Maradona es un
ejemplo. Pronto su vida se estudiará en las universidades de todo el mundo. Te
guste o no. En cualquiera de sus facultades tendrá cabida una asignatura sobre
lo que hizo y lo que no, lo que dijo y lo que calló, lo que pensó y lo que le
indujeron a pensar. Es un prisma poliédrico, con miles de caras diferentes,
como cada uno de nosotros salvo que multiplicado por varias miles de unidades. Desde
la sociología, filosofía, antropología, psicología, marketing, publicidad,
ciencias políticas, teología, economía, educación, periodismo, mitología y por
supuesto en cualquier clase que se hable sobre deporte, su biografía será estudiada.
Sin ir más lejos, la Universidad de Oxford, una de las que pugna en la carrera
por conseguir la vacuna que nos devuelva la libertad perdida, le otorgó el
titulo honorifico de Maestro Inspirador en 1995.
Para muchos
aquello, como tantas otras cosas que hizo, sea un ataque a la razón, a la
decencia. Una ignominia que mancha una institución tan prestigiosa como esa.
Puede ser, no lo discuto. Cada cual, dependiendo de sus valores, intereses y
del día que elija de su vida, porque prácticamente todos se tienen
documentados, lo utilizarán como buen o mal ejemplo, y es curioso porque una de
sus frases más recordadas es la de «Sólo les pido que me dejen vivir mi propia
vida. Yo nunca quise ser un ejemplo». Pero lo
es, para lo bueno y para lo malo.
Maradona solo quiso ser futbolista, jugar un mundial y ganarlo. Y lo consiguió. Todo lo demás le sobrevino por el don que recibió al nacer
Maradona
solo quiso ser futbolista, jugar un mundial y ganarlo. Y lo consiguió. Todo lo
demás le sobrevino por el don que recibió al nacer. Era un genio con la pelota
por instinto, de forma natural. Nadie le enseñó en esos primeros años a hacer
lo que hacía con sus piernas, en el terreno de juego, rodeado de contrarios.
Luego ese talento lo perfeccionó, lo trabajó, aprendió y siguió consejos, pero
nació con una magia que no se aprende en ninguna escuela.
Sí, lo sé,
podemos discutir si el genio nace o se hace, o si aprovechó o desperdició todas
las oportunidades que tuvo, si fue héroe o villano, víctima o verdugo, un dios
o un simple mortal, un hombre libre, humilde, generoso, amigo de sus amigos, un
líder, un santo o un diablo, un enfermo, un maltratador, un vicioso, un
borracho, un prepotente, un mal padre, un mal marido, un juguete roto, un ser
débil y despreciable. Es fácil juzgarlo, y no se me ofendan, desde nuestras
insulsas vidas, con nuestra escala de valores, desde este momento de la
historia, sin haber sentido la presión de todo un país desde que era joven y
haber cumplido con lo que se esperaba de él; sin haber tenido las tentaciones
del poder, del dinero, de los placeres mundanos, llamando cada hora a tu
puerta; sin haber recibido los halagos, las lisonjas, las prebendas que
compraban su compañía, su imagen, su cariño y su amistad.
No se trata de justificar sus desmanes y salidas de tono, ni de tener pena por él, pero si sería interesante que estudiásemos por qué medio mundo se paró, olvidándose de la pandemia que lo tiene paralizado, para hablar de él
No se trata
de justificar sus desmanes y salidas de tono, ni de tener pena por él, pero si
sería interesante que estudiásemos por qué medio mundo se paró, olvidándose de
la pandemia que lo tiene paralizado, para hablar de él. Quizás para muchos no
se mereciese tanta atención, tantos reconocimientos, pero la única realidad es
que la tuvo en vida, el día que se murió y la tendrá en las próximas décadas. Maradona
es el reflejo de nuestra sociedad, con sus aciertos y sus errores, con sus
triunfos y miserias y todos nos vemos reflejados en alguno de los prismas de
sus miles de caras. Juzgar solo una, sin intentar entender el resto, es
desvirtuar la realidad.
Cada uno con
sus ideas, con su ética, su moral, pone el acento donde cree más adecuado y eso
no significa olvidar todo lo demás. Déjenme hablar tranquilo de Maradona, o de
cualquier otro tema, sin hacerme sentir culpable, sin recordarme los errores
que cometió. Tanto valor y respeto tiene la protesta de la futbolista señalándolo
de maltratador por encima de la genialidad de su futbol, como el del forofo que
se tatúa su rostro en el pecho por los momentos felices que le hizo vivir
obviando sus facetas más controvertidas y por las que pagó sus consecuencias,
unas ante la ley, otras en su honor y en su conciencia. Entre ellas hay una
gran variedad de opciones, una interminable escala de grises, colores con los
que Maradona decía no reconocerse. Frase que volvió a ponerlo en evidencia
porque su figura reflejó todos los colores del mundo y cada uno percibe el que
puede, el que quiere, el que le dejan.
No sé cuantas de nuestras vidas pasarían una auditoria tan exhaustiva como la que se le ha hecho a Maradona, y la verdad es que no se por qué me molesta tanto. Supongo que ya me estoy cansando de los locos con un candil en el mercado, de los puros de espíritu, de los justicieros sociales, de los inquisidores de las redes sociales, que mucho hablan pero poco aportan para cambiar lo que les rodea. Quizás me esté haciendo mayor y haya comprendido que mi escala de valores, mis ideas, no eran tan solidas e inalterables como pensaba. Quizás me asuste que no se valoren los aciertos y solo se recuerden los errores sin intentar comprender por qué se cometieron. Quizás haya entendido que dedicamos demasiado tiempo a destruir mitos sin aprovechar sus enseñanzas. Quizás al ver como se crean y se matan los dioses haya descubierto que estamos solos en nuestra infinita locura, que nada hay más allá de lo papable, de lo real, que polvo somos y en polvo nos convertiremos.
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