Estamos a punto de conmemorar el primer aniversario de la nueva
era después del COVID y es inevitable no mirar atrás. Toca, parafraseando a
Nacho Cano, hacer balance de lo bueno y malo. Lástima que esta vez no esperemos
los cinco minutos de la cuenta atrás vestidos de gala, con champán, uvas y
cotillón, sino en pijama, conectados a internet y comiendo light para intentar
mantener la línea que tiende, cada vez más, a la curva que a la recta.
Un año en el que rebuscando entre los recuerdos seguro que
encontramos, es una de las grades cualidades del ser humano, algunas cosas
bonitas, agradables, ilusionantes, tranquilizadoras, pero por desgracia, a
medida que va pasando el tiempo, son las de menos. Hay que ser positivo nos
dirán, mirar el mundo con optimismo y nos recordarán que en unos meses
estaremos todos vacunados y podremos hacer la vida de antes. Y , con el consuelo
de Pandora, intentaremos agarrarnos sin convencimiento, por inercia, al futuro,
pero con el conocimiento de que, aunque fue la última, la esperanza también se
perdió, y ya nada será como antes.
Perdonen si le amargo el aniversario, pero como canta Sabina, me
sobran los motivos para levantarme apesadumbrado ante el panorama que ha
quedado tras este año cero, que bien podría ser el titulo de una novela
distópica, ya lo es de una revista del misterio, pero que por desgracia es la
triste realidad que nos ha tocado vivir. Cada uno analizará lo vivido de una
manera diferente, según su carácter y
las experiencias que les haya tocado vivir en primera persona o en su
entorno más cercano, pero de forma general, el cero post COVID, nos ha dejado
un panorama nada alentador.
Una de las frases que más se ha repetido en este año es que el
mundo de repente se paró, y esperamos el momento de que vuelva arrancar, pero
echando la vista atrás, con los datos sobre la mesa, te das cuenta de que nunca
se detuvo, que siguió la misma dirección que llevaba, que solo se ha reordenado
superficialmente, que los que siempre
ganaban han vuelto a ganar y al resto nos ha tocado, también como siempre,
perder.
Lo más preocupante es el aislamiento social al que nos están
abocando. Cada vez tenemos menos ganas de salir, poco a poco nos hemos ido
acomodando a la nueva situación. Nos han diseñado el mundo para que podamos
hacerlo todo desde casa, el trabajo, el ocio, las relaciones sociales, las
compras. En apenas un año hemos ido adaptando nuestros hogares con los aparatos
tecnológicos y contratando los servicios para no pisar la calle. Las
eléctricas, los poderosos comercios online, los bancos y las empresas de telecomunicaciones, han
continuado al alza en sus gráficos de resultados, por sus nuevas cifras de
facturación o por los ahorros y recortes que han experimentado en su forma de
darnos servicios.
La desconfianza ya forma parte de nuestras vidas y el miedo a
contagiarnos nos ha vuelto paranoicos. No es para menos, las tristes cifras de
fallecidos están ahí, no podemos negarlo, pero los abrazos, los besos, los
choques de manos, irán desapareciendo de nuestros hábitos cotidianos,
reservándolos para los que consideremos especiales. Las grandes aglomeraciones,
los eventos multitudinarios nos empiezan a parecer una bomba de relojería y la
sola imagen de que un desconocido cante a todo pulmón junto a nosotros o fume
en la mesa contigua de la terraza, nos altera el pulso. Por huir de los
transportes públicos las ventas de bicicletas se han disparado, algo que puede
ser positivo para nuestra salud y el medio ambiente, pero que analizando la
razón de esos cambios de habito da que pensar. Vivir con miedo es lo peor que
nos puede pasar.
Estamos cada vez más frustrados, aterrados por el incierto futuro
que nos espera, viendo como los ahorros se van gastando y la única esperanza
que nos dan es la vacuna que no termina de llegar porque las farmacéuticas no
dan abasto y la venden al mejor postor.
Y lo peor de todo es que la vacuna, según nos aseguran y tenemos que
creer, solo nos protege a nosotros, que el miedo a seguir contagiando no
podremos evitarlo.
Todos estos cambiantes estados de ánimo están consiguiendo
alterarnos, deprimirnos, enfrentarnos, acusarnos, señalarnos, culpabilizarnos
los unos a los otros. Crispación que se ve incrementada al ver que nuestros
dirigentes están tan perdidos como nosotros, que vamos a la deriva con la única
esperanza de chocar contra tierra firme.
Para el año uno que comienza pocos propósitos podemos hacer de forma individual. Estamos en manos de otros, y nos conformamos con seguir vivos, que no es poco. El resto ya se verá.
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