Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
⏩ La tortuga boba que hace unos días salió a las playas de Pulpí y
de Mojácar a poner sus huevos se merece una canción. Muchos verán adecuado un
ritmo de celebración, alegre y divertido al estilo de Georgie Dann; sin embargo, lo ideal es un tango. Enrique Santos Discépolo, uno de los grandes compositores
de este género, lo definió como un
pensamiento triste que se baila, y ese es el sentimiento que me evoca la
historia de esta tortuga, a la que llamaremos Cambalache en honor a Discépolo.
Libración de tortugas bobas en la playa de Pulpí (Loa) |
Dicen que las tortugas marinas vuelven a las playas donde nacieron
a poner sus huevos y que su primera puesta la hacen a los 20-30 años. Así que,
tarareando Volver, de Gardel,
Cambalache podría ser, así quiero pensarlo, una de las 39 tortugas que nacieron
de los 97 huevos que su madre puso en una playa de Vera en el 2001. Aquello fue
un hito porque no se tenían noticias de otros en las playas mediterráneas
españolas, donde por la temperatura del agua, y de la arena, nunca habían
anidado. Veinte años después, por culpa del cambio climático, ya no es tan
raro, e incluso este verano ha anidado una en las playas de Fuengirola, en el
Mar de Alborán, algo impensable para los expertos.
Muchas especies se están adaptando, otras más sensibles a las alteraciones no lo están consiguiendo y muchos ecosistemas desaparecen
Por eso un tango, porque el cambio de hábitos de las tortugas se
mezcla con la melancolía de pensar que es consecuencia de los cambios que se
están produciendo en el planeta. Muchas especies se están adaptando, otras más
sensibles a las alteraciones no lo están consiguiendo y muchos ecosistemas
desaparecen. La pregunta que nos queda por responder es si el ser humano será
capaz de sobrevivir a las nuevas condiciones climáticas, de encontrar otras
playas para perpetuar la especie.
Otro detalle poético de Cambalache es que nació el mismo día que
caían las Torres Gemelas. Aquella madrugada del once de septiembre, diez días
después del primer grupo que había caminado hacia la orilla, nacieron las
últimas doce tortuguitas. Justo cuando llegaron al mar, después de que los
expertos desenterrasen el nido para comprobar el rendimiento de la puesta, nos
fuimos a tomar un café, y asombrados, aún no estábamos aterrorizados, vimos
como un avión cambiaba el mundo.
Una dramática alegoría de la naturaleza abriéndose camino,
adaptándose a los cambios planetarios para perpetuar la vida, para proteger a
una especie que lleva más de 110 millones de años sobre la tierra, y la sin
razón del ser humano que se autodestruye así mismo y la casa a la que debe su
existencia. Aquellas torres han simbolizado muchos de los cambios sociales que
se han producido en estos veinte años. Para mí representan el cambio climático.
Para añadir el factor de la fortuna, presente en la vida diaria y
en cualquier tango que se precie, ha querido el destino ponernos, hace apenas
unas semanas, un desalmado hamaquero en nuestras vidas. Resulta curioso que
fuese una hamaquera quien viese salir del agua aquella noche a la madre de
Cambalache. Menos mal que no se dejó llevar por sus instintos salvajes y
utilizó el sentido común para llamar al
112. Si hubiese tomado otra decisión, esta historia sería diferente. Por
eso debemos invertir en educación, para
que las decisiones estén respaldadas por la razón.
No quiero olvidarme, y por eso los incluí en el titulo, a los
voluntarios que durante dos meses cuidaron del nido de Vera, y a todos los que
se han ofrecido por si se encontrase el nido de Cambalache. Sin la
participación ciudadana sería imposible llevar a buen puerto una aventura como
esta. Es algo que deben recordar los técnicos de la administración que no
informan a la ciudadanía, los “expertos” que ostentan, temporalmente, los
permisos oportunos y lo complican todo, los políticos que eliminan los proyectos
de educación ambiental que ayudan a formar a la población, entre otras muchas
cosas, para identificar los rastros y evitar que el 112 no se colapse. Que
nadie olvide que los mueve la pasión, el amor por la naturaleza y que no son el
relleno, la mano de obra barata que nunca sale en las fotos. Sin el
voluntariado nada sería posible.
Por estas cosas a ratos deseo que el nido de Cambalache no lo
encontremos. Ojalá lo haya puesto en un sitio adecuado, que la vida continúe
sin la necesidad de la intervención humana, porque, como cantaba Discépolo y
bien lo pueden bailar una tortuga y un voluntario en la arena de la playa, el
mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil
también. Que siempre ha habido chorros, Maquiavelos y estafaos, contentos y
amargaos, varones y dublé.
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