Meamos plástico: historia de una botella

Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor 

La expresión no es mía. La repite una y otra vez el doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Granada, experto en epidemiologia y gran divulgador, Nicolás Olea para ver si comprendemos la amenaza a la que nos enfrentamos. Si la teclean en cualquier buscador le aparecerán sus numerosas intervenciones en los medios de comunicación y alguna en el Congreso de los Diputados. A nuestros políticos se lo ha contado, tienen los datos de toda una vida de investigación, de casos demostrados y de multitud de hipótesis que de confirmarse, la crisis sanitaria del Covid nos parecerá una broma. De hecho lo es si comparamos las muertes que provoca cada año el cambio climático.

A nuestros dirigentes les ha hablado de los aditivos tóxicos, entre ellos el dañino Bisfenol-A, que se le añaden a los plásticos para darle elasticidad, hacerlos resistentes, ligeros y muy baratos y que terminan actuando como disruptores endocrinos que entran en nuestro cuerpo, alterando su equilibrio hormonal y causándonos enfermedades como la diabetes, la  infertilidad, algunos tipos de canceres y otras muchas que harían la lista interminable. Químicos con los que nos vestimos, que comemos, que respiramos y que le damos a nuestros hijos a todas horas. Visualicen el plástico que les rodea y verán que no pueden vivir sin él.

La primera materia plástica totalmente sintética, la baquelita, se inventó en 1909. Apenas lleva un siglo entre nosotros. Desde entonces se ha hecho imprescindible y nos ha permitido avanzar en todos los campos que podamos imaginar, en medicina, construcción, agricultura y deporte, por citar algunos ejemplos. Pero a su vez, su mala gestión está causando numerosos impactos en el medio ambiente y en nuestra salud, que nos están llevando a la autodestrucción.

Se ha demostrado que el agua mineral no es de mejor calidad que la que sale por nuestros grifos en España, pero embotellada aumenta su precio un 300 %

Pongamos como ejemplo una simple botella de plástico. La primera se lanzó al mercado en 1969 para vender agua mineral de Vichy. Para elaborar una sola botella se necesitan 162 gramos de derivados del petróleo y 7 litros de agua. En la actualidad se calcula que cada segundo se compran en el mundo 17.000 unidades, de las que casi la mitad son de agua. Se ha demostrado que el agua mineral no es de mejor calidad que la que sale por nuestros grifos en España, pero embotellada aumenta su precio un 300 %.

A pesar de que su material, el PET, es 100 % reciclable, solo se reciclan el 41 %. El resto termina en vertederos e incineradoras provocando diferentes daños ambientales y una gran pérdida de energía y recursos naturales que podríamos recuperar. Los datos de Ecoembes son más optimistas porque se calculan en base a las que entran en las plantas de tratamiento, pero no tiene en cuenta los 30 millones de latas y botellas que se abandonan cada día en la naturaleza en nuestro país.

La media del uso que le damos a la botella es de 15 minutos y tarda unos 500 años en degradarse. Si Colón las hubiese llevado en las Carabelas aún podríamos encontrar alguna, aunque lo más probable es que como las tirarían por la borda, con el sol, la sal y las mareas se habrían ido degradando en partículas de apenas unas micras de tamaño, acumulándose en la cadena trófica, pasando de pez a pez hasta llegar a nuestros platos.

Estudios recientes han encontrado microplásticos en el 90 % de las marcas de sal marina, en el 7 % de los moluscos y el 66 % de los crustáceos

Estudios recientes han encontrado microplásticos en el 90 % de las marcas de sal marina, en el 7 % de los moluscos y el 66 % de los crustáceos. Se calcula que comemos 5 gramos a la semana, una tarjeta de crédito, una percha al mes, 19 botellas de PET de medio litro al año. Se han encontrado 20 partículas de microplásticos en 10 gramos de heces de individuos de ocho países europeos.

El 70 % de los plásticos en el mar terminan en el fondo marino, destruyendo hábitats y ecosistemas, creando zonas muertas sin oxigeno y alterando la capacidad de los océanos de absorber y capturar el dióxido de carbono. El 30 % restante queda en la superficie y en la lámina de agua creando islas de basura. La más grande, de las cinco conocidas, es la del Pacifico con un tamaño tres veces superior a Francia, donde el 94 % son microplásticos, donde se han encontrado envases de 1977, que provocan la muerte, por enredo o ingestión, de más de un millón de aves y de 100.000 mamíferos y tortugas marinas cada año.

Se ha tardado una década, pero en España se ha prohibido la venta de envases de un solo uso para el 2021

Se ha tardado una década, pero en España se ha prohibido la venta de envases de un solo uso para el 2021. Mientras se hace cumplir la ley solo nos queda nuestra responsabilidad, la misma que nos piden para no contagiarnos en navidad, la misma que ellos no aplican en sus políticas. Así que la próxima que vez que compres una botella de agua piensa que pronto te la comerás y, con mucha suerte, la terminarás meando.

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