Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
Dicen los expertos que el secreto del éxito del ser humano es la capacidad de nuestro cerebro para adelantarse a la realidad. Gracias a ella, imaginamos, investigamos, planificamos, experimentamos, construimos y transformamos nuestro mundo. Sin esta capacidad, guiados solo por nuestros instintos, nos dedicaríamos a vagar por el planeta en busca de alimentos. Cada uno de nosotros, dependiendo de sus creencias, de su formación, de su forma de ser, la llamamos de una u otra manera: esperanza, ambición, promesa, utopía, sueño, ilusión, locura, conspiración, ciencia ficción.
Nueve meses llevamos exprimiendo al máximo esta capacidad,
discutiendo como salir reforzados de esta crisis sanitaria, económica y social;
debatiendo la manera de aprovechar las oportunidades para hacer una sociedad
más justa, más igualitaria, más libre; planificando un futuro que retrasa su
llegada cada dos semanas.
O eso creíamos, porque en realidad esos debates, esas discusiones,
eran solo meros entretenimientos para consolarnos ante la pérdida de derechos
sociales, de logros conseguidos, de batallas ganadas. Porque nos han vuelto a
timar. Hemos vuelto a caer en la estrategia del charlatán, la del trilero, la
del escapista que se aprovecha de nuestra ingenuidad, soberbia y prepotencia,
para hacernos prestar atención a donde no ocurre nada. Cuando comprendemos lo
que ha pasado ya es tarde, nos han engañado, se han quedado con nuestro dinero
y han huido dejándonos con cara de tontos y la sensación de culpa por habernos
creído más listos que ellos.
En realidad, mirándolo en perspectiva, han sido nueve meses, y lo
que nos queda, de tregua en nuestras vidas, de tensa espera, de promesas
incumplidas, de palos de ciego, de pronósticos probados, de proyectos
aletargados, de parches de supervivencia, de reestructuración laboral, de
ilusiones minadas, de desgaste mental,
de resistencias rotas, de grandes mentiras, de medias verdades, de confianzas
perdidas, de adaptaciones forzosas, de protestas desoídas, de gritos
silenciados, de palmaditas resignadas, de desmembración social.
Nada nuevo, la misma historia repetida millones de veces. Pablo
Freire, pedagogo brasileño, lo resumió en una sencilla frase “el mundo no es, está siendo”, aunque
quizás John Lennon supo explicárselo mejor a su “Beautiful boy” intentando calmar sus pesadillas, advirtiéndole de que los peligros están a la
vuelta de la esquina, que “la vida es lo
que te pasa mientras estas ocupado haciendo otros planes.”
Mientras esperamos a que todo pase, a recuperar la vieja
normalidad, nos han cambiado el decorado sin darnos cuenta. El mundo está
siendo y las reglas las están escribiendo poco a poco, para que podamos
asimilarlas, para que cuando nos demos cuenta ya no podamos hacer nada al
respecto, para que resignados aceptemos la nueva realidad como un mal menor,
como la única posibilidad de seguir adelante.
Llevamos veinte años viendo como los logros conseguidos por los
trabajadores, por los ciudadanos de a pie, por los invisibles, han ido
desapareciendo. Las crisis económicas anteriores, esta crisis sanitaria, han
servido para hacernos más dependientes, más débiles, más inseguros. Estamos en
ese momento donde aceptamos cualquier cosa por sentirnos libres, por no tener miedo,
por recuperar una mínima parte de lo que perdimos, por pensar que con nuestro
esfuerzo podemos cambiarlo todo. Aceptamos que nos separen, que nos aíslen
socialmente, que nos cierren puertas y ventanas, que experimenten en nuestro
cuerpo con una vacuna salvadora, que nos alimenten con lo que quieran, que los
bancos nos sigan robando de otra manera. Firmamos producir desde casa, que nos
controlen telemáticamente, que se sacrifique a los que no pueden adaptarse a
las nuevas tecnologías. Renunciamos a la cultura, a la libertad de expresión,
al libre pensamiento, a una sanidad gratuita, a una educación igual para todos.
Repetimos sus consignas, señalamos a los disidentes, a los rebeldes, a los que
ponen en duda el camino a seguir. Hacemos lo que nos pidan para que esta
pesadilla termine cuanto antes.
Pero cuando eso ocurra ya será tarde, porque el mundo está siendo, se está construyendo sin volver a contar con nosotros, sometiendo nuestras voluntades, cercenando nuestros derechos. Saben que no haremos nada porque somos dóciles, sumisos, porque no sabemos organizarnos, porque nos hemos acostumbrado, como también cantaba Lennon, a que vivir es más fácil con los ojos cerrados.
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