Sostiene el periodista Jacinto
Castillo que, entre un malo y un tonto, hay que elegir siempre al
primero porque, en algún momento, puede llegar a cansarse; la estupidez, en cambio, goza del principio
de eternidad. Y la verdad es que, viendo cómo se están comportando
quienes nos dirigen desde los estados mayores frente a la pandemia, no
encuentro motivo alguno para rebatir su teoría.
Nunca llegaré a entender cómo si en noviembre todos los que dirigen la lucha contra el virus estaban de acuerdo en que la Navidad traería irremediablemente una tercera ola de efectos devastadores, no hubo nadie, nadie, que aplicara un principio tan elemental como el de prevenir antes de curar. Había que salvar la Navidad a cualquier precio. Todos, todos, sabían lo que iba a pasar, las consecuencias que provocaría la decisión de cabalgar a la vez sobre dos caballos desbocados. Conjugar en términos de igualdad la salud y la economía en una aspiración condenada al fracaso. Ahí están los resultados. En la vida hay situaciones, laberintos, cruces de caminos en los que hay que optar y no se puede navegar en dos mares distintos al mismo tiempo. Después de meses de aprobar por una amplísima mayoría el Estado de Alarma, todavía continúo preguntándome para qué esta sirviendo, qué medida se ha tomado desde su aprobación. Ninguna.
El generalato que debe diseñar la estrategia para vencer en esta guerra está más preocupado por atacar al adversario político que por derrotar al enemigo que nos tiene sitiados desde marzo
En el momento tremendo en el que se están batiendo todos los récord de positivos- 40.197 casos el viernes en España, 6.297 en Andalucía y 674 en Almería, estas dos últimas cifras de ayer, sábado- el generalato que debe diseñar la estrategia para vencer en esta guerra está más preocupado por atacar al adversario político que por derrotar al enemigo que nos tiene sitiados desde marzo. La pasividad de Sánchez y los delirios de Ayuso van a acabar por generar una desconfianza hacia la clase política insoportable.
Una guerra dirigida por 17 estados mayores es un desfiladero hacia el precipicio. Si algo deberíamos haber aprendido en estos meses de pandemia es que no existen soluciones locales, provinciales o autonómicas frente al enemigo; ni, incluso, nacionales.
A un ejército invisible y cruel no se le puede hacer frente desde el aldeanismo; y no otra cosa que aldeanismo es lo que están haciendo quienes nos gobiernan. Diecisiete toques de queda distintos, diferentes medidas sobre el comercio o la hostelería en función de cada comunidad autónoma, distintos niveles de cierres perimetrales, en fin, una yenka perfecta de despropósitos autonómicos mientras el gobierno central sigue tocando la lira demuestran la existencia de un Estado casi fallido.
¿Cuándo va a parar el despropósito de que Madrid, con más casos y más presión hospitalaria, tenga un toque de queda y un horario de cierre de bares varias horas más tarde que Andalucía o Galicia estando gobernadas las tres por el PP? Si Sánchez no hace nada y Casado no es capaz de poner orden y sentido común en las comunidades en las que gobierna su partido, ¿qué se puede esperar de los dos principales dirigentes del país?
Y lo peor, o, quizá, lo mejor de todo, es que la ciudadanía está totalmente convencida de que es la unificación de criterios y el rigor en su aplicación lo único que ofrece garantía de victoria en esta guerra.
Una guerra en la que quienes están al mando demuestran no haber
aprendido nada. Ni unos ni otros. Solo
han aprendido -y mucho-, no los que están en la sala de banderas, sino en las
trincheras de los centros de salud y de los hospitales, en los
cuarteles de las fuerzas armadas y de seguridad, en todos aquellos frentes en
los que la estupidez y la tontería no tienen espacio.
Defendía Einstein que si pretendes resultados distintos no hagas las mismas cosas. Después de diez meses de pandemia aquí continuamos cultivando la estupidez de pretender obtener mejores resultados sin cambiar las causas que los provocan. Ya estamos en la tercera ola y todavía quienes nos gobiernan desde Madrid o desde los gobiernos autonómicos no han sido capaces de asumir que solo con una estrategia única podremos corregir el rumbo que evite chocar una y otra vez, y otra, y otra, contra el acantilado.
Han aprendido tan poco que parece que estamos gobernados por una estructura de república bananera. Quizá por eso a veces muchos tenemos la tentación de decirles: si no son capaces de ser sensatos, váyanse todos al carajo.
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