Las grietas de nuestra agricultura

Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor 

En cualquier faceta de nuestra vida la aparición de una grieta siempre debe ser una señal de alarma, de preocupación. Por ellas se pueden colar, entre otras muchas cosas, la envidia, los celos, el agua, la realidad y acabar con las estructuras más solidas que hayamos construido jamás. De nuestra habilidad para detectarlas, evaluarlas y corregirlas depende nuestro futuro. Ignorarlas, por insignificantes que parezcan, puede llevarnos al desastre.

En los últimos días algunas grietas de nuestra agricultura han sido noticia, dejando en evidencia que la solidez del Modelo Almería no es tal. Para la mayoría son daños colaterales, pequeñas heridas que sangran de vez en cuando pero de las que no debemos preocuparnos porque tenemos tiritas de 20 euros para protegerlas. Para otros son problemas estructurales que habría que abordar con urgencia.

La primera fue el incendio del asentamiento de Atochares que pone al descubierto la grieta social y que refleja la precariedad laboral, la economía sumergida, la hipocresía, la diferencia de clases, el racismo y los residuos humanos que generan las bonitas, perfectas y saludables verduras que exportamos a Europa.

La segunda son los otros residuos, los plásticos, que vienen a rellenar los huecos que no hemos invernado para que la imagen que nos ofrecen los satélites, y de la que tanto nos orgullecemos, aparezca uniforme. Si han vuelto a ser noticia ha sido por el anuncio de una nueva web donde se recogerán todos los vertederos ilegales que se generan en nuestra provincia. Una nueva ventana para visualizar la grieta ambiental.

La tercera, la grieta económica, se anuncia para la semana que viene y es la movilización de parte de los agricultores para protestar por los bajos precios de sus productos y la desprotección que sienten ante las políticas europeas que los penalizan frente a la competencia desleal de terceros países.

Cuando lees estas noticias te das cuenta de que todas tienen en común varios aspectos. Por un lado son generadas por la sociedad civil que se une para actuar, para denunciar estas fisuras del sistema, para llegar donde la economía de mercado no llega. Han sido las asociaciones las que han atendido a los inmigrantes que se han quedado sin cobijo, los que ponen la voz de alarma por el deterioro ambiental, los que se quejan de que el negocio empieza a tambalearse y que especulan con su trabajo, su esfuerzo y sus ahorros.

Además de denunciar los problemas se deja entrever el desanimo por ver que nos separan, que no somos capaces ni de ponernos de acuerdo para protestar ante las desigualdades e injusticias, de que no hay unidad en ninguno de los sectores, ni en el social, ni en el ambiental, ni en el agrícola, detalle del que alguien se aprovecha y que por tanto fomenta.

También se ve la falta de confianza en nuestros representantes políticos, a los que les exigimos que actúen con la seguridad de que no lo harán. Lo más frustrante no es oírlos prometer algo que no van a cumplir, sino es escuchar a los técnicos de las administraciones, a las fuerzas de seguridad, decirte en privado que no pueden hacer nada, que ni las leyes existentes, ni los recursos humanos y económicos empleados alcanzan para solucionar los problemas. De lo que se subyace que no hay voluntad para atajar los problemas y que estas desigualdades son necesarias para mantener el negocio.

Otra cosa que tienen en común estas noticias es que hemos puesto nuestra esperanza en Europa y sus ciudadanos para que solucionen lo que nosotros no somos capaces de hacer. Como si la Unión Europea no conociese lo que pasa aquí. Ellos lo permiten porque les interesa y los europeos, que no son mejores que nosotros y  con los que tenemos en común que nos han educado en el consumismo, no van a dejar de comprar las berenjenas por un puñado de documentales y páginas web, o porque los agricultores no reciban el precio justo, o sus trabajadores duerman en chabolas, o estemos arrasando con ecosistemas únicos. Lo mismo que nosotros no nos preocupamos de si las naranjas son sudafricanas, o si nuestra ropa deportiva la cosen niños en la India, o si para que cambiamos de móvil estemos provocando guerras entre países.

No sé si estas grietas llevarán al colapso a nuestra agricultura, pero si deberían darnos vergüenza saber que existen y no poner los medios para hacerlas desaparecer.

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