Hay muchas leyendas marinas que cuentan que las olas llegan a la
orilla en grupos. Dependiendo de quien
la cuente hablará de tres, siete o nueve olas. Los surfistas y los pescadores
lo tienen muy claro y se aprovechan de ellas para sacar sus barcas de un mar
embravecido o pillar una buena ola sobre la que deslizar su tabla.
Hace unos años me regalaron un libro que se llamaba “Cada siete
olas”, la continuación de una historia de amor fraguada a través de correos
electrónicos, que tuvo mucho éxito editorial. De aquel libro aprendí muchas
cosas, unas de su lectura y otras de la forma en la que terminó entre mis
manos. Todas ellas, en ese juego de asociaciones en los que se entretiene
nuestro cerebro, se presentaron anoche ante mí.
La primera, ante la cercanía del Día de los Enamorados, es de cómo
la pandemia está cambiando todas nuestras relaciones personales. Lo de
fantasear, ligar o buscar la pareja de tu vida por internet ya es algo que
llevamos viviendo hace muchos años, pero ahora con esto de las limitaciones de
movilidad hay noticias de que las aplicaciones de citas y contactos están en
auge, y
que los que no terminan de confiar en ellas aprovechan las visitas al súper
para buscar ligues o el amor de su vida.
A eso está tendiendo el mundo, con pandemia o sin ella, a
encerrarnos, aislarnos y que nos manden a nuestro móvil los perfiles más
adecuados al nuestro. Los algoritmos y la tecnología decidirán por nosotros de quién
enamorarnos, qué comprar o incluso qué imaginar. Luego habrá que comprobar si
la piel, las emociones y la química dan el visto bueno a las matemáticas. Es un
poco triste, pero hay muchos que están defendiendo que habría menos divorcios
si no nos dejásemos llevar por la pasión del momento y lo dejásemos todo en
manos de los números.
No soy partidario de coartar la libertad de expresión, pero habría que preocuparse menos de encerrar a raperos que tienen un alcance limitado con sus letras y controlar a los pseudocientíficos que disponen de un pulpito cada semana en televisión
El tema de quién diseña esos algoritmos, a quién van dirigidos y
lo qué buscan con ellos es otro tema interesante que para muchos roza el
alarmismo y da pábulo a los negacionistas y conspiranoicos que tanto proliferan
en nuestros días. Un debate que si es un cantante quien lo propone se le
crucifica, pero que si es un programa de televisión que escucha y busca panteras en Castala, o fantasmas en
teatros, se le aplaude, como si por colocarle la palabra experto a alguien
delante de su nombre le diese alguna autoridad. No soy partidario de coartar la
libertad de expresión, pero habría que preocuparse menos de encerrar a raperos
que tienen un alcance limitado con sus letras y controlar a los
pseudocientíficos que disponen de un pulpito cada semana en televisión.
La segunda de las relaciones es la más sencilla. Si las leyendas
marinas tienen razón, aún nos quedan unas cuantas olas más que pasar para
sobrevivir a la pandemia. Los efectos de
la tercera ola ya empiezan a remitir, y en vez de aprender de ellas, de
contarlas para que la próxima no nos pile por sorpresa, seguimos cometiendo los
mismos errores. Aún seguimos con el agua al cuello y ya comenzamos a hablar de
salvar la Semana Santa, del “hay que ser prudentes pero ya veremos”. Y todos
sabemos que cuando no dicen las cosas claras es que esos días festivos serán el
comienzo de la cuarta ola, lo mismo que sabíamos que el verano y la Navidad
solo nos traerían problemas. No nos queda otra que resignarnos, aislarnos y
cruzar los dedos para no contagiarnos.
Y tras la cuarta, pensaremos en salvar el verano, y nos
enfrentaremos a la quinta, aunque ya para esa fecha nos prometen que el 70 %
de los ciudadanos estarán vacunados, aunque me da, que para finales de
año estaremos hablando de la séptima ola. Lástima que los grupos de olas de
vacunación no sigan el mismo patrón que la de los mares y los contagios.
Nos tienen agotados, cansados en este mar de confusión, de dudas,
de incertidumbres, de errores acumulados, de falsas promesas y medias verdades.
Esperamos la séptima ola que nos lleve sanos y salvos a la orilla. Cuentan que
esa es imprevisible, que bien puede continuar el ritmo de las seis anteriores o
romper con más fuerza y virulencia. Las consecuencias nadie las puede prever,
lo único que se puede dar por supuesto es que ya nada será igual que antes. En
la novela autobiográfica Papillón, su protagonista estudió la cadencia de las
olas y confió su vida a esa séptima ola, a la que le puso el nombre de Lisette
su amor, para escapar de la isla del Diablo en la Guayana francesa.
Quizás lo que buscan es eso, llevarnos hasta la desesperación, que jugárnosla ante la séptima ola sea nuestra única opción. No quiero pensar en eso, prefiero quedarme con otra historia de amor que cantaba la Jurado, donde narraba otra leyenda que mezcla enamorados, olas, mar y angustia. Feliz día de San Valentín.
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