situación de
nuestra educación, la precariedad en la
que trabajan nuestros maestros, la falta de recursos humanos y técnicos, la
masificación en muchas aulas y la excesiva burocratización que hace que
dediquen a veces más tiempo a realizar informes que a buscar nuevas
herramientas didácticas. Nos hace falta un pacto por la educación que evite los
caprichos partidistas, con visión de futuro, a largo plazo y que se adapte a la
nueva sociedad en la que vivimos, formando ciudadanos libres, comprometidos,
creativos e innovadores.
Carla, y nuestros niños no lo saben, pero, como Aute, ellos viven
en una realidad, donde las ciencias no son exactas porque es eterna la
infancia, donde no existen hombres que mandan y
donde el mar no es azul sino vuelo de su imaginación. Lástima que los
forzamos a vivir en este mundo que es Albanta al revés.
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