Después de las ocho

Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor

Después de las ocho es el título del documental estrenado recientemente sobre los sucesos acaecidos en El Ejido en el año 2000. Su conclusión es sencilla. Todo puede volver a pasar, y no solo aquí, porque no se han solucionado los problemas que ocasionaron los trágicos acontecimientos que han servido, entre otras cosas, para etiquetar injustamente de racistas, inhumanos y explotadores a los vecinos de El Ejido.

Inevitablemente aquellos días formarán parte de nuestra historia. La realidad no se puede cambiar pero si se puede interpretar y me alegra comprobar que las últimas noticias sobre nuestra agricultura a nivel nacional ponen de manifiesto que el problema no radica en las malas personas que vivimos en Almería, sino que lo que falla es el modelo insostenible que nos ha tocado vivir.  No pretendo echar balones fuera y diluir la responsabilidad individual, pero las mejoras que podemos, y debemos, aportar cada uno de nosotros por hacer un mundo más justo, se tornan insuficientes ante un modelo que nos convierte en víctimas a todos y que nos enfrenta para que nos entretengamos defendiendo cada uno nuestra pequeña porción de la tarta. División que nos debilita y que permite que nos sigan utilizando como esclavos para mantener un modelo que beneficia a unos pocos. 

Están recogidas las opiniones de todos los agentes y algo que todos tienen en común es que, además de sentirse imprescindibles en la cadena, le echan la culpa de sus problemas al eslabón que está por encima de ellos

El reportaje parte de lo particular, de los hechos, a la generalidad, al origen del problema. Están recogidas las opiniones de todos los agentes y algo que todos tienen en común es que, además de sentirse imprescindibles en la cadena, le echan la culpa de sus problemas al eslabón que está por encima de ellos. Los inmigrantes, los temporeros, señalan al agricultor, este a las comercializadoras, estas a los intermediarios, ellos a los supermercados y estos últimos a los consumidores, que finalmente quedamos señalados como responsables de todos los males del mundo por no valorar las consecuencias económicas, ambientales y sociales que nos permiten comer barato. Como si tuviésemos otras opciones.

Nada se solucionará mientras sigamos culpándonos los unos a los otros, porque nuestros males radican en el modelo económico que rige el mundo y que la hipócrita Europa permite. Un modelo que mira para otro lado ante el agotamiento de los recursos naturales de un territorio, las condiciones inhumanas en las que viven parte de los ciudadanos, en el desigual reparto de la riqueza donde el mayor beneficio se lo lleva el que realiza el trabajo más sencillo, el que no trabaja la tierra. Todo está permitido por la vieja Europa, que no le da las herramientas y los recursos suficientes a los estados, y estos a las comunidades autónomas y ayuntamientos para solucionar los problemas locales, porque las leyes están, tenemos demasiadas, pero, por desgracia, sobre el papel todo es posible aunque la realidad demuestre una y otra vez las incongruencias y los fallos del modelo.

Es Europa la que permite que nuestros productos se vendan por debajo del precio de producción, que se tire el 30% de la cosecha, que entren en el mercado hortalizas de otros países sin los estándares de calidad exigidos en sus fronteras, que nuestros campos estén cubiertos de basura, nuestros acuíferos sobreexplotados y que los temporeros que llevan años trabajando en nuestra tierra no puedan legalizar su situación y tengan que subsistir en condiciones infrahumanas. Europa mira para otro lado y nuestra avaricia, afán de supervivencia y falta de empatía hacen el resto.

Podemos dedicarnos a reducir los impactos, las injusticias, las desigualdades, pero de nada servirá porque es la misma historia repetida millones de veces. Para que una pequeña parte del mundo viva bien, la mayoría debe pasarlo mal. Nuestra agricultura seguirá funcionando mientras el mercado lo permita, mientras le seamos útiles, por muchas manifestaciones que hagamos los unos contra los otros, por muchos productos que se tiren a la puerta de los supermercados.

Quizás esa nueva visión del problema sea para que nos hagamos a la idea de que este modelo está en decadencia, de que pronto Almería será tierra de barbecho, de que nadie puede ganar siempre.

No sé cuál es la solución, si es que la hay, salvo confiar en la esperanza de un despertar ciudadano, pero lo que tengo claro es que si la tiene que plantear VOX mal camino llevamos. Y digo esto porque son los únicos representantes políticos que salen en el documental, y eso la verdad es que asusta un poco. Por lo menos a mí.

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