La imagen de nuestra agricultura

Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor 

Las noticias van y vienen, se interpretan, se falsean, se suceden vertiginosas sin dar tiempo nada más que a leer los titulares que lucen llamativos y exagerados para intentar captar tu atención. Así que con el paso de los días en nuestro subconsciente queda una nebulosa de datos, fechas y opiniones que nos hace creer que estamos informados, cuando en realidad, en la era de la información, estamos más perdidos que nunca.

Las tenemos para todos los gustos, de todos los colores y presentadas en formatos diferentes. Las usamos a nuestro antojo para posicionar nuestros argumentos, para sustentar nuestra opinión, como si fuesen las células que originan la vida, la verdad absoluta, y sin embargo  son el cáncer que está confundiendo a nuestra sociedad.

Invertimos mucho dinero, tiempo y esfuerzo en cuidar nuestra imagen, en crear una marca solida, creíble, que nos represente y en posicionar entre el resto de la oferta nuestro modelo Almería, nuestra empresa, y lo hacemos a base de medias verdades, de fotos sesgadas, de filtros de colores.

Y hago esta reflexión porque esta semana han coincidido dos noticias relacionadas con la imagen de nuestra agricultura. Una que se cataloga como intento de dañarla, como una zancadilla, y otra que se respalda como un estudio sociológico, la demostración de la realidad, y que está financiado por la Unión Europea.

La primera es la convocatoria de una acampada-reivindicación que algunos grupos ecologistas han organizado en la Rambla del Artal de Nijar para protestar por los plásticos abandonados. Quieren que la ciudadanía sepa las ingentes cantidades de basura que genera nuestra agricultura y las consecuencias que tienen en nuestros ecosistemas, en la biodiversidad, en nuestra salud. Quieren que la gente que pasa en los coches cada día por allí abra los ojos, porque da la sensación que nos hemos acostumbrado a la basura y ya no somos conscientes de ella. La hemos normalizado y eso es lo peor que puede pasar, asumir que debemos vivir así, que es un daño colateral.

 Con esta acción quieren dar cera, llegar a los medios nacionales e internacionales, con el objetivo de que el consumidor europeo decida castigar nuestros productos por los daños ambientales que generan al producirlo. Lo conseguirán, estoy seguro, pero el daño será superfluo, un simple rasguño en una coraza bien lustrosa. Como otras veces las imágenes serán noticia al menos durante una semana, a no ser que a Pedro Sánchez le dé también por dimitir y el impacto se diluya.

La segunda noticia es la publicación de los resultados de la segunda encuesta de percepción que los consumidores europeos tienen de las frutas y hortalizas que consumen. Está enmarcada dentro del programa de promoción de la UE Cultivando el Sabor de Europa, CuTE. Un proyecto que tiene una duración de tres años y donde además de las encuestas anuales para ver la evolución en la percepción de los consumidores, se han gastado algunos puñados de euros en organizar viajes para que periodistas europeos vean, y cuenten, lo bien que se hacen aquí las cosas. También se ha construido un invernadero móvil que ha recorrido Europa para enseñar la “sostenibilidad de nuestra producción” a profesionales de todos los ámbitos, se ha elaborado un juego para niños y se ha hecho una gran campaña digital con 30 influencers internacionales. En total, en los dos primeros años, se calcula que se han publicado 669 artículos y ha impactado a 220 millones de consumidores, o dicho de otro modo, pulir cera.

Los resultados obtenidos vienen a justificarnos el por qué no se limpia el campo. De los encuestados, el  58% no tiene una idea posicionada sobre la producción en invernaderos. Vamos, que ni siquiera se había planteado de donde vienen las hortalizas y verduras que consumen.

De los criterios relevantes a la hora de comprarlas son, en este orden, la calidad, el precio, la estacionalidad y el origen (el 76% le gustaría que fuesen  europeas). Luego  también, como algo secundario, se hace referencia al sabor y a la seguridad alimentaria, les preocupa que sean organismos modificados genéticamente y que se utilicen pesticidas.

De la preocupación sobre el medio ambiente, si generan toneladas de residuos, si agotan los acuíferos, si acaban con la biodiversidad, si generan desigualdades sociales, no aparecen apenas referencias.

Cada uno sacará sus conclusiones, las mías son que las encuestas se diseñan para ofrecer los resultados que se quieren mostrar y, ante todo, contentar al que las paga. Si invirtiésemos el mismo tiempo y dinero en solucionar los problemas no tendríamos que preocuparnos por lavar nuestra imagen.

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