Jose Fernández
Periodista
⏩ En los años juveniles de fiera
adolescencia, las cuitas colegiales en La Salle se dirimían en el cauce seco de
la rambla que cruzaba Almería. Con el colmillo lo suficientemente retorcido
como para evitar la vigilante mirada de algún hermano o profesor en el patio
durante los recreos, si el desencuentro derivaba en la necesidad de resolver el
asunto de manera manual, el debate se aplazaban al final de las clases y los
ponentes bajaban al pedregoso lecho del seco Andarax para explicarse con cariño
un par de cosas. La voz se corría
y los compañeros asistían como padrinos improvisados o, más previsores (en
una ensalada de guantazos nunca sabes a quién le puede caer una aceituna con
hueso) se quedaban en el pretil observando el duelo, que no era a muerte, pero
tenía mucho de escena corralera. Las viejas reglas del marqués de Queensberry
nunca estuvieron vigentes en ese campo del honor lagartijero. Los que por
diversas circunstancias nos vimos envueltos en alguna de esas explosiones de
hormonas mal encauzadas teníamos el consuelo de saber que en caso de necesidad
bastaba con cruzar esa rambla para subir a la cercana Casa de Socorro. Pero
nadie resultó nunca severamente malparado en alguno de esos lances.
Y admito que hoy me siento un chaval. El arquitecto y urbanista Gerardo Roger
me reta a bajar a la rambla dialéctica del cansino debate sobre el Pingurucho,
dejándome el privilegio de escoger escenario y arma. Algo debemos estar
haciendo mal en Almería cuando el único asunto que mueve los resortes del honor
es el pinguruchismo. Pero vayamos por partes. El señor Roger me cita en LA VOZ
DE ALMERIA, que fue el medio en el que publicó el artículo que motivó mi
respuesta en redes. Yo soy, o he sido, columnista de este, mi periódico,
durante décadas, aunque los cambios generados por la pandemia han obligado a
algunos cambios en la política de publicación de columnas habituales que me
mantienen, por el momento, a la espera de novedades. Habría sido mucho más adecuado que el
intercambio fuera sobre el papel del periódico, que es donde se disparan las
balaceras verbales que tanto entretienen al personal que desayuna
su tostada de actualidad tipográfica. No obstante, las redes sociales como ésta
(yo ya no sé en dónde puede estar usted leyendo estas líneas) sustituyen al
papel con, a la vista de los resultados, similar eficacia.
Las memorias y las percepciones fallan más de lo que quisiéramos porque del mismo modo que Roger nunca fue concejal, yo tampoco soy “un cualificado representante de la institución municipal”
He de decir que mi primer escrito sobre el
tema incluía un error de concepto. Gerardo Roger no fue concejal del PSOE, tal
como afirmaba, porque yo le recordaba como tal al inicio de mi trayectoria
profesional en medios. Roger era
la voz de referencia en el urbanismo almeriense de finales del siglo pasado,
cuando todas las administraciones eran gobernadas por los socialistas. Y a su
labor, dominada por un carácter amable e inteligente, tal como vuelvo a
repetir, debemos los almerienses obras tan determinantes como el Paseo Marítimo
o el encauzamiento de esa misma rambla en la que nos calzábamos hostias como
panes. Cuando me di cuenta de que mi memoria había trabajado mal, escribí otra
columna en redes explicando que él nunca fue concejal, aunque era quien
realmente mandaba en la cosa. Las memorias y las percepciones fallan más de lo
que quisiéramos porque del mismo modo que Roger nunca fue concejal, yo tampoco
soy “un cualificado representante
de la institución municipal”, como me define hoy en una carta
abierta en LA VOZ DE ALMERIA. Yo escribo a título personal en el periódico y en
mis redes sociales y mis opiniones, errores y aciertos, son realizados en
nombre propio y no en el de nadie o nada más. Las percepciones, ya digo, nos
juegan malas pasadas.
Pero no pasa nada. Por mucho que
dialoguemos o por mucho que nos zurremos verbalmente (un hombre inteligente
nunca es mal duelista) no nos vamos a poner nunca de acuerdo. Uno, porque
entiende el Pingurucho no solo como un símbolo político capaz de transmitir una
cierta idea de modelo social, como cuando en su 2001 Kubrick plantó un monolito
misterioso ante los desconcertados simios, sino porque lo entiende
legitimamente como un apéndice biográfico. Y otro porque piensa que es una
pieza sobrevalorada, recalentada de relato artificial y que interfiere en la
necesaria remodelación de un espacio que ha de ser motor de dinamización del
Casco Histórico, algo que ningún equipo de urbanistas o arquitectos ha
conseguido hasta ahora en Almería.
El PSOE, con sus militantes y arrimados en modo máxima potencia, está intentando hacer del Pingurucho no ya un debate, sino una causa capaz de polarizar y dividir a la sociedad almeriense, porque piensa que ese escenario les favorece electoralmente
Y la evidencia es que el PSOE, con sus
militantes y arrimados en modo máxima potencia, está intentando hacer del
Pingurucho no ya un debate, sino una causa capaz de polarizar y dividir a la
sociedad almeriense, porque piensa que ese escenario les favorece
electoralmente. Craso error, vista la evolución del voto en Almería capital
durante los últimos veinte años. Pero
estoy ya mayor para recomendar o sugerir estrategias, sobre todo a
quienes se consideran los inventores de todas las astucias y los progenitores A
y B de todas las batallas. Allá ellas y ellos.
Lo último que voy a hacer, por tanto, es
contribuir a megafonizar un debate cansino, que no interesa a nadie salvo al
PSOE, al que, por cierto, algún día habrá que pedir cuentas por su
pulsión soberbia de ralentizar o torpedear cualquier cosa que se quiera hacer
en Almería sin su bendición y sin su permiso, (el Corte Inglés, el Palacio de
Congresos, el traslado del Pingurucho...) con independencia de que los votos de
los almerienses vayan en su contra.
Yo lo llamaba ayer en este mismo lugar la TARIFA PINGURUCHO. Entenderán
que no vaya de pardillo apoquinando para el tema, igual que en su día muchos
empresarios almeriense se vieron forzados a palmar dinero para erigir el famoso
monolito por una falsa suscripción popular. Ya tenemos una edad como para no
caer en provocaciones.
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