Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩ Según un estudio de una empresa tecnológica tomamos al día una
media de 35.000 decisiones y solo somos conscientes del 1%. Para facilitarnos
la vida el cerebro determina procesos que se repiten a diario por lo que esa
abultada cifra se reduce a cerca de cien al día, a unas casi cuatro a la hora.
Hasta ahí el estudio.
Pingurucho de Los Coloraos (Loa) |
Si algo hemos aprendido por experiencia propia es que de cada una
de esas decisiones se derivan varias consecuencias, por lo que podríamos
afirmar que en cada día de nuestras vidas hay cien instantes en los que de
forma consciente podemos equivocarnos y cambiar la dirección de nuestro destino
y el de quienes nos rodean.
¿Qué responsabilidad se le exigirá al alcalde de Almería cuando, al intentar desmontar el Pingurucho, lo destruya, como avisa el arquitecto que lo construyó?
Algunas de esas consecuencias podemos valorarlas, adelantarnos a
ellas, y prepararnos para las siguientes decisiones que tendremos que tomar,
pero la mayoría de ellas se nos escapan al entendimiento, y más si tenemos en
cuenta que la sociedad que hemos creado, no deja de ser un conjunto de
decisiones personales y de las consecuencias derivadas de ellas. Quizás a esas
desorbitadas cifras estadísticas es a lo que llamamos azar.
Entendemos que el error forma parte de nuestras vidas, que acertar
en todas las decisiones es imposible, y para minimizar el número de errores,
para intentar no dejarnos llevar por impulsos, para no andar improvisando, para
no dejarnos apabullar por la biología y las matemáticas definimos el concepto
de responsabilidad. Una virtud que muchos la tienen desarrollada de nacimiento,
o adquirida por educación, y que no es otra cosa que la de asumir ante alguien
las consecuencias de las decisiones que se toman. Como otros no tienen esa
capacidad, o su escala de valores es diferente, tuvimos que inventar las leyes
con el objeto de delimitar las responsabilidades legales de nuestros actos.
Y ahí radica el problema de nuestros políticos. Toman las
decisiones pensando solamente en esas responsabilidades legales, que al fin y
al cabo son las únicas que se les podrán exigir. Por esa razón se pasan la
mayor parte de su tiempo con el miedo a que a sus rivales los culpabilicen de
todos los males derivados de sus acciones y con el temor de ser señalado y
estigmatizado.
Con miedo no se puede gobernar, porque entonces dejas asumir las
responsabilidades morales y éticas de tus decisiones, o la omisión de ellas, y
las constriñes a las legales como está haciendo el gobierno con la vuelta al
colegio, u otras muchas decisiones que se están tomando por parte de las
comunidades autónomas para el control de la pandemia. Es plantear el partido a
no perder, a mantener la portería a cero, más que a crear nuevas tácticas que
generen oportunidades. No se premia el juego bonito, sino la victoria, a costa
de lo que sea, por eso cuando vamos a votar en las elecciones nos vemos en la
tesitura de votar al menos malo.
El éxito personal, el de un pueblo o el de un país, radica en la
valentía, que no inconsciencia, de las decisiones que se toman, en la capacidad
de innovación, de adaptación, y la de minimizar los riesgos que se derivan de
ellas. Para ir en esa línea hay que dialogar, hay que ser consciente de que
cuantos más participen en la resolución del problema más posibilidades de
acertar tenemos y mejor asumiremos las consecuencias que se deriven de las
decisiones colectivas que tomemos. Hay que pensar en cambiar lo que nos rodea,
no en mantener lo que nos debilita.
Y para ello nuestros políticos deben ser consecuentes, asumir sus
responsabilidades más allá de lo que estime un juez, no parapetarse tras una
barricada de papeles. Y pongo un último ejemplo que fue lo que me llevó a
escribir esta opinión. Don Ramón Fernández Pacheco ha conseguido modificar
todos los papeles legales que le hacían falta, y escudado en una simple
minoría, va a terminar, aunque eso está por ver, la plaza diáfana que le
prometió a su antecesor, con la palabra a la ciudadanía de que el traslado del
monumento a Los Coloraos se hará con todas las garantías para su conservación y
que los árboles serán trasplantados en otro rincón de la ciudad. ¿Qué responsabilidad se le exigirá cuando al
intentar desmontarlo lo destruya como avisa el arquitecto que lo construyó y
mueran la mitad de los árboles centenarios? Ninguna. A lo sumo, como el Rey
emérito tras la cacería de Botsuana, comparecerá compungido ante los medios
pidiendo disculpas con la carpeta de los informes de sus técnicos debajo del
brazo para eximir su responsabilidad legal.
¿Pero quién determina lo que es ético y moral, no? Pues eso, que
nos gobierna el miedo.
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